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Un libro se sumerge en la intensa vida del pintor Miquel Barceló

Periodista:
Mercedes Ezquiaga
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Todo comenzó con una simple beca de estudio de la Universidad de Georgetown que permitió a este joven de 25 años pasar varios meses en España en el verano de 2008 para acercarse a la obra del artista mallorquín, recorrer museos, galerías e incluso acercarse a amigos y conocidos de Barceló.
 

Lo que no imaginó Damiano es que terminaría viviendo en el taller del artista en París, conociendo su casa del País Dogón de Mali (Africa) y asistiendo a la inauguración de la cúpula de la sede de la ONU en Ginebra, uno de los hitos en la carrera de este genial artista, todos escenarios incluidos en el libro, al igual que Mallorca, Barcelona, Nueva York e Italia.
 

Conversaciones con el propio Barceló, con su familia y amigos, con galeristas y artistas, cuadernos personales y los viajes mencionados van armando un retrato profundo y personal de este mallorquín de mirada intensa, genial e inquieto, brillante y contradictorio, seductor e idealista, intenso e intimidante.
 

El libro editado por Anagrama no deja de lado momentos clave de su carrera: sus comienzos en el grupo Taller Llunàtic en Mallorca en el posfranquismo, su salto a la fama luego de su paso por Documenta en 1982, su amistad con Basquiat, sus exposiciones en el Pompidou, el MOMA y en el Louvre, entre otros.
 

Una mención aparte merece la relación de Barceló con su padre, en oposición a que sea artista e incluso, incrédulo de que pudiera ganar dinero con el arte: “Estaba convencido de que todo el dinero salía de las drogas” e incluso preguntaba a los amigos de su hijo: “explícame esto, ¿esto qué es? ¿Está acabado?” se preguntaba frente a las pinturas que ya se vendían con mucho éxito.
 

El relato permite acercarse además al inclasificable arte de Barceló, ya que sus pinturas, murales y esculturas, sus métodos de trabajo y sus búsquedas estéticas son retratados por Damiano con gran destreza narrativa, al hilvanar las palabras precisas y dar así una idea exacta de la pieza que está detallando, casi que la obra cobra vida frente al lector.

Porque la vida no basta enhebra los encuentros que el joven Damiano tuvo personalmente para la escritura de esta obra, como cuando le muestra en París el retrato que de él hizo Andy Warhol: “Cuando mis hijos eran jóvenes dibujaron sobre él”, le confiesa Barceló y le señala unos trazos de colores en una esquina de la tela.



“No pretendo ser un observador objetivo y he querido dejar eso muy claro en el libro. A lo largo del libro uno puede observar cómo mi relación con Barceló iba cambiando y como ésta afectó el libro. He escrito sobre los aspectos positivos y negativos de la personalidad de Barceló”, dice Damiano a Télam.

 

- T: ¿Cómo definirías la personalidad de Miquel Barceló?
- D: Cuando me han pedido sintetizar su personalidad en pocas palabras he hablado del "hambre de vida" de Barceló. Es eso a lo que se refiere el título. La frase viene de los cuadernos africanos de Barceló en los que escribe "pintamos porque la vida no basta".
 

Barceló tiene una experiencia de la vida muy rica, lee muchísimo, viaja, escribe sus cuadernos, trabaja constantemente. Parece devorar todo lo que está a su alrededor. Pero aun así nunca queda satisfecho. En el mundo de su pintura, busca algo que la vida no le proporcione.
 

- T: ¿Cómo fue la experiencia de residir en su taller en París? ¿Y la de viajar a Gogolí?
- D: Seguramente eran las dos experiencias más impactantes de todo el proyecto. No conocía París ni el África subsahariana. Era interesante conocerlos como parte de mi investigación porque son como los dos polos de la vida de Barceló. Vivir en el taller de París me dio acceso a la rutina cotidiana de Barceló.
 

Llegué a comprender como es su vida creativa y además el taller –quizá el de cualquier artista– es un lugar sagrado y muy personal. Explorarlo era como habitar su cerebro.

 

Una vez en París, Barceló me dijo, si quieres escribir un buen libro tienes que ir a África. Tenía razón. Estar en Gogolí cambió –o más bien, profundizó– de forma importante mi comprensión de su arte.
 

Es difícil explicarlo pero me hizo ver que en su arte no crea imágenes de cosas, crea cosas reales y vitales. Conocí a un hombre, Ogobara, que Miquel había retratado. Conocía ese retrato y era uno de mis cuadros favoritos. La experiencia de conocer a Ogobara era desconcertante porque ya tenía una familiaridad con él que no se podía explicar por el hecho de que había visto su retrato.
 

Había cosas –como la manera penetrante en que miraba a las personas desconocidas– que se supone que no se pueden trasmitir con pintura pero ya las conocía.

 

© Mercedes Ezquiaga, TELAM