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Arte y misterio

Periodista:
Rogelio Demarchi
Publicada en:
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El arte está lleno de misterios. ¿Por qué un artista es reconocido y otro no? ¿Por qué a unos la crítica o el mercado los coloca de inmediato entre los elegidos, mientras otros deambulan a merced del olvido hasta que alguien los rescata?

La viuda de los Van Gogh ( Edhasa, 2012), la primera novela de Camilo Sánchez, es una buena vía ficcional para aproximarnos a estos misterios. Recordemos rápidamente la historia: Vincent Van Gogh, uno de los más grandes pintores modernos, se suicidó a los 37 años, en julio de 1890; dejaba en poder de su hermano Theo unos 600 cuadros y un número semejante de dibujos (el resto de su producción quedaba desperdigada en varias manos); pero en vida, apenas si había vendido un par de obras, y eso que su hermano era un destacado marchand (él también lo fue antes de dedicarse a pintar).

Por la muerte de Vincent, Theo cayó en una feroz depresión que lo consumió en seis meses: murió en enero de 1891. La angustia y la melancolía eran algunas de las manifestaciones del mal del siglo, al que los franceses denominaron “ spleen ” y que conocieron, por ejemplo, a través de los poemas de Baudelaire. Atravesados por ese mal, los artistas morían jóvenes, como Vincent y Theo; se emborrachaban en los cafés junto al río, como Verlaine; o se sumergían en el submundo de los burdeles y los cabarés, como Toulouse-Lautrec.

Entonces, ¿cómo es que su nombre se convierte en “el nombre de un artista”? Fundamentalmente, por la acción desplegada por Johanna Bonger, la joven viuda de Theo, cuyo objetivo fue poner en valor su pintura.

Johanna escribió un diario durante gran parte de su vida, al que cada tanto releía y “podaba” para dejar lo esencial, es decir, material que otros pudieran leer; el resto, páginas que sólo le habían servido para entender lo que estaba viviendo, lo arrojaba al fuego.

Alrededor de ese diario gira la novela de Sánchez. Allí está el descubrimiento que hace Johanna tanto de la pintura como de la palabra de Vincent, porque también será ella quien seleccione y edite esa bella y dolorosa correspondencia fraterna que se conoce como Cartas a Theo (en librerías puede encontrarse una edición de Alianza de 2008). “Van Gogh escribe como pinta”, escribe Johanna.

En cuanto a la difusión de sus cuadros, aquí están las estrategias y los reducidos presupuestos económicos con que definió las primeras exposiciones y las relaciones con los primeros críticos que hablaron bien de su obra. Un dato no menor: Vincent la guía, porque sus cartas demuestran que sabía cómo vender sus cuadros.

También hay una muy interesante conjetura, que se desliza de la realidad de sus palabras a la ficción que teje Sánchez con ellas: Johanna llega a sospechar que la obra de Vincent no fue aceptada de inmediato no porque fuera un pintor malo, sino porque sus virtudes podían depreciar el alto valor de mercado que habían conseguido los impresionistas. Si esto fuera así, podríamos decir que en el arte hay misterios que saben tener su precio.