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Todo se va a repetir

Periodista:
Gonzalo Garcés
Publicada en:
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Otra novela póstuma de Roberto Bolaño permite reflexionar acerca del trabajo que hace el escritor chileno sobre el lenguaje y su impresionante capacidad para contar historias.

 

Esto escribe Roberto Bolaño en Los sinsabores del verdadero policía , el penúltimo escrito póstumo que sus albaceas acaban de publicar, y que en España tiene indecisos a los críticos, aunque no tanto, me parece, a los lectores de Bolaño. Yo temía que fuera como El Tercer Reich o La pista de hielo , textos tempranos donde la voz de Bolaño, aunque ya se reconoce, aparece todavía indecisa. No es así. La agilidad imprevisible de la prosa de Bolaño acá es ya la de sus libros más conocidos. Si algo lo delata como intento fallido o campo de pruebas es la estructura del libro, que no tiene el efecto de profundidad orquestada de las obras mayores de Bolaño, sino que es lineal, una serie de episodios que se suceden y, más que agregar significado, parecen deambular hasta que el libro simplemente cesa: para seguir con la metáfora musical, la melodía de un solo instrumento, que ensaya diferentes caminos sin resolverse nunca.

 

El enorme interés de este libro, para mí –que en general detesto el rescate de papeles póstumos– radica en que, justamente por ser una sesión de entrenamiento en la que Bolaño probó recursos que iba a usar más tarde, la naturaleza de esos recursos aparece con claridad fascinante, y echa luz sobre la cosa o las cosas de que están hechos esos milagros que son Estrella distante o 2666 . Creo que para entender esos libros, y para que se escriba alguna vez una ficción que dialogue de verdad con Bolaño, en vez de imitar sus rasgos más superficiales, hay que leer este libro. Por lo demás, Los sinsabores del verdadero policía aporta claves para destrabar una discusión que desde hace años aburre en las revistas literarias de lengua española.

 

Ya lo adelanté en el título: este libro da vueltas a un motivo, que a la vez es su tema. Ese motivo es la repetición. Los lectores recordarán algunas listas memorables en las obras mayores de Bolaño: los papas olvidados en Nocturno de Chile , los poetas desaparecidos en el cuento Fotos , la lista de furcios cometidos por escritores célebres en 2666 , los poetas maricas y maricones en Los detectives salvajes . Esta última abre Los sinsabores del verdadero policía , como para subrayar su carácter de cantera o laboratorio, pero no es la última. Hay un aspirante a director de cine que planea una biopic sobre Giacomo Leopardi en la que cada papel será interpretado por un escritor actual: el conde Monaldo Leopardi será Mario Vargas Llosa, Carlo Leopardi será Enrique Vila-Matas, Manzoni será Javier Marías, el tío Carlo Antici será Juan Marsé... Otras listas: en la página 97, alguien profetiza que los héroes mexicanos volverán a nacer y a morir, y enumera las fechas de cada uno; en la 41, el protagonista pasa revista a cada cosa que hizo en su vida, y que de algún modo son una misma cosa –el acto de coraje, el riesgo aceptado– repetido hasta el cansancio; a su vez, esa enumeración tiene un eco oscuro en la cuarta parte, titulada “J.M.G. Arcimboldi”, y que consiste en la lista de obras, amistades, enemigos, relaciones epistolares, de ese autor ficticio que reaparecerá, muy cambiado, en 2666 . Hay muchas más, pero creo que con esto basta. La pregunta es: ¿en qué sentido puede verse en esto una clave de la poética de Bolaño? Contesto con un rodeo. Siempre me intrigó una cualidad paradójica en Bolaño. Por un lado es notoria la vitalidad de sus páginas, su embriagante sentido del juego; por otro, en cada página uno siente que es la obra de un hombre maduro. ¿No hay en todos los libros de Bolaño algo de testamento, de balance? Por más que estén llenos de jóvenes, y justo por eso, parecen escritos desde una edad en la que los episodios de la propia vida que alguna vez parecieron cruciales e irrepetibles ya se han recreado más de una vez, y cada vez se han vuelto menos trágicos y más burlescos. En Bolaño nada se resuelve nunca; se ha creído alguna vez que algo podía resolverse, pero ya no. En vez de la conclusión o la epifanía o la definitiva iluminación moral que suele ser el núcleo de la novela clásica, el lugar donde se anuda el significado, en Bolaño tenemos la sustitución de cada historia por otra que será su avatar, la sustitución de cada personaje por otros que repetirán sus rasgos o su destino; y los personajes, cuando miran hacia atrás, descubren que antes de ellos también otros habían sido ellos. Los real visceralistas –se dice en Los detectives salvajes – caminan hacia atrás. ¿Hacia atrás cómo?, pregunta un joven. De espaldas, mirando un punto pero alejándose de él. Es la mejor manera de caminar, dice el joven, aunque pensándolo bien es la peor manera de caminar. Lo cierto es que en el mundo de Bolaño es la única manera de caminar.

 

En Nocturno de Chile , el huaso miserable del comienzo se repite más adelante en el pintor guatemalteco al que paraliza la miseria en París, y en el miserable al que torturan en un sótano al final. La perplejidad en la que acaba cada narrador de Los detectives salvajes se repetirá en el narrador siguiente. El asesino Carlos Wieder acabará por ser la contracara del hombre bueno que lo persigue. Y si en alguna parte se percibe, enigmática, la intuición capital, aunque más bien habría que decir la pregunta capital de Bolaño acerca de la experiencia, es justamente en esos desplazamientos o sustituciones. Y bien: si volvemos a revisar las listas que mencioné más arriba, resulta que tienen algo en común: son series que equivalen, de algún modo, a otras series. También, que todas ellas por naturaleza admiten más elementos, se entiende que jamás podrían ser exhaustivas. Se podría sostener que ese esquema –la lista incompleta que equivale a otras listas, el testamento que se repetirá en otros testamentos– estructura toda la obra de Bolaño; salvo que en las novelas más conocidas está mejor oculto, mientras que en Los sinsabores del verdadero policía se muestra con tanta insistencia que ignorarlo es imposible.

 

Lo cual me lleva a esa discusión, que más se parece a un debate escolástico, que vuelve siempre en los blogs o los debates o los suplementos literarios. En el último número de Quimera, una de las revistas literarias mejor intencionadas de España, hay un diálogo entre dos escritores. Representan dos posiciones bien conocidas: uno interesado en el “relato social”, otro en hacer “un trabajo sobre el lenguaje”; uno en contar historias, otro en contar la “incapacidad” del lenguaje para contar historias.

 

Leyendo a Bolaño, uno vuelve a recordar la inanidad de esas dicotomías. Uno prefiere notar que el lenguaje no es una cosa inerte, que las palabras son tiempo codificado, tiempo humano, y lo único que no pueden hacer es evitar contar historias, que las formaciones o cargas de caballería sintácticas y los esqueletos de un libro no expresan una historia sino que son esa historia misma, y que un escritor como Bolaño, al trabajar el lenguaje como pocos, al forjar las estructuras narrativas más sorprendentes de la literatura contemporánea, contó la manera en que fue tocado por la experiencia del único modo en que podía ser contada.