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"Para mí Van Gogh fue primero un escritor y luego un pintor"

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Vengo de una familia de mujeres intensas", afirma Camilo Sánchez, periodista y escritor, autor de La viuda de los Van Gogh, una novela centrada en la figura de Johanna van Gogh Borger, cuñada del pintor y viuda de Theo a los 28 años. Johanna es la artífice del éxito póstumo de su cuñado Vincent. Cuando parecía que ya se había dicho todo sobre la figura casi mítica del pintor que murió sin reconocimiento, Sánchez pone el eje en un personaje lateral y lo convierte en protagonista resignificando la historia de los hermanos que, atrapados en un círculo simbiótico, mueren con seis meses de diferencia. Vincent se suicida y Theo se deja morir.
En diálogo con Tiempo Argentino, el autor habló de la cocina de su novela, de su relación con el oficio de escribrir y de la escritura como forma de conocimiento.

–Es muy difícil decir algo nuevo sobre Van Gogh. ¿Cómo surge esa vuelta de tuerca que es Johanna, la protagonista de la novela?
–Se encadenaron varias cosas. Vi un documental de la BBC en el que se hablaba de esta mujer como la que había dado a conocer la obra de Van Gogh. Luego, me fui de viaje a los Estados Unidos por trabajo y me quedé atascado en Nueva York con poca plata. Me había llevado para leer las Cartas a Theo. En ese libro encuentro el dato de que Theo había muerto seis meses después que su hermano y que a los dos años y medio de la muerte de Vincent ya se había hecho en Amsterdam una muestra de envergadura en la que también se exponían sus cartas. Es decir que alguien había visto que las cartas eran el cuerpo teórico de la obra de Van Gogh, quien escribía muy bien sobre lo que hacía. Sobre estos datos reales me monté para inventar mi Johanna, para añadirle todo lo que me pareció. Lo hice un poco por admiración y otro poco por envidia, porque alguien que convive años con un cuadro como La noche estrellada sobre el Ródano me producía envidia y también agradecimiento, porque se  había hecho cargo de ese legado y lo había hecho bien, con elegancia y con altura. Había llevado a Van Gogh a donde él quería estar, fundamentalmente a los museos. Yo vengo de la crítica teatral, de haber hecho algún curso con Juan Carlos Gené. Cuando alguien pasaba a hacer una escena, él inmediatamente preguntaba: "¿Cuál es la línea de acción?" La respuesta a esta pregunta era una breve explicación sobre qué era lo que esa persona estaba proponiendo. Yo tenía claro en este caso que lo que iba a contar era la forma en que Johanna había dado a conocer la obra de Vincent. Por supuesto, también se me planteó qué se podía decir de nuevo sobre Van Gogh, por eso marco la cancha y la novela comienza la tarde en que Vincent muere, cuando Theo regresa del entierro.
–Esta es tu primera novela.
–Sí, creo que cada historia exige un formato diferente. Me parecía que esta encajaba bien en el formato novela. Como estaba muy entusiasmado con el proyecto, estaba leyendo La preparación de la novela, de Roland Barthes. El libro me impactó mucho, sobre todo las 50 páginas que le dedica al haiku como primer indicio de la novela. Para él, la novela no sería más que la profundización de un haiku. Mi haiku mental era que una mujer sola entre Theo y Vincent arma la historia. Luego, el trabajo consistió en investigar, en meterme en los intersticios de la vida de este personaje y ver qué iba pasando. Me divertí mucho haciéndolo.
–Creo que en la novela sorteaste el riesgo que suelen correr algunos periodistas que hacen literatura, que es "novelar" un material informativo, es decir, tratar de "embutir" información en un determinado formato.
–Gracias. Yo creo que estoy "empatado" con el oficio, agradecido al oficio que elegí, que me obliga a leer y a escribir, que son las cosas que menos complicaciones me causan en la vida, con las que me siento más cómodo. Siempre trabajé en medios gráficos y lo hice al lado de tipos como Miguel Briante, y la verdad es que fue muy bueno trabajar con él. Trabajé también al lado de Juan Martini. Eran tipos que para escribir se sentaban en la punta de la silla con el pucho al costado de la boca y trabajaban como arrinconando las palabras, con un gran nivel de intensidad y de virulencia. Se jugaban la vida en eso. No sé si contarte una intimidad.
–Sí, contámela.
–Me da un poco de miedo, pero te la cuento. Una vez estaba escribiendo en Página, cuando todavía se escribía a máquina y tenía diez inicios de la nota hechos un bollo al costado, sin poder embocar el comienzo. Pasó Miguelito Briante, me agarró del hombro y me dijo: "Vas bien, vas bien." Quiso decirme con eso que tenía diez arranques frustrados y que estaba peleándola. Para mí fue como si me dieran las llaves de la ciudad.  Esas son las batallas de este oficio que llevo hace 35 años. Entré en Página gracias al gordo Soriano. Yo le había hecho una nota y le había llevado unos textos míos. Cuando arrancó Página, me llevó. Él iba a la redacción a cerrar. Se levantaba a las seis de la tarde y aparecía a las ocho. Por eso te digo que estoy agradecido con el oficio. Creo que fue Tomás Eloy Martínez el que dijo que no creía en quienes copiaban gacetillas en un diario y luego llegaban a la casa y escribían poemas. Me parece que siempre, sentarse a escribir es algo serio. A toda esa gente la conocí gracias al periodismo.
–Volviendo a la novela, creo que Johanna es una mujer muy particular, ¿qué te interesó de ella?
–Sí, es una mujer que conoce la espera. El año pasado hice un taller de poesía en el Borda y hablé con Guillermo Hönig, que es un jefe de Psiquiatría. Él trabajó sobre Van Gogh, tiene escritos algunos textos sobre él y se entusiasmó mucho con la figura de la cuñada, con el hecho de que haya sido una mujer la que lo instaura a Vincent, la que lo hace comenzar a jugar en las grandes ligas. Él me decía precisamente eso, que Johanna es una mujer que conoce la espera y que escucha a Van Gogh en sus cartas. Ella escucha cuando él le dice a Theo "mostrá mucho, vendé poco y vamos a llegar a los museos". Pero Teho , metido en el medio del círculo de fuego familiar, no pudo resolver esta ecuación. Ella, en cambio, estaba más afuera y pudo tomar el aire necesario para hacerlo. Hönig me decía que Johanna es una especie de Antígona exitosa. Saber escuchar es una cualidad femenina. Las mujeres saben escuchar muy bien.
–En la novela también hay una teoría de la escritura como forma de conocimiento muy profunda. Johanna convive con Theo, es la cuñada de Vincent, pero para conocer a su marido tuvo que ponerse a leer las cartas que le resultaron más reveladoras que su propia presencia.
–Sí, ella había estado cinco años con Theo, fue el amor de su vida y tuvieron un hijo, pero es cierto que para elaborar su propio duelo se queda en Holanda con las cartas y cinco cuadros. Recién después logra rescatar los cuadros que habían quedado en París y se hace dueña del legado, recién después dice "esto es para mí". Yo imaginé que ella convivió con estas cartas y que eso fue decisivo en su actitud hacia la obra de su cuñado. Cuando yo tenía 18 años, para mí Van Gogh fue primero Cartas a Theo, es decir, primero fue un escritor y luego un pintor. La escritura para mí es pensamiento. No sé pensar si no escribo. Te darás cuenta de que no soy muy brillante en las notas. Tampoco lo soy dando charlas. Pienso mejor a través de la escritura.
–En la novela está, por un lado, el diario de Johanna, en primera persona. Por otro, está la narración en tercera persona. ¿Esta distribución del material narrativo surgió así o la fuiste descubriendo a medida que escribías?
–La tercera versión de la novela era sólo el diario. Me parecía que la novela estaba terminada y no quería saber más nada. Pero me reuní con Ángela Pradelli, que me dijo que tenía una historia  increíble, pero que no hay diario que pueda sostener una tensión de novela y me dio ejemplos. Lo propio del diario es la fragmentación y la gente lo lee de esa forma, lee tres o cuatro páginas y lo deja para retomarlo después, lo lee salteado. Además, me dijo que haciendo un diario perdía algo que está en mi naturaleza y que hice durante mucho tiempo que es la crónica. Entonces volví a trabajar en la novela y, a pesar de que pensé que iba a ser un trabajo engorroso, en seis meses lo terminé. De la primera versión de la novela quedó sélo un 40 por ciento. Me gustó ir del diario a la crónica, no perder del todo lo fragmentario, porque mi fantasía era que el libro se pudiera abrir en cualquier lugar y que hubiera "alguito" para la gente. Me gustaba la idea de que que si alguien lo sacaba del estante de la librería y lo abría, aunque no lo comprara pudiera llevarse algo de él, algún fragmento.
–La viuda... es muy visual, está escrita con una prosa que tiene el rigor de la poesía y, además, es muy teatral, es una novela de escenas. De hecho, el diario de Johanna puede ser tomado como un monólogo teatral.
–Gracias, es bueno saber que una flecha que uno dispara pega en algunos lados que uno había imaginado. Yo vengo del palo de lo poético, me gustan Olga Orozco, Enrique Molina, Girri, personas a las que, por suerte, conocí. Seguramente, además, mi trabajo de tantos años en la crítica teatral abrió también mi percepción a la hora de escribir. Cuando vas a ver una obra, sabés que luego vas a tener que escribir sobre ella, o cuando vas a hacer una entrevista, estás en un estado de atención muy particular porque sabés que todo gesto puede pasar a tener estado público. Eso te obliga a "enchufarte", a ponerte lúcido. Quizá todo eso me haya hecho trabajar mejor sobre la esritura. Embocar un buen párrafo te da mucha felicidad y yo trabajo para eso. No sé si suena pretencioso y no sé cómo decirlo de manera más elegante, pero es así.  «