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Entrevista a Germán Maggiori sobre Entre Hombres, un policial sin falsa modestia

Periodista:
Pablo Chacón
Publicada en:
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Cómo pensás que se leyó Entre hombres cuando salió y cómo pensás que se leerá ahora?

Cuando salió se leyó bastante poco, debo decir. Alfaguara había armado un lanzamiento bastante importante en México, organizaron la ceremonia de entrega del premio en el palacio de Bellas Artes con un montón de gente y me pasé cinco días dando entrevistas a los diarios, la radio y la tele como si fuera Gardel. Cuando llegué acá la cosa se apagó de golpe, hubo muy poca prensa y el clima era otro. Era agosto de 2001, la novela ponía en imágenes muy explícitas la parte más atroz de la realidad; era como llevar a un moribundo a una visita guiada por la morgue. Igual sobrevivió, la novela, digo, y se puede seguir leyendo como lo que en realidad es: un policial. Creo que la intriga, el vértigo, la violencia y el humor siguen estando ahí.

 

Es cierto que se respira un aire de época, pero ¿es tan distinto al actual?

Sí y no. El clima no es el de derrumbe inminente que se percibía entonces. La tensión con la que recuerdo esa época, particularmente en el conurbano, donde vivía, cambió de sentido. Antes, esa tensión era de abajo hacia arriba, hoy sucede lo contrario. Por otro lado, lo que sí noto es una degradación del mundo marginal que encarnaban los personajes de la novela, que es consecuencia, entre otras cosas, de la degradación de los tóxicos que se consumen. Las grandes bandas de chorros hoy perdieron terreno en manos de los pibes chorros y motochorros, y eso es obra del paco y los transas que lo mueven en las villas. Se perdieron códigos, grados de organización y la poca dignidad que quedaba. Hoy, los cementerios de los barrios pobres están llenos de tumbas de chicos, adolescentes o preadolescentes, víctimas directas o indirectas de estos vicios. Lo que nunca cambia es la ausencia del Estado, o su presencia intermitente, como dice Auyero. Y la cana, que sigue tan violenta y corrupta como entonces.

 

¿Cómo fue la construcción de los personajes? ¿En la calle, dando vueltas, eran conocidos?

Hay dos tipos de personajes: están los pibes, una banda de faloperos inofensivos, que eran personajes que podían ser parte de mi entorno de entonces, parte de esa generación a la que el menemismo supo anestesiar abriendo la canilla de la merca. Y por otro lado están los chorros y los policías para los que, como diría Borges, tuve que documentarme. Sobre todo para poder apropiarme de una experiencia y una voz que me eran ajenas, y que de esa apropiación surgiera un texto verosímil. En ese proceso de “documentación”, a veces estuve inmerso en situaciones complicadas; hoy me parece una locura, y la única manera que me atrevo a contarlas es desde la ficción.

 

Entre hombres parece indicar que no hubiera mujeres. Sin embargo, buena parte de la novela gira alrededor de la ausencia o el exceso de mujeres. ¿Esto es así?

El universo de los hombres de la novela es de alguna manera también el de los gauchos matreros de la gauchesca o el de los cuchilleros de las orillas de Borges, o el de las “fieras” de Arlt, esos mundos bárbaros comparten, entre otras cosas, la indiferencia por el género femenino, su ninguneo y cosificación. La mujer es vista como un estorbo o una oportunidad donde saciar una necesidad física circunstancial. Pero esa irrelevancia de lo femenino es solo aparente. En el comienzo de la novela, por ejemplo, hay una orgía que está en buena medida narrada desde la subjetividad de una prostituta adolescente y me parece que en esa corta intervención está condensada y justificada la importancia del género femenino, Yiyí es la más digna de todos los personajes. Esto lo vio muy bien, y me lo hizo ver, Elsa Drucarroff.

 

Pensé en Ellroy, un Ellroy sacado, atravesado de humor negro. ¿No podría ser “Entre hombres” un policial donde el humor juega el papel de tornasol para situaciones insoportables?

Sí, totalmente, el humor es una necesidad constante para sobrellevar la crudeza de ese mundo, y en general apelo al humor para descomprimir situaciones narrativas que, por naturaleza, tiendo a llevar a extremos insoportables. A veces siento que sin esa cuota de humor, el lector me abandonaría, mi “yo” lector abandonaría a mi “yo” escritor si no fuera por esos eventuales chispazos.