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El ocaso de las cosas

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" Tout commence par une interrumption ", reza el epígrafe de Paul Valéry que Baricco antepone a Mr Gwyn, su nueva novela. Efectivamente, se trata de la historia de cómo un escritor exitoso decide abandonar su carrera a los cuarenta años, en busca de un nuevo derrotero expresivo. Hecho que trae a la memoria la famosa renuncia a la literatura de Salinger, el escritor-tótem de Baricco. Sin embargo, se nos aclara de inmediato que la drástica decisión de Mr Gwyn nada tiene que ver con la desertificación de la fantasía, la imprevista ausencia de creatividad o una traumática crisis de madurez.

 

 

La renuncia a seguir escribiendo la hace pública Mr Gwyn mismo en un artículo de The Guardian, en el que compone una larga lista de cosas que se propone no volver a hacer nunca más. En el escritor, acostumbrado a hilar tramas, nace la convicción de que la vida es una peregrinación en la que es posible vislumbrar marcadas y definidas estaciones del alma. Ahora, pasados los primeros meses de esa notable "interrupción", Mr Gwyn comienza a sentir un desasosiego que termina convirtiéndose en un abismal vacío. Añora, sobre todo, la posibilidad de "poner en orden pensamientos en la forma rectilínea de una frase".


Por eso, lejos de emprender una nueva empresa, decide modificar la perspectiva y trabajar como retratista privado. Pero no retratista de óleos sobre telas, sino de letras sobre papel. Alquila un inmenso garaje mecánico en un barrio de Londres, distribuye en el techo una pormenorizada secuencia de bombillas destinadas a durar un número exacto de días y capaces de dar una determinada luz, hace componer un segmento musical hecho de rumores y que recomienza ininterrumpidamente, publica un aviso en los diarios y queda a la espera de sus primeros clientes. Así, por su estudio desfila una galería de personajes que posan desnudos y a los que Mr Gwyn se propone retratar tras una silenciosa observación y durante un número de días circusncripto. Para ello, se avale del apoyo de la devota secretaria de su ex editor, y quien tendrá en la novela el rol de develar el secreto último de este nuevo camino del escritor.

 

Baricco constuye una lúcida novela sobre el tema de la escritura. En primer lugar, el concepto mismo de escritura hace las cuentas con la idea de copia. Mr Gwyn no se considera un retratista, sino un copista, aquel que reproduce lo escrito por otro. Hacia el final de la novela, este problema será resuelto. Pero a esta idea de reproducción de lo real, Baricco le agrega, en segundo lugar, el concepto de escritura como concatenación detallada de técnicas compositivas: no mero artificio ornamental, sino construcción de sentidos. Los extensos pasajes dedicados a la disposición de los elementos en el garaje y a la meticulosa búsqueda de un ritmo y de una atmósfera no sólo aluden a la calculada gestación del retrato, sino a la idea de la escritura como ritual, en el que no falta una buena dosis de iniciación y misterio. En fin, la escritura se sobrepone al final a la vida misma del escritor: Baricco llega, por vías tranversales, a uno de los temas fundacionales de la modernidad: la relación inescindible entre arte y vida. Se impone, en el cierre, la imagen borgeana de la vida como relato, del retrato como vida, y, claramente, el hecho de que para todo artista "todo comienza por una interrupción".


Leyendo Mr Gwyn se tiene la impresión de que Baricco ha alcanzado su plena madurez narrativa. Llega hasta aquí tras los titubeos juveniles de sus primeras novelas ( Tierras de cristal , Océano mar ), la inquieta búsqueda de un estilo proprio ( Seda , City , Sin sangre , Esta historia ) y el progresivo desarrollo de una forma ensayística ( Barnum , Los bárbaros ). Se diría que con Emaús , Mr Gwyn y Tre volte all'alba , su última novela publicada en Italia, el escritor turinés ha hallado su modus operandi sin necesidad de reivindicar sus rasgos estilísticos.

 

Así, la construcción minimalista de la prosa se basa sobre todo en el ritmo de la frase, que aspira a la escansión poética. "Caminaba todo el tiempo por el estudio, y ni una sola vez, durante los treinta y cuatro días de permanencia en la nube sonora de David Barber, utilizó la cama." En esta frase aparece con evidencia el lugar central que Baricco asigna a la coma como pausa fónico-rítmica, fiel al modo en que el autor mismo lee sus textos. Precisamente, con el lanzamiento de su novela en Italia, la editorial Feltrinelli creó una página (www.mrgwyn.feltrinelli.it) para escuchar fragmentos del libro leídos por Baricco, en los que se impone la particular cadencia de la prosa, con el trasfondo musical sugerido en la novela.


A esta prosa cadenciosa se le contrapone un ligero velo irónico, que inscribe automáticamente al autor en su tiempo, en que toda materia narrativa, para no correr el riesgo de un exacerbado patetismo, pasa por el tamiz de una casi obligada desdramatización. A través del humor sutil se impone una distancia emotiva que deconstruye el dolor. No caben dudas, por otra parte, de que la elección del discurso indirecto libre como recurso hegemónico del narrador ("Al final , la única cosa clara que se le pasó por la cabeza fue una palabra: copista. Le gustaría trabajar como copista") no hace más que subrayar el deseo de apropiarse de los pensamientos de los personajes, según el dictamen magistral que impusiera Flaubert hace más de un siglo y sin el cual no es pensable la narrativa del siglo XX. Y por último, vale la pena notar que Baricco es un gran creador de analogías: "Se fue dejando la puerta abierta -caminaba un poco ladeada, como si tuviera que colarse por un espacio estrecho y lo hiciera para huir de todo lo que era". Cabe recordar que la analogía, así como la metáfora, fueron los recursos retóricos con que los griegos y romanos compusieron sus obras insuperables. Baricco llega a un certero uso de la analogía tras haber reescrito la Ilíada . De aquí a una prosa sentenciosa hay un paso. Baricco no la rehúye, pero esta vez, sin tomar atajos por una sensibilidad de fácil alcance, se permite ensayar algunas frases contundentes: "Todo había terminado, y ni siquiera con esa solemnidad a la que siempre tiene derecho el ocaso de las cosas".

 

© Alejandro Patat, ADN La Nación