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Un homenaje al más grande de los narradores

Periodista:
José María Guelbenzu
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Peter Ackroyd tiene una merecida fama como biógrafo, pero, además, es un excelente novelista, lo cual beneficia notablemente al libro, tanto por la calidad de su escritura como por la atractiva comprensión del personaje y de su obra. En una ocasión califiqué a  David Copperfield  de “la novela más novela de todas las novelas” y me atrevo a decir que su autor es el novelista por excelencia del siglo XIX, es decir, del siglo en que la novela sentó su canon a partir de lo que, en el fondo, no era sino literatura popular.

Peter Ackroyd ha centrado su trabajo en dos asuntos primordiales. De una parte, es de admirar el modo en que reúne vida y obra sin dejarse llevar por una rígida interpretación biográfica de sus novelas sino que, mucho más ampliamente, acompaña el relato de su vida, de su vocación y de su ambición aplicando de manera oportuna y significativa los textos y referencias que dan cuenta de su creación y elaboración. Podríamos decir que sigue a Dickens a través de sus obras y a sus obras a través de Dickens. De hecho, el testimonio de Dickens enseñando a los Fields, sus editores americanos, los lugares donde transcurren escenas de algunas de sus novelas es el apoyo de lo que Ackroyd utiliza con habilidad a lo largo del libro. De otra parte, es decisiva la atención que dedica a lo que llamaríamos el hercúleo esfuerzo y la entrega total de Dickens a su obra, dejándose la vida en ello. No sólo por lo que respecta a las novelas sino también a su labor de editor de revistas literarias y de lector en público. La popularidad de Dickens en Europa y América se debe tanto a sus libros como a sus giras de lectura “en vivo”, a menudo de dos horas, él sólo en escena, aliviándose del esfuerzo con una copa de champán y una docena de ostras apuradas en el entreacto. El retrato de Dickens muestra la admiración que por él siente el autor, pero también el rigor con que templa esa admiración. No es complaciente, pero es luminoso. E incide con acierto en la cualidad de observador de Dickens. “El horizonte de la portentosa imaginación de Dickens era bastante limitado”, afirma; por eso la mirada que el autor concentra sobre sus escenarios y personajes es tan aguda, porque extrae todo lo que es imaginativamente significativo dentro de ese mundo limitado, lo cual, unido a una memoria fotográfica de lugares y personas cercanos y a su tremenda disciplina, da lugar a una obra tan extraordinaria. Dickens es un superviviente que nunca olvidará su pasado de pobreza y humillaciones; es testarudo, obsesivo, minucioso, no siempre objetivo. Como niño desamparado, su atención se volcará siempre en favor de los desamparados. Es un radical en lo social y un hombre de peso en la opinión pública. Ackroyd marca muy bien los tiempos de su evolución. Los inicios, marcando ya territorio con el tono satírico y el relato lineal de escenas de  Pickwicky, el tono melodramático, que incluye romanticismo y misterio, de  Oliver Twist . El cambio hacia una mayor complejidad a partir de  Copperfield , en el que también tiene que ver la aparición de una estimulante competencia (las Brönte, Thackeray...). Los miedos del pasado, las decepciones familiares (que no la falta de amor por ellos) que van oscureciendo cada vez más sus temas ( Casa desolada , Grandes esperanzas ), la injusticia social que ve a su alrededor... La evolución de su vida y obra va apareciendo ante los ojos del lector paso a paso, de manera fascinante, porque Ackroyd consigue –y este es su gran mérito– colocarnos en la perspectiva del escritor sin perder la distancia que se exige al biógrafo.

“En cuanto a la tranquilidad, algunos desconocemos el significado de esa palabra”. Lo que corresponde a esta afirmación es la entrega, tanto a su obra como a su público, que lo adoraba.

Pero su vida no es sólo una dedicación que acabó por agotarlo; es también el desasosiego íntimo que le hace pasear, salir de casa, internarse en la noche, las caminatas de kilómetros, el corsé de la vida doméstica, la tremenda separación de Catherine, la decepción de los hijos –salvo Henry– y el cariño con que los apoya a pesar de todo. Este libro es, en verdad, una vida contada, y de nuevo agradecemos que Ackroyd sea novelista y sea a la vez tan riguroso. Su lectura es el merecido homenaje que podemos rendir, dos siglos después, al más grande de los narradores.

(Sobre “Dickens. El observador solitario”, de Peter Ackroyd, que Edhasa publicará en la Argentina en marzo) JOSe MARiA GUELBENZU © babelia, 2012