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Un promotor de encuentros

Periodista:
Rogelio Demarchi
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Francisco ha viajado a Corea del Sur para rezar por la paz y la reconciliación de un país partido en dos mitades, enemistadas hace más de medio siglo. Noticias recientes daban cuenta de los obstáculos que enfrenta: no lograría reunir a las dos partes porque Corea del Norte ha rechazado la invitación. Es probable, entonces, que no repita el éxito que obtuvo cuando rezó junto a los líderes de Israel y Palestina.

Con todo, no perderá la esperanza de alcanzar su objetivo en un futuro, porque la misión de Jorge Bergoglio, desde siempre, ha sido promover una cultura del encuentro, como lo señala Diego Fares en Papa Francisco. La cultura del encuentro (Edhasa, 2014).

Una cultura del encuentro significa, en esencia, estar dispuesto a entrar en contacto con alguien que es diferente de nosotros. “Nos encontramos cuando salimos de nosotros mismos, de nuestro centro, y nos abrimos al otro, precisamente allí donde el otro es diferente”, explica Fares.

Obviamente, eso implica un gran cambio cultural porque, en palabras del propio Francisco: “Vivimos en una cultura del desencuentro, una cultura de la fragmentación, una cultura en la que lo que no me sirve lo tiro, la cultura del descarte”.

La diferencia no puede ser mayor: el encuentro implica hablar con quien no piensa como uno, con el que tiene otra fe, o con quien tiene la misma fe pero la vive de otro modo; y ese encuentro tiene que ser capaz de modificar a todos los actores que lo hacen posible. “Para que haya verdadero encuentro interpersonal tienen que entrar en juego la libertad, el respeto, la distancia justa de perspectiva, la valoración del otro distinto, el diálogo”.

Según el estudio que presenta Fares, la propuesta del Papa “viene de lejos” y se anuda a lo que sostuvo Pablo VI en una exhortación apostólica de 1975: “La ruptura entre Evangelio y cultura es sin duda alguna el drama de nuestro tiempo”.

Ya en 1999, por ejemplo, en los escritos de Bergoglio, se destaca este mensaje, destinado a los argentinos, pero que podría reiterar hoy o mañana al hablarles a los coreanos: “Me permito abrir una propuesta: necesitamos generar una cultura del encuentro. Ante la cultura del fragmento, como algunos la han querido llamar, o de la no integración, se nos exige aún más en los tiempos difíciles, no favorecer a quienes pretenden capitalizar el resentimiento, el olvido de nuestra historia compartida, o se regodean en debilitar vínculos”.

En las enseñanzas de los jesuitas, hay una noción central: el discernimiento, que es la gracia, dice Fares, de separar y distinguir el buen espíritu del malo. “El discernir que el mal espíritu nos enferma con desencuentros”, entonces, es lo que ha llevado al Papa “a salir a abrazar personalmente todo lo que invita al encuentro”.

Por eso Francisco sale al encuentro, lo promueve, lo busca, invita al otro: a judíos y a palestinos, a coreanos del norte y del sur, a cristianos y a no cristianos. Corre el riesgo de ser rechazado, pero no considera irreversible el desencuentro. Porque el otro, ha dicho Francisco, “aunque ideológicamente, políticamente o socialmente esté en la vereda de enfrente, siempre tiene algo bueno que dar y yo algo bueno que darle. En ese encuentro se construye una síntesis creativa y fecunda”.