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El dilema de la violencia

Periodista:
Felipe Fernandez
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Por Felipe Fernández para ADN Cultura, La Nación

 

Gracias a un indulto, Jörg sale en libertad después de cumplir veinticuatro años de cárcel por actividades terroristas que incluyen el asesinato de cuatro personas. Lo espera su hermana Christiane para llevarlo a una casa de campo en Brandeburgo, donde pasarán tres días en compañía de unos amigos de juventud.


El fin de semana , la novela de Bernhard Schlink, se ciñe a un escenario y a un tiempo limitados para desmenuzar los sentimientos que unen a ese grupo de personas y los reproches que los separan. Aunque en el pasado todos, de alguna manera, compartieron el mismo ideal político de Jörg, su visión del mundo ha evolucionado en formas muy diferentes.


"Cuando pienso en todo aquello -dice Ilse, una profesora que de jovencita estuvo enamorada de él-, me parece una locura." Y Ulrich, dueño de unos laboratorios dentales, se refiere con ánimo provocador a la vida elegida por aquel hombre que ha sido miembro de la Fracción del Ejército Rojo: "¿Cómo lo llamaríais? Atracar bancos y matar gente, terrorismo, revolución y cárcel". Karin, una obispa protestante, representa un espíritu conciliador y trata de disculpar esos actos atribuyéndolos a carencias afectivas. En tanto, el periodista Henner debe responder a la imputación de haber entregado a Jörg a la policía. Christiane guarda un secreto que la atormenta y en ella predomina una actitud protectora hacia ese hermano menor para el cual ha sido como una madre. Si bien demuestra cierto arrepentimiento, él insiste en justificar su proceder con la retórica de treinta años atrás: "Sé que utilizamos mal la violencia. Pero uno no puede enfrentarse a un sistema que utiliza la violencia sin emplear la violencia".


Entre los invitados figura Marko, un militante revolucionario. Él quiere convencer a Jörg de firmar un comunicado en el que declare que no ha renunciado a sus posturas extremistas. Está convencido de que "la lucha continúa" y de que la violencia es necesaria. "Sin el 11 de septiembre -afirma- no habría ocurrido nada de lo bueno que ha sucedido en los últimos años: la nueva atención que se presta a los palestinos, que, al fin y al cabo, son la clave para conseguir la paz en Medio Oriente."


Schlink (Bielefeld, 1944) organiza el material de su novela sin adornos innecesarios ni información superflua. La austeridad de su esquema por momentos se inclina hacia un formato casi teatral por su gran predominio de los diálogos. A través de ellos sus personajes exponen distintos puntos de vista que van conformando un debate ideológico y ético. Para evitar que queden como meros voceros de ideas, el autor redondea sus psicologías con breves episodios y reflexiones interiores. Un relato se intercala en la trama principal a medida que Ilse lo redacta en un cuaderno. En esa ficción ella intenta comprender la mentalidad de un terrorista y se pregunta: "¿Cómo se consigue tomar un rehén, pasar con él una o dos semanas [?] hablar con él, tal vez hasta bromear?, y después asesinarlo?".


La escena culminante se produce con la aparición sorpresiva de Ferdinand, el hijo de Jörg, que le lanza las recriminaciones más feroces. El muchacho lo considera responsable del suicidio de su madre y lo acusa de poseer "la misma incapacidad para la verdad y el dolor que tenían los nazis". Tras ese clímax, los enfrentamientos se aquietan, y la narración -con la naturaleza de fondo- se encamina por caminos quizá demasiado sosegados.


Al igual que en El lector (1995), la novela que lo encumbró en el panorama literario internacional, en El fin de semana Schlink presenta un dilema moral y explora la posibilidad del perdón, pero en esta última obra lo hace de un modo menos complejo y dramático. Aquí el asunto central es la discusión sobre si no es legítimo y beneficioso usar la violencia para combatir la injusticia. La cuestión, que ya fue abordada por un joven Schiller en su drama prerromántico Los bandidos , sigue vigente y después de más de dos siglos no ha sido resuelta todavía.