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Pío XII y sus acciones en el tiempo del Holocausto

Periodista:
Mihaela Panayotova
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El debate tiene que ver, por supuesto, con el "silencio" de Pío XII, que algunos extienden como deliberada complicidad con el genocidio nazi. Suele argumentarse que si el Papa hubiera hablado más fuerte y claro acerca de lo que estaba ocurriendo (y él lo sabía) en los campos de exterminio, el número de víctimas no habría sido el mismo. La estricta neutralidad que el papa Pacelli se empeñó en mantener durante la Segunda Guerra Mundial (también se negó a hablar por radio contra el comunismo luego de que Hitler invadió la Unión Soviética en 1941; no quería ser usado por los nazis) ha podido ser confundida con tibieza, y sus adversarios más radicales han usado incluso términos peores.

Acusar a Pío de pronazi y partidario del exterminio es un paso demasiado grande que algunos (desde la pieza teatral de Rolf Hochhuth El vicario, asombrosamente inepta a nivel de análisis psicológico, hasta la sesgada y en algunos casos notoriamente mal informada biografía de John Cornwell El papa de Hitler, o la frívola tontería fílmica de Costa-Gavras Amén) se han atrevido a dar. Pero la realidad es más complicada.

Todos somos pecadores, y es posible que Pío haya cometido por lo menos un pecado grave: confiar demasiado en sus habilidades como diplomático (recordar que, antes de ser Papa, Pacelli fue nuncio y canciller), y creer que con un tipo como Hitler se podía negociar. El Führer le refregó en la cara más de una vez la evidencia de que eso era imposible, violando reiteradamente el Concordato que Alemania y el Vaticano firmaron en 1933. Pero hay una gran distancia entre ese probable error de cálculo, y ser "el Papa de Hitler".

Este libro de Gordon Thomas, periodista galés que ha escrito entre otras cosas El viaje de los condenados, El espía del Mossad, Semillas de odio, Mossad, la historia secreta, Enola Gay y Las armas secretas de la CIA pone las cosas en su sitio, sumándose a otros trabajos recientes como El mito del papa de Hitler del rabino David G. Dahlin, el vasto trabajo del investigador también judío Gary Krupp (que puede consultarse en su página web Pave the Way), o Los judíos, Pío XII y la leyenda negra del historiador católico Andrea Gasparri. Algún otro trabajo judío en favor de Pío debe ser leído en cambio con alguna reserva: el de Pinchas Lapide, por ejemplo, peca acaso de exceso de entusiasmo.

Lo mejor que se ha escrito hasta ahora al respecto debe ser El Vaticano en la era de los dictadores de Anthony Rhodes, muy equilibrado y "british", que elogia cuando debe y critica lo que le parece mal. Y vale la pena saber que el texto que acompaña las fotografías de Pío en el Memorial del Holocausto de Yad Vashem en Israel ha sido muy moderado en 2012, justamente, a pedido del rabino Dahlin y otros. La nueva edición es mucho menos crítica que las previas.

Nada de "papa de Hitler", entonces (si tuviéramos que hablar de Franco sería acaso otra historia). Como canciller, Pacelli firmó el Concordato, pero también colaboró en la redacción de la encíclica Mit brennender sorge de Pío XI que condenó al nazismo, e hizo callar al fascista padre Coughlin cuando estuvo en los Estados Unidos.

Como Papa, colaboró con el golpe contra Hitler que los generales alemanes antinazis encabezados por Ludwig Beck planearon en diciembre de 1939, advirtió a Holanda y Bélgica de la inminente invasión alemana en 1940, supervisó la red de escape de judíos perseguidos que los padres Palotinos organizaron a través de Europa, apoyó la otra red italiana dirigida por monseñor Hugh O`Fla- herty para ayudar a huir a soldados aliados y más judíos, otorgó asilo a otras víctimas aprovechando la "extraterritorialidad" vaticana de diversos edificios de la Iglesia en Italia (casi todos los políticos que luego hicieron la República, desde el democristiano Alcide de Gasperi al socialista Pietro Nenni, encontraron refugio en Castelgandolfo), y otorgó centenares de documentos falsos para que muchos pudieran huir. Es cierto también que el obispo pronazi Alois Hudal usó esos mecanismos para salvar a muchos de sus cómplices, pero sin la aprobación del Vaticano.

Casi toda esa información está en el libro del protestante Thomas, y es un adecuado antídoto para las simplificaciones de Cornwell, a quien hubo que releer con cierto fastidio para establecer las comparaciones del caso. Es particularmente irritante comprobar lo que Cornwell dice mal o no dice sobre los judíos de Italia, que Thomas en cambio documenta abundantemente.