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Ricardo Piglia: letra y capital

Periodista:
JM Ulrich
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La reciente publicación de su novela, “El viaje de Ida”, fue la excusa que disparó el intercambio que sigue con el autor de “Respiración Artificial”. En el patio trasero de Tecnópolis, luego del trajín del día de charlas y exposiciones, mantuvo con Los Andes una conversación sin desperdicio.

-¿De qué manera opera desde su punto de vista la disyuntiva entre el concepto de “producto” y de “obra?

-Desde el punto de vista de un artista o un escritor creo que son dos cosas distintas, que no deben ser confundidas. Cuando uno termina un libro se convierte en otra persona, la que luego se ocupa de poner en circulación ese material. En general es mejor no incorporar esa figura en el momento en que se escribe.

También existen los artistas que incluyen dentro de la forma de sus obras a los sistemas de distribución, sobre todo en las artes plásticas, pero pienso que es muy importante poner la discusión no sólo en la producción artística, sino en la forma en que se distribuye.

El relato sigue, apasionado y apasionante: “En este sentido las nuevas tecnologías están cambiando algo que ha sido la base del arte contemporáneo. Por ejemplo, la literatura contemporánea separa al escritor del lector, y a ellos del editor, y a todos ellos del crítico.

Ahora todo eso se mezcla y se une en una misma persona muchas veces: el que escribe sus textos, los sube a Internet y luego los comenta... Las figuras que antes estaban en lugares diferentes, hoy se empiezan a unir.

-¿Haciendo más difícil distinguir el valor de cada obra?

-Claro, y el enigma de quién es el artista y también de qué clase de arte se trata... Antes había ciertos circuitos que legitimaban. Exponías en determinadas galerías o museos, o publicabas en determinadas editoriales, y eso aseguraba la obtención de un prestigio mayor. Hoy esto está cambiando.

Se construyen más figuras de escritores que obras de escritores. No sólo tiene que ver con una cuestión de cinismo de los artistas, o de escepticismo o fascinación del público con las figuras, sino que los medios difunden más rápido las figuras que los textos, o más rápido las interpretaciones de las obras, que las obras en sí mismas.

Como si la obra sirviera básicamente para ser interpretada. La paradoja se da entre una crítica que está perdiendo prestigio pero que también se democratiza.

-Al mismo tiempo Buenos Aires se dio un fenómeno que permitió que florecieran numerosas editoriales chicas y originales, ¿pudo seguir este proceso?

-Sí, los chicos ya no le dan tanta importancia a los suplementos culturales oficiales como podrían ser Ñ o ADN, que son los sistemas clásicos de legitimidad. Los lugares en donde se gestan los nuevos artistas y las nuevas obras sucede en otro lugar ahora, y después la gente de los suplementos conecta con eso... Estoy muy interesado en el fenómeno. Sobre todo de las nuevas editoriales que surgieron a partir de 2001.

Allí se plasma cómo la cultura argentina tiene la particularidad de hacer “con lo que hay”, aquí nunca podemos esperar las mejores condiciones porque sino nunca hubiésemos hecho nada. Las pequeñas editoriales como Eloisa Cartonera, empezaron en plena crisis, cuando las grandes corporaciones españolas empezaron con políticas cada vez más suicidas de producción de Best Sellers y dejaron un espacio para que la buena literatura comenzara a circular por otros lugares. Pienso en La Bestia Equilatera, Eterna Cadencia, Mansalva... Es un fenómeno muy interesante... Otra cuestión interesante es hacerse la pregunta: ¿cómo se ganan la vida los artistas? Una pregunta que generalmente no se hace, y ¡sobre todo en este país! (risas).

Porque no sólo se trata de ideales estéticos, hay también cuestiones materiales que están en juego. Porque al mismo tiempo se están poniendo en cuestión tradiciones muy largas de propiedad privada, en el lenguaje no hay propiedad privada, usamos el lenguaje entre todos y lo volvemos a poner en circulación, con las nuevas tecnologías esto se profundiza.

-¿Llega a percibir en esta situación un posible cambio de narratividad?

-Lo que veo ahí es una tensión entre narración e información, creo que ése es un poco el punto formal de discusión ahora. Facebook busca que la información sea filtrada por un sistema en donde el sujeto pueda participar en la experiencia, porque uno tiende a ver la información como algo externo, con lo que no tiene nada que ver.

Me parece que estos sistemas y el hecho de que la gente comparta la información entre ella, es una forma espontánea, casi anarquista, de construir un modo en que la información no nos abrume. Es un sistema de defensa contra la presión infinita de las informaciones que están todas en un mismo plano. No tengo Facebook, pero me gusta la forma que tiene, una forma de funcionamiento muy compleja.

En este sentido el capitalismo está generando una forma de circulación que va en contra de sus propios principios, la lógica de la proliferación tecnológica está atentando contra la propiedad privada, uno baja discos, es una suerte de enorme consumidor pero con el problema de que no paga...

-Y esto crea contradicciones...

-Sí, porque no es un grupo socialista o un grupo anarquista, sino que es la propia dinámica, la propia lógica de crecimiento del capitalismo lo está llevando a poner en cuestión su propia base. Un muy amigo mío, Roberto Jacoby, me decía que se acabaron los CDs, y acaba de sacar un disco de sus canciones con Virus en una piedra con un Pen Drive... Primero teníamos los discos de larga duración, después tuvimos que pasarlos a CD y ahora al archivo, el capitalismo se renueva de manera increíble, se reproduce como una suerte de mutante darwiniano...

-En su última novela, “El viaje de Ida” (Anagrama), ubica a su alter ego en un campus universitario de la élite norteamericana, lo que le permite abordar de forma tangencial este tema del capitalismo y la producción cultural.

-Digamos que ese ambiente funciona como un ejemplo de un grupo social que se considera como uno de los que dirige todo eso, alimentando aún sin quererlo esa misma lógica, porque el capitalismo produce muchas cosas desdichadas pero tiene una gran creatividad.

Cuando se pone a crear cosas nuevas no hay quién lo pare, hasta los capitalistas se ponen nerviosos y lo que hacen últimamente es tirarnos el problema a los artistas, a los escritores, haciéndonos la pregunta de “cómo vamos a ganarnos la vida”. Para mí lo principal es que la gente lea mis libros, que circulen... Tratan de desplazar el problema y son los editores los que están nerviosos, no los escritores. Pero me parece que es una lógica que no debemos pensarla en términos individuales.

-En ese libro retrata ese capitalismo mutante inspirándose en el terrorista interno que fue el Unabomber.

-Sí, transmito esa idea a través del manifiesto que el serial killer hace publicar bajo amenaza de seguir matando gente. Al ser un lugar de producción cultural y de legitimación, estos campus, aunque hagan todo lo posible por no parecerlo, por mostrarse incluso hasta arquitectónicamente aislados, están atravesados por la realidad social que los rodea. Es esa tensión que busca reflejar la novela. Una tensión subterránea que se filtra por los rincones de las aulas y las sombras de los parques.

Y el terrorista individual es una representación de la forma de vida norteamericana, en donde todo es individual. No es como en América Latina que si a uno lo despiden injustamente muy probablemente los compañeros organicen una manifestación de forma de protesta, allá uno agarra un arma automática y va al lugar de trabajo a producir una masacre.

-¿Qué siente cuando ve que surge un tal Richard Piglia, un falso perfil de Facebook que lo parodia?

-No me gusta. No quise verlo. Mis amigos lo ven y me cuentan. No parece estar realizado con mala intención. Pero creo que es algo muy curioso que alguien quiera vivir la vida de otro, y no la vida que yo me podría inventar... Me parece un poco triste... Más allá de eso, mi intención no es prohibirlo, sí avisarles a mis amigos que yo no tengo Facebook y que se sepa que es alguien que está haciendo “de cuenta”...

Porque aquí el problema que nos persigue siempre es quién censura... Hay mucha libertad, mucho anarquismo, está bien... Pero como los capitalistas se ponen nerviosos, lo que terminan haciendo es tirarnos el problema a los artistas, a los escritores, haciéndonos la pregunta de “cómo vamos a ganarnos la vida”. Para mí lo principal es que la gente lea mis libros, que circulen... Y también hay un punto en donde uno se ve perjudicado, pero no se va a volver policía por eso.

-¿No puede interpretarse como una forma de la parodia, remitiendo a su artículo de Crítica y ficción?

-Pero es difícil para uno ver la parodia de sí mismo. Uno puede parodiar a los demás, pero parodiarse a sí mismo es un arte... En este sentido recuerdo los numerosos casos en que María Kodama recurrió a los tribunales contra obras nuevas que juegan con los formatos de cita y reapropiación simbólica. El caso de la Pablo Katchadjian con su “El Aleph engordado”, por ejemplo. Allí ella simplemente no quiere que se use el nombre de Borges sin cobrar algo.

Hoy en día hay mucha reutilización de los formatos anteriores, también recuerdo “El Martín Fierro ordenado alfabéticamente” del mismo autor, está muy bien... Son formas que quizás sean renovaciones, una manera de modificación de la tradición cultural, que tiene que ver con el plagio y con el uso de la tradición como si no le perteneciera a nadie... Sin ir más lejos Borges mismo escribió “Biografía de Tadeo Isidoro Cruz”, la biografía de un personaje del Martín Fierro.

Siguiendo la lógica Kodama los descendientes de Hernández deberían cobrar por los derechos de su antepasado sobre ese personaje...

© JM Ulrich, Los Andes