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El pasado según Zambra

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El autor chileno forma parte de lo que la escena literaria llama “la generación Bogotá 39”, integrada por los autores jóvenes más representativos de América Latina.

Entre la velada autobiografía y la sutil evocación de un ayer que repercute en el huidizo presente, los cuentos de Zambra tejen una mirada melancólica y reflexiva del pasado.

Tanto la vida privada como social aparecen en los textos de “Mis documentos” y “Formas de volver a casa”. Entre la crónica, la ficción y el ensayo el autor arma un rompecabezas literario que tiene el tono justo para conmover al lector.

Textos donde se cruzan los géneros, relatos en los que el yo evoca y reflexiona, novela en la que un joven piensa su pasado y no lo termina de entender: así construye Zambra una forma, una estética, una manera de discutir el pasado político de Chile.

Piglia sostiene que la mejor forma de hablar de política es no hablar de política de manera directa. Como si los narradores de Zambra siguieran esta idea pigliana, los cuentos de “Mis documentos” y la novela “Formas de volver a casa”, reflexionan y cuestionan la dictadura de Pinochet de una forma indirecta y dubitativa, por capas.

Los conflictos políticos y los enredos personales se mezclan a tal punto que la tensiones que hay en ellos se juntan en el tono narrativo: un tono que se conforma desde la oportuna vacilación y que define una forma de entender la literatura.

–Algunos cuentos están narrados en primera persona (“Larga distancia”, “Camilo”). Ciertos rasgos de la escritura y del modo de usar el material hacen pensar en el incorporación de la autobiografía como un recurso necesario para diseñar la historia y el tono del relato. ¿Por qué te interesa este registro autobiográfico?

–No sé si me interesa especialmente. Me gusta, por así decirlo, “habitar” el espacio de la primera persona en algunos textos, pero no tengo, al respecto, una especie de teoría. Lo que hago siempre es probar una voz y ver hacia dónde me lleva.

Suelo pasar los textos de primera a tercera, y también a segunda, porque siempre he querido escribir algo en segunda, pero no me ha resultado. Pero no tengo el deseo necesariamente de decir algo sobre mí mismo. Por lo demás, son personajes comunes y corrientes, que no tienen nada demasiado espectacular que contar.

–La historia de Chile suena de fondo en los cuentos, como si fuera una música inevitable, la música de una banda que suena lejos pero que incide e impacta en los oídos que la escuchan (y en los que no la quieren escuchar). ¿Cómo te llevas con el tema de la política en relación con la literatura? ¿Cómo crees que debe (o puede) ser esa relación?

–La política siempre está, siempre. Hay textos míos donde esa relación es más explícita, más literal, quiero decir. No pienso que un texto tenga que transmitir alguna especie de mensaje, la verdad. Creo que la literatura siempre muestra la complejidad de la experiencia, pone en escena alguna clase de contradicción o de vacilación.

No creo en las novelas que transmiten meras opiniones. Si quieres enseñarle a un niño, por ejemplo, valores, sin poner esos valores en tensión, lo mejor será pasarle un best seller que cumpla con lo que hoy entendemos como políticamente correcto y ya está. Pero se va a aburrir, creo yo.

–“Yo fumaba muy bien” es un relato que mezcla géneros. Puede ser leído como una crónica que “ensaya” respuestas, como una falsa (o verdadera) autoficción que propone reflexiones sobre el tema del fumar o no fumar. Es interesante eso que decís sobre los escritores chilenos que escriben cigarrillo y no cigarro…

–Ese texto es el resultado de varias escrituras y de varios intentos por dejar de fumar. Actualmente he dejado de dejar de fumar, en todo caso.

Lo de “cigarrillo” y no “cigarro” (todos decimos, en Chile, cigarro) fue una moda que hubo hace unos años de “pretraducir” los textos. No entiendo mucho ese deseo, ni como autor ni como lector. Como lector disfruto de esas pequeñas diferencias, de esos matices que hay entre nuestras lenguas.

–Ya que hablamos de los escritores chilenos, ¿la literatura está determinada por la geografía? ¿Un escritor chileno es diferente a un escritor mexicano o argentino? ¿Se puede hablar de la “literatura latinoamericana” como si fuera un gran conglomerado uniforme?

–No lo creo y siempre me asombra comprobar que en general la literatura latinoamericana es percibida como un todo en Estados Unidos o en Europa. Quizás porque hay lectores a los que les interesa mucho más confirmar alguna idea sobre Latinoamérica que leer literatura.

De todos modos me siento muchísimo más próximo a los escritores argentinos o colombianos o mexicanos que a otras tradiciones, incluida la española, de la que me siento más bien distante.

–“Mi padre era un computador y mi madre una máquina de escribir” es una expresión que podría resumir un modo de tratar los “tiempos modernos” en tus cuentos, como si la tecnología no fuera sólo una invención técnica sino también una manera de entender las relaciones humanas. En esto, los cuentos interpelan a la tecnología y la convierten en un material definitorio para la ficción…

–Claro. Me interesaba mostrar también cierta obsolescencia de los computadores, que hace quince años todavía eran sinónimo de “modernidad” y de “juventud”, con el consecuente tremendismo positivo o negativo.

Quería preguntarme más bien cómo nos relacionamos cotidianamente, vulgarmente con esas máquinas, que están ahí como prometiéndonos algo –algo que, tal parece, no llegó.

–“Mis documentos” (el primer relato) puede ser leído como una crónica que ha sido tratada con los procedimientos de la ficción. ¿Podrías hablar de esto? ¿Cómo ves a la crónica como género? Me gustaría que hablaras de la crónica como base o como fuente para la ficción…

-Como lector no hago demasiadas diferencias. Leo crónicas, ensayos o novelas buscando algo parecido, deseando algo parecido. He pasado el último tiempo leyendo a David Foster Wallace y no podría decir si prefiero sus crónicas o su ficción, que en el caso de un escritor tan impresionantemente genial como él tienden a interrelacionarse de maneras para mí muy gozosas.

Me gusta reconocer también, por ejemplo, un mismo párrafo primero en una crónica y luego en un cuento de Clarice Lispector. Como puedes ver, no tengo nada muy interesante que decir sobre esta materia.

–“Formas de volver a casa” puede ser leída como una forma de contar una historia de amor o como una forma de contar una historia política… ¿Volver a casa es pensar qué ha pasado con el amor y con la política en la vida de ese niño-joven en Chile?

–En parte sí. Pienso que es difícil para la gente de mi edad separar infancia y dictadura. También hay algo ahí, en la dimensión de “proyecto” que me interesa particularmente; al principio hay una idea, una dirección que lo sobrevuela todo, que da consistencia al deseo, pero en el camino olvidamos los cómo, los qué, los para qué.

No hay un “planteamiento” cerrado, como en un ensayo: la novela es un proyecto que nunca se cumple del todo, que va mutando con el paso de las días o de las páginas.

–El narrador de Formas… dice: “Recibo la historia como si la esperara. Porque la espero, en cierto modo. Es la historia de mi generación.” ¿La novela es una manera de poner a punto la “mirada” sobre la dictadura?

–Pinochet destruyó Chile y no creo que hablar de la dictadura sea hablar del pasado. Me interesaba indagar en la forma como hemos internalizado esa destrucción. Cómo algunos recuerdos de infancia ya no son posibles, ya fueron resignificados individual y socialmente.

Creo que en primera instancia la novela es un dispositivo para hablar en varios niveles simultáneamente, incluso para disolver la sensación de que hay una sola historia. La pregunta sigue siendo cómo hablar de lo privado cuando incluso los recuerdos más íntimos han sido invadidos por la Historia. Hubo un tiempo en que creíamos, por ejemplo, tener experiencias personales, desligadas de lo público, sobre todo en la adolescencia.

–Hay una serie de pasajes del libro que refieren a la necesidad de perderse y a la imposibilidad de perderse (por ejemplo, pág 65: “Pero hay momentos en que no podemos, no sabemos perdernos”). Como si perderse fuera un escape a la infelicidad, como si fuera necesario perderse para escapar del dolor y de la tristeza de la realidad…

–Me gusta mucho ese poema de Ezra Pound que al final dice “No quisiera quedarse/ ni salir”. Es una forma muy precisa de alumbrar un sentimiento confuso.

Creo que el personaje se pregunta hacia dónde volver, dónde queda su casa, y aunque a veces predomina el deseo de arraigo, en el camino se revela como algo imposible. La sensación de estar yendo hacia alguna parte, la sensación de norte, con su carga positiva y estabilizadora, lidia con una confusión más radical.

Sería fácil irse para escapar, pero como decía Kavafis, “la ciudad te seguirá”. La imposibilidad de perderse es la imposibilidad de poner el mundo entre paréntesis. La imposibilidad de concentrarse, por ejemplo, en el yo y olvidar el nosotros.

© Fabián Soberón, Los Andes