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Biografía de un punk ruso

Periodista:
Soledad Quereilhac
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Emmanuel Carrère (1957) es uno de los escritores más reconocidos de Francia. Ha obtenido, en 2011, el Prix des Prix, el premio Renaudot y el Premio de la Lengua Francesa por su último libro, Limónov. Si bien la prensa suele presentarlo como "novelista", lo cierto es que hace quince años que ha dejado de publicar novelas, para adoptar el género del non-fiction en su versión más eficaz, literaria e inteligente, y del queLimónov es, por cierto, un resultado notable. Porque a pesar de que su personaje principal parece salido de la imaginación de un punk nostálgico, se trata de una biografía del escritor ruso Eduard Veniamínovich Savenko (1943), luego rebautizado Eduard Limónov, basada en los libros que publicó desde la década de 1980 en Francia y en Rusia, en breves entrevistas que mantuvo con él y en el conocimiento sobre la cultura rusa que Carrère ha adquirido tanto en la universidad como en su propia casa, dado que es hijo de una especialista en historia de Asia.

 

 

De corte claramente autobiográfico, de una sinceridad apabullante, los libros de Limónov en los que se basa Carrère -entre ellos, Soy yo, Édichka , de 1979, publicado por primera vez con el título de El poeta ruso prefiere a los negrazos ; Historia de un servidor , 1981; Tuvimos una gran época , 1987- podrían hacer redundante la empresa de un francés, apenas más joven, que se propone volver a narrar lo que él ya ha narrado de su propia vida. Pero el juicio sería errado. El libro de Carrère es mucho más que una biografía; es un logrado ejercicio de traducción, porque los libros de Limónov trazan un nuevo mosaico con la relectura cronológica y porque se iluminan ahora con las preguntas que les hace Carrère, así como con la fascinación, la irritación y la incógnita que este personaje tan particular despierta en el autor francés. Asimismo, es un libro sobre la historia de Rusia desde la Segunda Guerra Mundial hasta el presente, vista desde dos perspectivas que dialogan: en primer lugar, la mirada de Limónov, hijo de un carcelero y una ama de casa, que pasó de aspirar a ser militar del ejército rojo a convertirse en poeta del underground moscovita y luego en maleante, que fue mendigo y mayordomo en Nueva York, escritor famoso en París, miliciano en el bando serbio durante los noventa y finalmente líder del Partido Nacional Bolchevique. En segundo lugar, la mirada del propio Carrére, que se presenta, sin indulgencia, como un " bobo " (burgués bohemio) parisino, un universitario que no se ha movido demasiado de su origen social, simpatizante de la derecha en su juventud y luego socialdemócrata, que no comulga con las ideas de Limónov pero que no puede dejar de ver reflejadas en su vida todas las contradicciones del comunismo, frente a las cuales, empero, el capitalismo occidental no puede oponer ninguna superación.


Carrère ha logrado en su libro aquello que desean los lectores que siempre quieren creer en la literatura (sea de ficción o de no ficción) y también, el ideal de toda literatura con un componente moral, componente que nada tiene que ver, claro está, con las moralinas: ha logrado representar a un "otro" dándole auténtico aire en sus páginas, pero sin dejar de evidenciar que su representación también habla de sí mismo. Carrère ha conseguido no juzgar a su personaje y respeta el pacto de acercarse lo más posible a la "visión de mundo" de su protagonista. Acaso no muchas novelas puedan mantenerse en ese plano del compromiso con el lector y, en todo caso, en la ficción, siempre queda el recurso de amoldar el personaje a los criterios de la que uno está dispuesto a contar. No es el caso de Limónov, cuyas acciones claramente fascistas durante su combate en Sarajevo -adonde acudió convencido de que allí se jugaba una recuperación del mundo que él había conocido en la infancia- obligaron a Carrère a abandonar durante un año la escritura del libro. Afortunadamente, retomó la tarea, acaso porque Limónov es, además de esa faceta tardía, muchas otras cosas.

 

A lo largo del libro, el autor apela a la conjunción de varios nombres propios para definir la personalidad, la literatura y la militancia política de Limónov: al entrevistarlo, lo ve como una mezcla de Houellebecq, Lou Reed y Cohn-Bendit; al leer sus diarios, cree que podrían haber sido escritos, también, por Charles Manson o Lee Harvey Oswald. Pero en ningún momento menciona a Charles Baudelaire y si hay algo que recuerda la intensa violencia que siente Limónov ante la desigualdad y las falsas "buenas conciencias", es un texto como "Aticémosles a los pobres", de Spleen de París , en el cual el narrador agarra a golpes de puño a un mendigo que le pide limosna, éste se defiende apaleándolo a su vez, y hacia el final, exhaustos, el narrador le dice: "Caballero, es usted mi igual, concédame el honor de compartir mi bolsa conmigo". La violencia como única forma de igualación, como recurso desesperado frente a una estructura que no se puede cambiar, es una característica que reaparece en el singular escritor ruso, también con ese raro componente moral que impide que escenas como la anterior sean leídas desde el llano matonismo.


Una de las anécdotas que mejor retratan su actitud híbrida entre el punk y el socialismo, acontece en un congreso internacional de escritores, en Budapest, donde se lo trató de intelectual prestigioso. "Eduard declaró que él no era un intelectual sino un proleta, y un proleta receloso, no progresista, no sindicado, un proletario que sabe que los obreros son siempre los cornudos de la historia. [?] Por la noche, en el bar del hotel, asestó un puñetazo en la jeta a un escritor inglés que había hablado mal de la Unión Soviética". Curiosamente, al regresar a la Rusia de la perestroika, convertido en escritor famoso, los "proletas" no le dirigen la palabra en el tren, mientras que a aquellos encumbrados "que acceden a conversar sólo le gustaría partirles la crisma".

 

Nada más novelesco que la vida de este fundador del tardío Partido Nacional Bolchevique, que se jacta de no haber sido "nunca un disidente, sólo un delincuente" y que vive con honor sus numerosas estadías en la cárcel por oponerse a Vladimir Putin, figura que, paradójicamente, es para Carrère una especie de "doble" poderoso. Su naturaleza novelesca es, vale aclararlo, igual a la de los personajes del mejor realismo del siglo XIX: su vida sintetiza una densa historicidad, una verdad contradictoria, no resuelta, sobre la historia del siglo XX.

© Soledad Quereilhac, ADN La Nación