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Entrevista al escritor Emmanuel Carrère

Periodista:
Valeria Manferto de Fabianis
Publicada en:
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¿Puede una vida cifrar parte de la historia de un país? Solo si un escritor lo decide y se apodera de ella, ya que ninguna vida tiene sentido a priori, sobre todo para el que la vive. Además, sobre el final de Limónov, cuando Emmanuel Carrère lo visita por última vez, Edouard Limónov concluye que él tuvo verdaderamente una “vida de mierda”. Hay años luz entre el hombre que vivió una existencia en la cuerda floja perdiendo a las mujeres que amó, pasando temporadas en prisión o en la clandestinidad por estar fichado por los defensores de Putin –igual que la periodista Anna Politkovskaya y el ex oficial del servicio de contraespionaje Alexandre Litvinenko, ambos asesinados–, y el escritor francés seguro de sus amigos, de su familia, de su éxito y de su confort. Emmanuel Carrère, el espectador que disfruta de su tranquilidad burguesa europea, encontró allí antes que nada al héroe novelesco que buscaba. Básicamente, el ego frágil o hipertrofiado (a veces es muy parecido) de un niño nacido en el absurdo totalitarismo soviético y que se empecinó en vivir con una elegancia y un brío desafiantes de todo límite, toda restricción y toda norma.

 

Nacido en Ucrania en 1943, delincuente juvenil, poeta under, Edouard Limónov se exilia en Nueva York en los setenta. Frecuenta el jet-set, después la calle, después consigue trabajo como mayordomo de un millonario. En París, en la década del ochenta escribe para L’Idiot International, diario de izquierda patrocinado por Simone de Beauvoir que se publicó entre 1969 y 1994, y frecuenta el teatro y club nocturno Under Palace vestido con uniforme de oficial del Ejército Rojo. Se cruza allí por primera vez con un Emmanuel Carrère que ya empezaba a mostrar signos de fascinación por el personaje. Vuelve a Rusia, participa en la guerra de Bosnia del lado de los serbios, después pasa a Chechenia. Mientras tanto, funda el inclasificable Partido Nacional Bolchevique –imaginen más o menos la extrema derecha y la extrema izquierda, reunidas–, oponiéndose a Putin, lo que le valdrá ir a prisión… Esto no es más que un pálido resumen de Limónov, formidable, vertiginosa, apasionante novela rusa del tiempo en que la locura de Rusia parecía haberse acelerado después de la Perestroika.

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¿Por qué Edouard Limónov?
Emmanuel Carrère: Su vida es una suerte de supernovela de aventuras, muy excitante para ser contada. Lo único en común de nuestras dos infancias es nuestra pasión por Alejandro Dumas. Limónov tiene un historial caótico. Soñaba con una vida que se pareciera a la de Lawrence de Arabia y que, de hecho, se convirtió en bizarra, siempre del lado indebido: el de los rechazados del sistema, allí donde las cosas no andan, donde se llega a callejones sin salida. Al mismo tiempo, su vida atraviesa las zonas lúgubres de los últimos veinte o treinta años. Yo quería escribir sobre la Rusia poscomunista y pensé que él podría ser un buen personaje conductor para narrar esta historia increíble.

 

¿Se encontraron con frecuencia?
Todos los días durante dos semanas. Retrospectivamente, estoy contento de que esos días pasados con él no hayan permitido desarrollar una relación de mayor proximidad, que habría complicado las cosas. Él no hizo nada por seducirme. En el libro, yo oscilaba entre amarlo en ciertos momentos y odiarlo completamente en otros. Eso fue uno de los motores. Si hubiera tenido un sentimiento de amistad por él, habría estado tentado de convertirme en su abogado. No escribí un alegato en favor de Limónov: presenté a un personaje real pero extremadamente novelesco cuya vida permite atravesar tramos de historia poco conocidos. Por lo que sé, no existen libros importantes sobre el poscomunismo.

 

¿Se arrepiente él de su compromiso con los serbios?

No, siempre creyó tener razón. Él está regularmente del lado de lo peor y, al mismo tiempo, tiene cualidades encomiables, lo que lo convierte en un formidable personaje novelesco.

 

Su Partido Nacional Bolchevique está en el límite del sistema democrático; para muchos, es directamente fascista…
Lo de ese partido es muy complicado. Es una forma de contracultura: una entidad político cultural bizarra, un partido de punks, algunos de los cuales son fascistas. A esos no los he visto. Otros con los que me encontré son personas muy simpáticas, abiertas, cuyo radicalismo político estaría más cerca del grupo del grupo anarquista Tarnac que de la derechista Acción Francesa. Al trabajar ese tema, tomé conciencia de la increíble cantidad de opiniones contradictorias que se tienen sobre ellos. Los rusos que conozco hablan de ellos como gente divertida, idealista y valiente, pero sin embargo no querrían que estuvieran en el poder.

 

Se puede ver a Limónov como un verdadero canalla. Sin embargo, en el libro, evitás juzgarlo. En el fondo, ¿qué pensás de él?
No he dejado de cambiar de idea sobre él. Lo he visto vivir en la clandestinidad; vivía en cuatro departamentos distintos con guardaespaldas y, al mismo tiempo, participaba de las fiestas más elegantes, como una estrella mundana. Yo no entendía nada. Son estas paradojas, a priori contradictorias, las que me llevaron a escribir sobre él. El desencadenante fue una anécdota que él cuenta: en la cárcel sobre el Volga donde estuvo preso, los lavabos de acero eran los mismos que los del hotel de lujo construido por el diseñador Philippe Starck en Nueva York, donde lo alojaba su editor norteamericano. Está orgulloso de haber conocido estos extremos en su vida y yo me he cruzado con poca gente con una existencia de tamaña amplitud.

 

¿Llegaste a entender su gusto incesante por la acción, la violencia, la guerra?
Él ama eso profundamente. En los momentos en que me conmueve, tengo la impresión de estar frente a alguien obstinado y corajudamente fiel a un sueño de muchachito enclenque que se hacía romper la cara en el recreo y que se decía: “más tarde ellos tendrán una vida de campesinos y yo llevaré una vida de aventurero y me los cogeré y seré un cabecilla e iré a la cárcel y los asombraré a todos por mi coraje en la cárcel”. Debe haber soñado con ser condenado a muerte… Creo que siempre vivió así. Siempre pagó el precio –ir a prisión a los sesenta en una cárcel de presos comunes no es algo agradable. Un tipo con su inteligencia y su talento habría podido triunfar perfectamente bien en la vida según criterios más convencionales. Habría podido hacerse rico y famoso. Pero, en el fondo, hay algo en él que va hacia las elecciones más caóticas. Es un perdedor magnífico.

 

¿Y como escritor?

Su obra tiene algún valor, aun si no es un escritor mayor. Soy yo, Édichka, Diario de un fracasado o Historia de un servidor son muy buenos libros en el género trash punk, tan buenos como los de Bukowski. Con su mitología de reviente rockero tiene todo para lograr el estatuto de un autor de culto.

 

¿Por qué no abordaste tu propia historia con Rusia en este libro?
Ya he contado la historia de mi madre y de mi abuelo a fondo en Una novela rusa. Además, cronológicamente, no se corresponde con la vida de Limónov.

 

De la vida de Limónov, ¿qué es lo que más te impresionó?
Para mal, la parte bosnia. Ese rol de periodista dudoso que se excita portando armas y tirando me parece grotesco. Después, verdaderamente hizo la guerra –en el lado incorrecto, lo que desapruebo, pero la hizo. Para bien, me impresionó su temporada en prisión. Su energía y su coraje fueron admirables. En el fondo, creo que lo disfrutaba. Estaba muy unido a los tipos con los que estuvo encerrado, al punto de escribir sus historias. Es alguien que vive su vida como una novela y que se debía decir lo mismo viviéndola que yo escribiéndola: ¡qué capítulo formidable! Porque para mí fue muy gozoso escribir este libro.

 

Al final del texto hay un paralelo con Putin, a quien sin embargo Limónov se opone…
Vienen del mismo medio social, ambos se sentían orgullosos del comunismo y preferían ignorar el gulag porque para ellos lo esencial era que Rusia hubiera vencido a Alemania. Tienen una misma visión del mundo: el derecho del más fuerte, el rechazo de todo tipo de sentimentalismo, el considerar todos los temas de la democracia y de los derechos humanos con un levantamiento de hombros. Si Limónov no se hubiera puesto en una posición opositora, Putin debería ser su héroe. Que Putin le diga a Occidente “me cago en ustedes y ustedes no nos dominan ni se aprovechan así de nosotros” es la razón de su gran popularidad en Rusia. Lo que aparece como típicamente ruso en Limónov es su lado extremo, como un personaje de Dostoievski.

 

Es capaz de autodestruirse…
¡Salvo que siempre se recupera! Su capacidad vital es fascinante. En el fondo, es un personaje muy nietzscheano, que quiere darle estilo a su vida. No me siento en absoluto parecido a él. Lo que es interesante cuando se escriben libros es la inmensa cantidad de maneras distintas de vivir la condición humana. Y lo que me interesa es mirar aquellas que son más distintas de la mía, al tiempo que necesito colocarme en una esquina del cuadro para mostrar desde dónde miro.

 

© Nelly Kapielian, Los inrocks