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"No pareces militar"

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A lo largo de casi todo el siglo XX los integrantes del Ejército Argentino se han casado con mujeres que tenían perfiles que se complementaban con las actividades profesionales de sus maridos. Se encargaban de proveer sustento afectivo, criar a los hijos y mantener el orden doméstico en los diferentes destinos militares.

En su gran mayoría estas mujeres no tenían formación profesional o realizaban actividades laborales que les permitían adecuarse las exigencias particulares de la vida militar, como la movilidad geográfica y la vida en barrios militares. Las hijas, hermanas, primas, amigas de novias o de esposas de otros militares siempre han sido las primeras candidatas a ocupar este lugar.

Esta imagen de la mujer-complemento del militar perdura hasta la actualidad. “La esposa del militar. La mejor camarada”: así titulaba la revista Soldados (nº158) un artículo de agosto del 2009 que comenzaba de este modo: “Dentro del ambiente militar, la esposa es un ícono preponderante e indiscutido que marca el camino en cada una de las acciones de estos hombres de armas”.

En el artículo, la esposa de un militar dice: “Uno trata de ayudar porque el sueldo no alcanza y las necesidades siguen siendo las mismas. En lo económico, la vida militar es áspera, uno empieza a trabajar para colaborar y de pronto sale un pase inesperado”. Algunas mujeres valoran estas exigencias: “Yo después de dos años sin movimiento, me aburro y empiezo a cambiar los muebles de lugar. Uno se acostumbra mucho a escuchar ‘Gorda, me salió el pase a la otra punta del país’ y con la mejor cara, empezar a embalar las cajas”.

Cuando el poder político y el prestigio social del Ejército todavía no se habían debilitado, los oficiales jóvenes ocupaban un lugar de privilegio en el mercado matrimonial argentino. El casamiento con un oficial podía representar una vía de acenso social y de acceso a prestigio y poder.

Pero este escenario se transformó en las últimas dos décadas: el interés que el Ejército despertaba en las clases medias profesionales y en las clases altas sufrió una fuerte decaída y se desplazó hacia las capas más bajas de las clases medias y a los sectores populares. Y a esto se sumó el hecho de que los casamientos de militares con mujeres que no se ajustan al modelo de la complementariedad son cada vez más generalizados, lo cual generó dificultades en la disponibilidad y predisposición para los cambios de destino y también amplió el abanico de sus relaciones sociales.

Manuel, un oficial de 37 años, cuenta que en una cena con amigos de su esposa de la universidad, uno de ellos se acercó y le dijo que estaba sorprendido de su personalidad, su informalidad y su simpatía. Y agregó: “no parecés militar”.

A Manuel este comentario no le llamó la atención: muchos camaradas suyos le habían contado anécdotas de situaciones similares. Para Manuel estas situaciones responden al hecho de que en la sociedad argentina existe una imagen muy estereotipada del militar: “en la televisión hace mucho tiempo había un programa donde aparecía un personaje que era el coronel, creo, o el almirante, que era el interventor del canal, entonces el tipo aparecía así, con un bigote enorme, peinado a la gomina, voz gruesa, un tipo que hasta para hablar era especial; yo lo veía y me reía, incluso hoy en día me río, pero hay mucha gente que tiene esa idea del militar, que tiene cierto sustento histórico, claro, pero no en la gente de mi promoción y de mi generación, porque yo no soy así; a mi me gustan las mismas cosas que le gustan a un tipo de mi edad, y no soy una excepción en el Ejército ”.

Las palabras de Manuel reflejan una actitud muy extendida en las generaciones de militares menores de 45 años: la necesidad de mostrar que ellos son “personas normales”. Esta búsqueda de normalización de la imagen social del militar es uno de los motores de las transformaciones actuales del Ejército.

Para Federico, un oficial de 32 años, esta normalización tiene que ver con su familia y con el pasado del Ejército. En el 2011 él estaba casado con Claudia, una profesora de piano con quien tenía un hijo de 4 años, y era instructor de cadetes en el Colegio Militar de la Nación (CMN), la principal academia de formación de oficiales del ejército. Su trabajo lo mantenía mucho tiempo fuera de su casa: salía a las 7 de la mañana y no regresaba antes de las 19 horas.

Federico dice que él se preocupa por cuidar: a sus cadetes en el CMN, a su familia en su hogar. Ejército y familia conforman una unidad. Y según me comenta, esto mismo es lo que le importa a la mayoría de los oficiales jóvenes. La vida familiar es el prisma con el que él percibe las relaciones actuales entre el Ejército, el estado y la sociedad. Su percepción es negativa. Dice que la “sociedad argentina se forma una imagen de los militares de hoy tomando como referencia la de los militares de los años setenta:

“Yo veo que se pierde demasiado tiempo en todo esto. O sea, está bien que sigan los juzgamientos. Pero lo que se ve en la parte pública es que los militares son constantemente criticados. Entonces, es como que yo, como militar, no me puedo equivocar en nada, no tengo margen de error. Entonces yo digo: desde los trece años vengo laburando en esto, metiéndole pata a esto, pero al mismo tiempo sé que en cualquier momento, si me equivoco, me van a cortar la cabeza, cuando en realidad yo no tengo nada que ver con esa época. Nací en otro momento. Me formé en un gobierno democrático. Esa es mi percepción”.

Para mostrar su distanciamiento de los militares de los años setenta Federico me habla de su familia.

“Ya es hora de cortar. Hay otras cosas en las que pensar ahora. Cuando en la tele veo una noticia donde hay un militar en los juicios, digo, bueno, está bien, y cambio de canal. ¡Y sí! ¿Qué voy a hacer? Porque mis preocupaciones hoy en día pasan por otro lado, mis preocupaciones son que mi señora pueda ir a sus clases y que yo pueda escaparme antes del trabajo para ir a cuidar al nene. Yo sé que un fin de semana por mes estoy de guardia y que cada dos meses me voy veinte días al terreno. Entonces, el momento que tengo libre quiero aprovecharlo para ir a tomar un helado con mi familia. ¿Me entendés? ¡Eso es lo que le preocupa hoy en día a un oficial joven hoy en día! ¡Yo estoy pendiente de eso! Y cuando estoy acá estoy pendiente de mis cadetes, de que estudien, de ver cómo están; estás pendiente de todo eso más que de ver si hay o no juicios y todo eso. Ya está, ya pasó, que se haga lo que se tenga que hacer, pero cortemos con el resto, no toquemos a las generaciones jóvenes”.

 

* Máximo Badaró es Doctor en antropología social por la École des Hautes Études en Sciences Sociales (EHESS) de París. Actualmente es Investigador del CONICET y profesor en el Instituto de Altos Estudios Sociales (IDAES) de la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM). Ha publicado Militares o ciudadanos. La formación de los oficiales del ejército argentino (2009) y numerosos artículos en medios académicos nacionales y extranjeros.