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Reseña: “El camino de Ida”, de Ricardo Piglia

Periodista:
Taiye Selasi
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Durante quince años, Ricardo Piglia residió en los Estados Unidos dictando clases en la Universidad de Princeton. De allí que conozca de primera mano esa especie de élite de la sociedad americana que es el mundo académico y la vida en los campus universitarios. De esa experiencia, y de la literatura como vector capaz de construir la realidad, se nutre su nueva novela. Dedicado a Germán García “por la vuelta”, el relato en el que Renzi abandona Buenos Aires es de algún modo la novela del regreso de Piglia a nuestro país, como si dar cuenta de la experiencia de otra lengua y otro territorio cerrara una etapa. Desde hace un tiempo, Piglia parece nuevamente instalado en Buenos Aires, como lo demuestran su serie de clases magistrales en la TV Pública (que durante el mes de septiembre abordaron la obra y la figura de Borges).

 

El camino de Ida amalgama de forma singular el registro autobiográfico, los héroes literarios y las coordenadas del género policial. Todo se relaciona, se lee y se construye desde la literatura. La trama detectivesca aparece cuando ya está avanzada la novela –con la muerte de Ida– e ilumina una serie de indicios que latían tras ese microclima artificial del ámbito académico. “Los campus son pacíficos y elegantes, están pensados para dejar afuera la experiencia y las pasiones pero corren por debajo altas olas de cólera subterránea: la terrible violencia de los hombres educados”, nos dice el narrador. Ese espacio cerrado es casi una metáfora del estado de cosas de la sociedad norteamericana actual: una comunidad altamente regulada en la que, tras la apariencia de libertad y eficacia, se oculta una tensión de fuerzas que cada tanto agrietan el sistema con violencia inusual.

 

La cosa empieza cuando Emilio Renzi –alter ego y protagonista habitual de las novelas de Piglia– recibe una invitación de una universidad norteamericana para dictar un seminario sobre Hudson. Su vida en Buenos Aires está como varada, perdida en un círculo vicioso de actividades sin mayor sentido. Por eso, la invitación de Ida Brown –una estrella del mundo académico, con la que años atrás ha tenido un affaire– parece ser la oportunidad de dar un giro. La endogámica vida del campus y la reanudación de la relación clandestina con Ida son los rieles por donde corre la primera parte, hasta que ella muere en un extraño accidente. A partir de ese momento, Renzi trata de entender lo sucedido y contrata a un detective de Nueva York para que se haga cargo de la investigación. La muerte de Ida parece tangencialmente conectada con una serie de atentados contra eminencias del mundo académico. Y ahí surge la figura de Thomas Monk –un brillante matemático de Berkeley–, personaje riquísimo y complejo, inspirado en el famoso Unabomber que durante casi veinte años escapó del aparato policial y del FBI.

 

Renzi vuelve una y otra vez a su pasado argentino, a su militancia revolucionaria en los años sesenta. Como quien se ve a sí mismo en fotos de época y escenarios distantes, se conforma en tiempos y sociedades diferentes, como si se buscara entre los paradigmas de dos vidas.

 

Es curiosa la cita que elige Piglia para abrir la novela: “Es infinita esa riqueza abandonada”, un verso del poeta argentino Edgar Bayley. Curiosa porque, leída en el contexto de la novela, adquiere un tinte irónico. La “riqueza abandonada” (a su suerte) suena más bien al poder de los mass media, a la acumulación de mercancías, información y estímulos propio del capitalismo, cuya lógica de expansión ilimitada hace casi imposible producir diferencia, obtener la atención duradera del otro, ser escuchado. Y por eso es que Monk empieza a matar, y a hacerlo sin demandas ni justificación: “El salto al mal, la decisión de matar, estaba ligado a la decisión personal de hacerse oír. En el límite, el terror garantizaba el acceso a la palabra pública”. Monk ataca a esas mentes brillantes de apariencia inocente –como la suya– productoras del conocimiento que sostiene la estructura del poder. Por eso, cuando después de varios atentados logra que una revista publique su Manifiesto contra el capitalismo tecnológico, Monk se convierte en casi una celebridad, el que da voz a los reclamos del sector más radical y ninguneado de la sociedad americana. Matar personas para conseguir lectores: una metáfora sobre la impotencia del ciudadano común de hacerse oír, de hacer posible él solo el sueño de producir un cambio significativo.

 

Hay, hacia el final de la novela, un momento borgeano tan fugaz como un brillo, un aleph que concentra los vectores que abren una dimensión nueva: el espejeo de un foco en el óvalo amarillo de una edición Penguin Classics llama la atención de Renzi. Se trata de una novela de Joseph Conrad, The secret agent, que Ida le entregó junto a otros papeles la última vez que se vieron. El narrador relee la novela siguiendo los subrayados y marcas de lectura de Ida; poco a poco aparecen las claves que la ligan a Monk. La literatura le permite a Renzi leer la realidad; mejor aún, y como advertirá más tarde, es a partir de ella que los hechos se construyen.

 

“La decisión de cambiar de vida: ese es el gran tema de Conrad”, apunta Renzi. También él va buscando, un poco a los manotazos, esa transformación. Y por eso el gran tema de esta novela es la revolución, no solo como forma de cambiar la sociedad sino también como desesperado intento de ser otro; el anhelo de acción –otro tema borgeano– como ideal capaz de redimir al que solo teoriza. Renzi vuelve una y otra vez a su pasado argentino, a su militancia revolucionaria en los años sesenta; recuerda con nostalgia ese clima de peligro y pasión al servicio de una causa. Como quien se ve a sí mismo en fotos de época y escenarios distantes, Renzi compara formas, protocolos, en los que el par compromiso político/ individualismo, violencia/ clandestinidad, se conforma en tiempos y sociedades diferentes. Esa comparación se extiende a las mujeres, ciudades y canciones que vienen a su encuentro (la banda que escucha la chica cyberpunk le hace acordar a Virus, la geometría ordenada de la ciudad de Sacramento a La Plata), como si Renzi se buscara a sí mismo entre los paradigmas de dos vidas.

 

En una de sus recientes charlas sobre Borges, Piglia dijo algo así como que muchas novelas actuales de trescientas páginas podrían haber sido cuentos perfectos. Y que para amortiguar ese mismo defecto, en sus novelas solía urdir historias secundarias que al menos sostuvieran justificadamente la atención del lector. Es eso lo que hace en El camino de Ida, donde las digresiones –deslumbrantes teorías literarias, alusiones a lo coyuntural ligadas casi siempre a personajes excéntricos y radicales– son parte insoslayable del cauce principal de la novela; como Nina Andropova, la vecina de Renzi a través de la cual se cuelan Tolstói, la revolución bolchevique y un párrafo bellísimo sobre la naturaleza mística de la lengua rusa.

 

Aun cuando se trate de acontecimientos y escenarios reconocibles, El camino de Ida se abre paso en un clima por momentos hipnótico, de atmósfera dudosa e irreal, como el aire vidriado de los claustros, o la opaca frontera que divide ficción de realidad. Parecido a la vida, o casi.

© Mario Nosotti, Los Inrocks