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Un país de novela

Periodista:
Rogelio Demarchi
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Una pequeña comunidad patagónica ubicada al margen del bucólico paisaje cordillerano, pleno de bosques y lagos, tan valorado por el turismo de todo el mundo, ¿de qué puede vivir? ¿Le alcanzan la estepa y el ganado que esta pueda alimentar para asegurar su sustentabilidad económica? Es la dirigencia política en diálogo con la sociedad civil a que tiene que encontrar una respuesta a esas preguntas y sostenerla en el tiempo con acciones concretas. ¿Pero qué pasa cuando ese diálogo no existe y los funcionarios políticos de turno se dirigen a la sociedad por medio de un “relato” que manipula la realidad para desacreditar a sus críticos?, ¿qué pasa cuando los funcionarios negocian a escondidas de la sociedad civil la concreción de un determinado proyecto económico, del cual se vuelven, digamos, socios minoritarios, aunque ponga en riesgo las condiciones de vida de esa localidad?

Ese es el escenario y la situación que explora Maristella Svampa, socióloga y analista política de reconocida trayectoria académica y con muchos ensayos publicados, en la novela Donde están enterrados nuestros muertos (Edhasa, 2012), cambio de género que le permite unir sus dos pasiones: la investigación y la ficción.

–¿Cómo surge el cruce entre la socióloga y la novelista?

–Escribo ficción desde antes de dedicarme al ensayo, pero volví con fuerza en los últimos años y lo cierto es que esta tiende a ocupar un lugar cada vez más importante en mi agenda de trabajo. Esto está vinculado a que siempre aspiré a desarrollar un registro anfibio de trabajo, que vaya más allá de los etiquetamientos o de los mandatos profesionales, que parecen decir que hay que dedicarse a una sola disciplina o a un único campo del conocimiento o el arte. Lo particular es que en Donde están enterrados nuestros muertos , además de volver una vez más a la Patagonia, pude realizar ciertos cruces que hasta ese momento me estaban vedados y esto tiene que ver con que la ficción se apoderó de ciertas zonas experienciales de mi vida, que hasta ese momento eran el objeto privilegiado de la investigación sociológica. Me refiero a mi conocimiento sobre el mundo popular, las luchas sociales actuales, la megaminería... A través de estos temas, la actualidad terminó por tomar un lugar central, lo cual generó que de por sí la novela tuviera un fuerte registro social y político.

De lo privado a lo público. Svampa crea para su ficción Cinco Cruces, pueblo cercano al río Limay, en Neuquén, pero en sintonía con la Patagonia de la estepa. Los hechos que narra se encuentran en el contexto de su Centenario, que se celebra, casualmente, en mayo de 2010; como la región entra tarde en Argentina, los 100 años del pueblo coinciden con los 200 del país. Si hace falta avalar la ficción con la realidad, téngase presente que Bariloche se fundó en mayo de 1902 para advertir que no hay mucha diferencia.

Rosana, empleada doméstica de unos 45 años, pierde a su hijo Roberto, de 25, por un accidente en la ruta, justo en el ingreso al pueblo. No es la primera víctima que se cobra el “kilómetro de la muerte”; antes han fallecido, por ejemplo, el hijo de una de las leyendas deportivas de Cinco Cruces y una adolescente menor de edad que, se rumorea, se dedicaba a la prostitución.

En los cinco casos que se han registrado, diferentes testigos apuntan a las camionetas doble cabina que desde hace un tiempo se ven en el pueblo; camionetas que todos vinculan con el proyecto minero que promueven el intendente y las demás autoridades provinciales, y al que todos adjudican las explosiones que se escuchan a diario en los alrededores.

Como explica Svampa, “la megaminería aparece como telón de fondo, a través de esas camionetas fugitivas que patrullan y controlan el territorio, a toda velocidad. Y esas camionetas doble cabina son la imagen viva y perturbadora del poder”.

–Frente a ese poder, hay muchas voces que dicen que no tiene sentido oponerse. No sólo se sienten pobres en términos económicos, sino políticamente impotentes…

–Hay pobreza, hay corrupción, hay una fuerte conciencia de las asimetrías, como si frente al poder fuera poco lo que pudiera hacerse. Pero también pueden abrirse brechas desde las cuales hacer crecer las resistencias. Todo eso atraviesa las historias y los personajes.

–Por eso todo cambia cuando Rosana transforma su dolor en algo público y fuerza al resto de la comunidad a tomar posición. En algún punto, se parece a la mamá de María Soledad Morales y tantas otras víctimas, ¿no?

–Cuando comencé a escribir la novela, la única imagen que tenía era la de esa madre que salía corriendo de su casa, casi descalza y desesperada, para llegar hasta el lugar donde habían atropellado a su hijo. Era una historia que me daba vueltas cada vez que volvía al norte de la Patagonia, ya que me la había contado mi madre. Sin duda, el modo en cómo esa experiencia privada se transforma en un hecho público, el modo en cómo esta se traduce en una demanda de justicia, remite a muchos casos sucedidos en la Argentina, ahí donde se entrecruzan violencia, poder e impunidad: desde el de María Soledad Morales, pasando por las Madres del Dolor hasta incluso los familiares de las víctimas de Cromañón… Hay una larga tradición de lucha contra la impunidad en nuestro país, en la cual se reconoce el discurso que adopta la protagonista, Rosana. De algún modo, la novela termina haciendo un homenaje a todas esas madres luchadoras, que se abren paso en el ámbito público con un reclamo de justicia. Lo particular de Rosana es que además proviene de las clases populares y, por esa razón, le es más difícil hacer audible su voz frente a aquellos que encarnan alguna forma de poder.

Resistencia y resignación. Las camionetas no sólo se relacionan con los accidentes de la ruta. También son las que se llevan de la plaza, en pleno centro, al caer la noche, a las chicas. Muchas son menores de edad y tratan de no ser reconocidas por los transeúntes tapando sus cabezas con las capuchas de sus canguritos, o reuniéndose en la zona menos iluminada de la plaza. Vecinos, policías, autoridades, todos saben que hay, ahora, una prostitución que antes no había. Pero el poder no hará nada hasta que un par de chicas desaparezcan y Rosana encabece el reclamo público para que se investigue el caso.

–¿Cómo se conecta la megaminería con la prostitución adolescente y por qué entre ambas definen lo que el pintor Garibaldi llama la lógica de la devastación?

–Pueblos campamento, industrias extractivas y prostitución son fenómenos que conoce cualquiera que haya vivido cerca de una zona petrolera o minera, como es mi caso. Lo novedoso ahora es la prostitución adolescente, que para muchas familias aparece no sólo como la única salida de la pobreza, sino como un fenómeno normal, naturalizado, sin un trasfondo moral. Esto también forma parte de los otros procesos de contaminación (social y cultural) que acompañan la expansión de las industrias extractivas. A partir de ello, también se instala una zona ambigua: hay prostitución adolescente, pero también hay trata de personas. La devastación a la que se refiere Garibaldi tiene que ver con todos esos procesos sociales. No son sólo los territorios los que aparecen como sacrificables, sino también las personas, y sobre todo las mujeres, que, en ese marco, devienen cuerpos sacrificables. La lógica capitalista y la lógica patriarcal han ido juntas desde siempre, pero hay momentos en que esto aparece sintetizado de manera iluminadora e impactante, y este es, creo yo, uno de esos momentos.

–La otra cara de la moneda: no todas las familias de las víctimas actúan como Rosana. Hay quienes se resignan y aceptan lo que les ofrece la empresa. ¿En tu recorrido sociológico por poblaciones afectadas te has encontrado con esa resignación?

–Aunque haya ciertas similitudes, en mi novela no busqué contar la historia de Loncopué o la de Esquel, dos casos exitosos que expresan la gran lucha de los pueblos chicos contra la megaminería; tampoco el caso de Famatina, donde estamos lejos de ver resignación en esas mujeres increíbles que desde 2006 enfrentan a las grandes empresas y al gobierno. Pero también está mi propia percepción subjetiva, ligada a todos estos años de viaje por las provincias. Mi primer viaje a San Juan, en 2009, tiene mucho que ver con esta novela: ahí aparecieron las camionetas doble cabina en forma amenazante; ahí también nos mandaron a los trabajadores mineros como fuerza de choque. Suerte que estaba Adolfo Pérez Esquivel, que habló con ellos y terminó abrazado a los trabajadores...

–Y si no tenés esa suerte, ¿qué pasa?

–Hace poco estuve en Santa Cruz, otra provincia en la cual el cierre de los canales de expresión y de debate es casi completo en relación con la megaminería y los procesos de resistencia se hacen más difíciles; ahí el boicot fue total. Por momentos, entonces, siento que el alineamiento entre poder económico, político y mediático es tan fuerte que resulta difícil no desarrollar una teoría de la resignación: todo triunfo es precario y transitorio. Por ejemplo, aun en aquellas localidades y provincias donde triunfó el “no” a la megaminería, las empresas no se van nunca, siguen al acecho, esperando el momento oportuno para derogar las leyes provinciales que prohíben este tipo de minería y volver a la carga.

El “relato” no es la realidad. ¿Qué dice el intendente de las versiones que relacionan a la minería con los accidentes y la prostitución adolescente? “Eso es parte de la fabulación. No hay ni más ni menos accidentes que en otros pueblos que tienen una ruta de ingreso similar al de Cinco Cruces, y la prostitución, hermano, es un hecho cotidiano en la Argentina de hoy en día. No podemos cambiar la realidad de un día para el otro”.

¿Qué dice el senador que apoya el desarrollo minero? “Las nuevas tecnologías permiten extraer toda la riqueza que hay en el subsuelo y en las montañas: oro, plata, cobre, plomo, molibdeno y tantos otros minerales raros que hoy son necesarios para la electrónica, para los satélites, en fin… Sin olvidar el petróleo y el gas, acá hay un gran potencial, un enorme potencial minero que puede explotarse gracias a las nuevas tecnologías existentes. Por eso, me atrevería a decir que, gracias a eso, estamos avanzando hacia la gran hora de los pueblos chicos”.

–El intendente y el senador parecen una metáfora del actual “relato” oficialista. ¿Pinta tu aldea y pintarás el mundo? ¿Cinco Cruces es Argentina en su mínima expresión?

–Yo sé que hay todo un sector ligado al oficialismo que puede sentirse molesto por esto y que no me perdonará que además haya tomado como leitmotiv nada menos que los festejos del (bi) centenario. Pero la novela pinta esas otras historias, esa parte oscura que el oficialismo se empeña en barrer debajo de la alfombra, tras un discurso épico y mistificador, que habla del progreso y el desarrollo, ignorando o minimizando lo que en términos de sufrimiento y despojo todo esto significa para las poblaciones. Garibaldi, el pintor, dice que Cinco Cruces es una metáfora cruel del país, donde “hay cada vez más pobres, más empleados públicos y más grandes empresas”.

Perfil

Maristella Svampa es licenciada en Filosofía por la Universidad Nacional de Córdoba y doctora en Sociología por la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París, investigadora del Conicet y docente de la Universidad Nacional de La Plata.

Ha publicado, entre otros, los ensayos Los que ganaron. La vida en los countries y en los barrios privados (2001), Entre la ruta y el barrio. La experiencia de las organizaciones piqueteras (2003, junto con Sebastián Pereyra), Cambio de época (2008), y Minería trasnacional. Narrativas del desarrollo y resistencias sociales (2009, junto con Mirta Antonelli).

Como narradora, Donde están enterrados nuestros muertos es su segunda novela. La primera, Los reinos perdidos, se editó en 2005.

El libro

Donde están enterrados nuestros muertos, de Maristella Svampa, Edhasa, 2012, 304 páginas.