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Un ejercicio de metaliteratura

Periodista:
Jaime Arrambide
Publicada en:
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En Operación Dulce, la decimosegunda novela de Ian McEwan, Serena Frome recuerda su época como agente secreta anticomunista en la Inglaterra de 1972, durante la Guerra Fría. Hija de un obispo anglicano y familia convencional, joven, linda, pero indefinida en sus intereses, estudia matemáticas aunque la desvela la literatura.

Luego de una inmersión cultural y sentimental, estilo Eliza Doolittle en Pigmalion , como amante de un profesor mucho mayor que la instruye en historia y política, Serena es reclutada por el Servicio de Seguridad británico. Como propaganda capitalista, debe atraer a jóvenes escritores mediante un tentador subsidio económico para la producción de sus obras. Sería “un Arts Council clandestino”, resume la protagonista. Se trata del tipo de acciones reales que organizaba la CIA en aquellos años, que McEwan documentó y reelaboró en una historia de amor: “Me atrajo que la CIA gastara tanto dinero en demostrar las bondades de una sociedad libre y abierta, pero que lo hiciera en secreto”. Tema, además, el de la Guerra Fría como escenario de un romance, que ya había abordado en El inocente .

En el nuevo libro el autor elige travestirse en una mujer para revelar el sistema machista de ciertos entornos de poder, al dejar al descubierto cómo “usan” la belleza y la inocencia de Serena para la causa, o el modo mafioso en que mueven los hilos de un aparato infernal para la sociedad. Así la novela se convierte en un ejercicio, y parodia del género de espionaje o thriller político cultivado en los países anglosajones que se moldeó, sobre todo, a la luz difusa de las guerras mundiales.

La otra obsesión sajona por la crítica y las “ book reviews ”, el regodeo academicista, la competencia entre escritores, los códigos editoriales y los premios literarios también son centro de su burla benigna. McEwan reconoció que es su novela más metaliteraria y en parte autobiográfica. Está repleta de referencias a obras y autores, incluso a amigos propios, como Martin Amis y Christopher Hitchens, a quien dedica el libro, entre otros.

Publicada en inglés en 2012, los críticos alabaron la estructura de muñecas rusas: sin duda, el rasgo más espectacular de su factura. Por un lado, por la construcción de relato enmarcado en distintos niveles: hay cuentos breves intercalados dentro del gran relato, que escribe el novelista capturado por Serena –Tom Haley–, el álter ego de McEwan. Y Haley aparecerá al final, además, como el autor de un libro mucho más revelador.

Por otro, por el juego complejísimo del burlador burlado, del espía espiado, repartido en capas, que van sorprendiendo tanto a los protagonistas como al lector en cada vuelta de página. Es una historia de duplicidades: discurso-metadiscurso, autor-álter ego, acción masculina-óptica femenina, capitalismo-comunismo, escritura-lectura, amor-traición, verdad-mentira, realidad-ficción se alternan hasta confundir y confundirse. Sin embargo, hay que decirlo: los primeros cinco o seis capítulos son un largo preámbulo en el que probablemente sobren unas cuantas páginas. Hacia el séptimo, el ritmo cambia y entramos en ese torbellino concéntrico difícil de abandonar hasta el final.

McEwan admite que en esta novela se alejó de las historias oscuras, feroces, de su primera producción, como los relatos de Primer amor, últimos ritos o Entre las sábanas. Con el tiempo se ha humanizado, dice, y se lo adjudica a la madurez. Por eso en obras más recientes como Expiación –novela llevada al cine que lo convirtió en “el escritor nacional inglés”– y Chesil Beach –una joyita– ya da sobradas muestras de haberse “ablandado” para sumergirse en situaciones queribles y sensibles.

Quizás en estos personajes de Operación Dulce hay, sin embargo, una excesiva blandura, algo exagerado en la aceptación benévola de los errores, donde todos terminan mostrándose indiferentes, superados o dispuestos a perdonar. Aunque traición y mentira van trenzando un círculo del que no parece posible escapar, se nota una idealización del amor que triunfa. Por momentos, es tan extrema la ingenuidad de Serena como lo son los enamoramientos entre ella y sus admiradores (varios, demasiados), pero sobre todo el flechazo entre ella y Haley y su empalagosa forma de amarse y hacer el amor, su goce abundante, acorde a una última carta estereotipada y un cierre un poco artificial. Un paso de comedia de enredos sobrevuela la trama y, al mismo tiempo que vuelve risibles o absurdas las conductas de sus personajes, hace defendible la resolución de los equívocos. Los errores se enmiendan y se restablece simpáticamente el orden.

Sweet Tooth –el título original– significa “el deseo permanente de dulces o golosinas” y tal vez puede leerse como metáfora del engolosinamiento de: Haley por el dinero fácil; de Serena por pertenecer al mundo masculino de poder; de ambos por la literatura y por la posesión del otro. Un símbolo de la ambición.