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Ejercicios de resucitación

Periodista:
Rogelio Demarchi
Publicada en:
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Una novela fallida, abandonada, es preservada. Y muchos años después es el disparador de una nueva escritura que da lugar a una ficción misteriosa y cautivante que juega con los géneros narrativos y propone una historia que, en clave de autoficción, configura una apuesta por una poética de la deriva: en La casa del Dios oculto, Luis Gusmán une fragmentos de su niñez, juventud y madurez, de manera circunstancial pero precisa, porque el curso de la narración enlaza, por ejemplo, la casa familiar de Avellaneda con sus viajes por Estambul, Sicilia y Ámsterdam, a partir de recurrentes apariciones de signos que remiten, inequívocamente, a la madre y sus creencias.

La madre de Gusmán creía en el espiritismo y por las noches, en situación de trance, solía escribir. Y si esa sola y reiterada imagen puede influir sobre cualquiera que la presencie, más aún sobre el hijo que, años más tarde, asume que su deseo es escribir porque entiende que "escribir es como respirar. Uno no elige respirar, respira".

La marca de la madre, entonces, se deja ver tanto en esa decisión como en la negación de su método: "Nunca escribo a mano. Nunca escribí en servilletas, ni siquiera en una libreta. Por la sencilla razón de que después no me entiendo la letra. Tal vez siempre rechacé la idea de escribir en cuadernos porque, por las noches, mi madre, en estado de mediumnidad, escribía poemas incomprensibles con una letra infantil, en hojas de cuaderno Avon".

Esta especie de circuito con dos polos, el de la creencia y el de la escritura, cada uno con sus señales, indelebles pero sólo perceptibles por los iniciados, hace que cada signo se convierta en la fuerza que mueve la mano, y viceversa, estableciendo una tensión entre la voluntad y el mandato de escribir.

De un texto a otro
Un vecino polaco, de los tiempos de la adolescencia, investido por un rumor que lo hacía combatiente de la Segunda Guerra Mundial en el África y miembro de la prestigiosa Legión Extranjera, se convierte para el joven Gusmán en un misterio a develar; un misterio que se agiganta, además, al tomar conocimiento de la historia del capitán Jean Danjou, el legionario cuya mano de madera "finalmente se transformó en el símbolo de la Legión Extranjera".

Allí está el principio de la novela fallida: "El misterio del pasado del polaco junto con la historia del capitán Danjou -a la que con los años le fui agregando datos-, y una frase que leí en Conrad cuando describe a uno de mis personajes preferidos, Lord Jim, fueron el origen para escribir una novela que se llamaría Desierta". Pero desde un principio, escribe Gusmán, "tuvo el destino de una novela inédita, inconclusa y espiritista".

La casa del Dios oculto reescribe aquella novela con todas las alteraciones necesarias para que aquellos adjetivos se modifiquen. En un sentido material, los dos primeros, porque ahora el escritor concluye su trabajo y el texto alcanza el objetivo de la edición. En un sentido espiritual, el tercero, que ahora tiene al polaco y a Danjou como referencias anecdóticas que se van desdibujando a medida que avanza la narración, ya que en el centro de esta nueva trama están la madre y el hijo, una figura, por cierto, que no sólo remite, de un modo literal, al propio Gusmán y a su madre sino también, metafóricamente, a la iconografía del cristianismo: otro relato, si se quiere, que trata de explicar el misterio de la vida y de la muerte, y en el cual la madre de Gusmán solía creer, sin por ello abandonar la doctrina espiritista.

Casualmente, es la madre quien le pide al hijo que aproveche uno de sus viajes para visitar una iglesia ubicada en el barrio Rojo de Ámsterdam que se llama "La Casa del Dios Oculto". "Oculto en el granero, o en el desván, cuando los católicos holandeses soportaban la persecución de la Reforma Protestante". En el cumplimiento de esa promesa, amén del encuentro con ese Dios paradójicamente clandestino, se cifra, como puede imaginarse, un nuevo misterio que resignifica toda la historia.

Contra la superstición

-¿La historia de "Desierta" serviría para demostrar que de un libro fallido puede surgir, tiempo después, otro libro?
-La historia del libro fallido es cierta. Entre la escritura de Desierta y La casa del Dios oculto transcurrieron 22 años. No sé si una posibilitó o imposibilitó a la otra. Desierta fue como una reserva, el depósito de la morgue, el cementerio, donde se alojaban los pedazos de cuerpos que Hyde y Jekill, y viceversa, necesitaban para hacer Frankenstein. En Desierta ese cuerpo, ese "corpus total", necesitaba ser transformado en partes. ¿De dónde provenían? De un lugar clandestino, espurio. De algo oscuro y fuera de circulación porque ya era cadáver barroco, una criatura fallida que necesitaba ser despedazada. A ese golem, lo podemos llamar La casa del Dios oculto. Es posible entonces que en estos años haya nacido este engendro mal hecho, maltrecho, aunque Desierta y La casa del Dios oculto estén escritas de manera casi sagrada por lo barroco religioso, todo lo contrario del neobarroco del gran poeta Néstor Perlongher.

-¿Pero cómo se llega a la conclusión de que el libro está mal, y de que hay que archivarlo o quemarlo?
-Nunca se me ocurrió dejar archivada una novela o quemarla. Esos papeles siempre están destinados a la universidad, a los biógrafos, si el escritor tiene la suerte de tenerlos, y a la historia de la literatura, si es que el escritor entra en ella, o simplemente se pierden y el escritor vuelve a ser lo que quizás fue en su origen: un anónimo de la lengua.

-En un plano, el tema de la novela es la escritura. A "Desierta", dice, "la escribí", y acto seguido dice "fue escrita". Voz activa y voz pasiva. ¿Hasta qué punto uno escribe y hasta qué punto uno es escrito?
-Creo que si el escritor es escrito, uno trabaja contra eso escribiendo. Para ello, dispone de distintos elementos narrativos: el suspenso, la trama, la historia, los personajes. Creo que la mano de madera funciona como una especie de índice que indica una dirección a seguir, en el sentido que Thomas Bernhard le otorga a esta palabra en su autobiografía: una dirección. Pero no hagamos metafísica, es un truco que va precipitando el relato. Eso sí, de ninguna manera funciona como símbolo.

-En otro plano, el tema de la novela es la religiosidad, la espiritualidad, o la fe. Los signos de la creencia, la creencia en los signos. ¿Es la escritura una forma de la fe?
-Me gusta el quiasmo que pregunta su pregunta: la creencia en los signos, los signos de la creencia. Creo que es correcta. Porque usted como lector no sabía que, en su origen, Desierta contaba la historia de un personaje que escapaba de otro que le traía mala suerte, un mal signo, como diría Onetti: la "cara de la desgracia". Sin embargo, como lector lo adivinó. No es magia, es la lógica narrativa. Estamos hablando de la mala suerte. O sea, una creencia. Una creencia que lleva a que todo se convierta en el signo de una coincidencia. La fallida Desierta era una novela supersticiosa, La casa del Dios oculto es quizás un conjuro contra esa superstición.

-En la contratapa se habla de un "volumen de cuentos". Pero aquí impera el orden propio de una novela.
-Quizás, la palabra cuento que figura en la contratapa excede al género. Creo que en ese registro, el de esta contratapa, al término cuento se lo podría homologar a misterio. Un misterio que no es develado como en el cuento clásico, no hay necesariamente solución del enigma por una explicación racional, sino que el misterio permanece en estado flotante y domina e impone sus condiciones. No todo misterio tendría por qué resolverse. Volviendo a la primera pregunta, creo que se podría afirmar, no sin alguna vacilación, que La casa del Dios oculto cuenta el cuento de una novela.

La casa del dios oculto

Luis Gusmán

Edhasa

$ 65

Perfil

Luis Gusmán (Buenos Aires, 1944) es escritor y psicoanalista. Tuvo un brillante debut literario con El frasquito (1973), novela experimental que fue prohibida casi de inmediato. Entre sus narraciones más destacadas están En el corazón de junio (1983), Villa (1996), Hotel Edén (1999) y Los muertos no mienten (2010). Abrió con su discurso la última Feria del Libro de Buenos Aires.