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Acceso lateral al paraje Ford: la vida vivida

Periodista:
Alberto Fuguet
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Esto suena a casi imposible. Se podría decir que este libro de Ford no es del todo de Ford. ¿Puede existir si no tiene original en su idioma nativo? Tema a discutir, pero la verdad es que sí. Claramente. Si bien es infrecuente, no es necesariamente malo o le resta méritos. Lo que aumenta la rareza es que el autor esté vivo. París era una fiesta de Hemingway o El Crack-Up de Scott Fitzgerald son póstumos y se armaron y editaron a partir de material disperso por gente cercana a ellos (Mary Hemingway, su mujer; y Edmund Wilson, el poderoso crítico literario, respectivamente) y resultaron libros de cabecera. Las semejanzas son el material autobiográfico, la crónica o el ensayo periodístico-personal, el uso de la primera persona real que recuerda u opina sin recurrir a la ficción. La gran diferencia es que aquellos salieron en su idioma y en su país. En este caso, el libro (con un título extraño y poco fordiano) surgió, según dice la contratapa, “a sugerencia de Jorge Herralde”, su editor en nuestro idioma, y “reúne por primera vez [...] y como primicia, los textos memorialísticos y ensayísticos de este maestro de la narrativa norteamericana contemporánea”. Lo que no se dice es cuánta injerencia tuvo el propio autor, pero aquí está, sin dudas, Ford y su voz y su mundo.

 

 

Si yo fuera un fan de Ford que no supiera español estaría tan emputecido como extrañado y, es probable, seducido por el “factor cool”: ¿por qué el mundo de habla hispana conecta más con mi autor favorito que mis compatriotas?


Más allá de su making of, Flores en las grietas es un gran libro de Richard Ford (o del mejor Ford o de ese Ford que se entiende mejor fuera de su país y traducido). De hecho, este es el segundo libro que no ha llegado a librerías norteamericanas. Mi madre, un libro tan delgado como emocionalmente avasallador, es un texto madre en la obra de Ford, a través del cual muchos lectores acceden a él (un librero amigo me dice que es uno de los más comprados por hijos de cualquier edad cuando han tenido que pasar por el trance de perder a su madre) y tampoco está en inglés. Corrección: hace unos diez años, en la colección Vintage Books de Random House, se publicó una suerte de greatest hits de autores relevantes; Vintage Ford, en formato bolsillo, contenía, al final, Mi madre, pero puesto casi como bonus track.

 

Allí también está ese tono matter-of-fact, lo de relatar una situación que, de narrarse en presente, funcionaría menos o quizás sería intolerable:


Y conocí con ella ese momento que todos querríamos conocer, el momento de decir: “sí, las cosas son así”. Un acto de conocimiento que confirma el amor. Conocí eso. Conocí muchísimos momentos como ese con ella, los conocí incluso en el instante en que ocurrieron. Y ahora. Y, supongo, los conoceré siempre.

 

Clásico de Ford: el entender que “las cosas son así”, que a veces suceden cosas malas pero que podría ser peor; que algo se gana con eso. Esa forma de ver, que tiene mucho de midwestern y quizás puritano (no hacer más drama del drama), es el soplo que da vida a los mejores textos de Flores en las grietas.

 

Pese a ser un autor intrínsicamente americano (nada de norteamericano o estadounidense: americano, así a la antigua, como se ven a sí mismos los gringos, americano como los vaqueros o la ruta 66), lo cierto es que Ford (qué mejor apellido para ser americano) no es un ícono literario dentro de su país. No es el Clint Eastwood de las letras, por mucho que así se lo perciba desde fuera. O desde el mundo hispano. No es que sea un marginal. Nunca ha tenido, digamos, un estatus de outsider o de “apreciado solo por los europeos” a lo Fante, Bukowski o, más recientemente, Auster. Ha ganado el Pulitzer, el PEN/Faulkner, y ha ingresado al Everyman’s Library con su trilogía (El periodista deportivo, El Día de la independencia, Acción de gracias) narrada y protagonizada por Frank Bascombe, la obra que más ha conectado en todo sentido con los lectores y el establishment americano. El Ford que mejor funciona fuera, sin embargo, está más al oeste, en los territorios de Wyoming y Montana, un mundo de gente tan desolada como el paisaje. Y Flores en las grietas sirve como bisagra para acceder a parte de esas zonas fronterizas pobladas de vaqueros errantes en camionetas, donde se emplazan libros como Rock Springs, Incendios y ahora la novela Canadá.


Los textos de Flores en las grietas se centran en vidas mínimas (su padre, un golfista negro que trabajaba en un hotel de Arkansas, un exalcohólico que se convierte en escritor llamado Raymond Carver) y en ciertos autores: Richard Yates, los cuentistas americanos clásicos que lo formaron y Chéjov. En ellos está Ford recordando y están sus juicios como autor, su plan, el credo de un escritor cuyo mayor compromiso es emocionar. No se ve a sí mismo como un intelectual ni mucho menos como alguien con una responsabilidad política.

 

A los escritores no se les pide que sean democráticos. Y nuestra obligación no es halagar al lector ni crear modelos positivos, sino intentar, por encima de todo, contar al lector algo que no sabía acerca de un tema que le interesa, y que una vez que lo conoce, se vuelve esencial.

 

Sus ideas lo acercan a otro gran artista con su mismo apellido: John Ford. Cuando los críticos intentaban hablar de la puesta en escena de sus películas, de sus temas subyacentes, de si Centauros del desierto era una obra maestra, el viejo John los desinflaba haciéndose el desentendido. “Yo hago westerns”, decía, como dejando claro que aquel que intenta programadamente hacer arte es un falso y que lo que un artista debe hacer es simplemente hacer bien su trabajo. Richard Ford piensa manera parecida:


En estos treinta años me he puesto como objetivo estricto dejarme largos periodos sin escribir, tanto que mi vida de escritor parece tener más de no escritura que de escritura, lo que apruebo calurosamente [...] A mi juicio uno de los beneficios de tomarse tiempo libre entre grandes proyectos de escritura –novelas, digamos– son evidentes y múltiples. Una razón es que se pone en primer lugar la vida vivida.

 

La vida como algo que se vive, y luego se recuerda. La vida como una aventura terrenal, no como una actividad intelectual. Ford no cree que la literatura nace de solo leer, de escribir. Es un trabajo, dice, como cualquier otro y necesita dedicación, valentía y humildad. A Ford claramente no le interesa escribir sobre literatura; escribe libros; con algo de memoria, con no poca curiosidad, con una fe inmensa en sus personajes. A partir de eso que él tan bien ha denominado “vida vivida”, crea algo que a veces parece imposible: vida, pero por escrito.  

 

© Alberto Fuguet, Letras Libres