El abanderado de los humildes
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- Fernando Bogado
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En 1941, en plena Segunda Guerra Mundial y con el nazismo dominando la esfera política e intelectual alemana, Hermann Hesse, quien recibiría el Premio Nobel unos años más tarde, en 1946, deja constancia en una de sus cartas de cuál era el único modelo moral que todavía podía ser elocuente en el medio de la irracionalidad imperante en su país, y en toda Europa: “Si un Francisco actual sintiera la necesidad de relacionarse con todas las carencias humanas de la manera más íntima posible, entonces debería casarse con una judía de Chernivtsi”. Para Hesse, Francisco, el autodenominado Poverello (pobre) del Medioevo italiano que pasaría a ser conocido por su prédica y por su figura humilde y servicial hasta el punto de ser canonizado, fue siempre una personalidad rectora, que no sólo marcó su vida moral y cotidiana, sino también su propia concepción del arte, su estilo, cosa que queda más que clara en la reciente edición de un texto hasta el momento inédito en castellano y traducido del alemán por Ariel Magnus: San Francisco de Asís es, después de todo, la particular hagiografía del verdadero héroe (literario) del escritor de Demian.
Nacido en 1182 en Asís, Italia, del vendedor de telas Pietro Bernardone y de Pica Bourlemont, una noble de ascendencia francesa, Giovanni (bautizado así por la madre, luego llamado Francisco por el padre) aparece en un contexto temporal bastante particular: la Iglesia se encontraba volcada a las actividades militares que no hacían otra cosa que asegurar su poderío en el continente –basta mencionar la notable importancia de las Cruzadas en estos tiempos– y empezaba a conformarse con fuerza la figura del burgués, alguien que, sin pertenecer a la nobleza, accedía a un trato particular y poseía cierta cuota de poder a partir del dinero obtenido en el comercio de bienes. Hermann Hesse, atento a estas circunstancias, logra combinar los datos más estrictamente biográficos con la herencia popular que narra los detalles de la vida del futuro San Francisco, pasando de su infancia a la adolescencia y el trato con los jóvenes burgueses que se entregan al desenfreno del consumo de los bienes materiales, para llegar luego al descubrimiento de una vocación religiosa que encuentra, en ese mismo ímpetu juvenil por lo mundano, una suerte de realización filosófica: es la pasión por el mundo la que deviene lógicamente en el amor por la creación divina que el santo representa.
Apenas atravesamos las primeras líneas de la breve hagiografía/ monografía de Hermann Hesse, descubrimos la particular insistencia del autor en que San Francisco es alguien que, antes que por las palabras, fue y es recordado por el testimonio de una vida humilde, sin ataduras materiales. En algún punto, el Poverello encarna el modelo de vida del escritor que Hesse, adoptando una perspectiva neorromántica, quiere para sí: desligado de lo temporal y volcado sólo a lo eterno y espiritual, San Francisco se convierte en un eterno viajero que vive rodeado de y en absoluto diálogo con la naturaleza, un “vagabundo bienaventurado”, como caracteriza Fritz Wagner en su artículo “San Francisco de Asís y Hermann Hesse” (1986), publicado en la revista cuatrimestral Franziskanische Studien y presente también en este libro.
Pero, además de “modelo moral”, San Francisco es también un fuerte antecedente literario en los términos más estrictos posibles. De manera previa a Dante, San Francisco recurre a la lengua vernácula para la composición del “Laudes Creaturarum” (“Cántico de las criaturas”), plegaria compuesta a mediados del 1220 con formas del dialecto umbro, además de presentar expresiones latinas y toscanas. Temática y estilísticamente, el “Laudes Creaturarum” funciona como un modelo literario que reúne en sí mismo el interés romántico por las formas populares, el planteo de un equilibrio universal del cual el hombre también puede formar parte en tanto “hermano” de la creación y la aspiración a una vida material humilde que refleja, por contraste, la perfección del reino divino. Hesse agrega que, además de este texto escrito por Asís, habría que contar la constante influencia que el santo ha tenido en diversas prácticas (como la pintura) a lo largo de toda la historia si es que alguien quiere realmente medir el impacto y la trascendencia artística de su legado.
En este libro se reúne, además de “La vida de San Francisco” (1904), dos trabajos más redactados por Hesse en diversos momentos de su carrera. Por un lado, una reseña periodística de 1905 de la traducción alemana de las Fioretti di San Francesco realizada por Otto von Taube (un compendio de leyendas populares atribuidas a San Francisco) y, por otro, un relato ficcional centrado en la infancia de San Francisco titulado “El juego de las flores: de la infancia de San Francisco”, publicado por primera vez en 1920. La verdadera intención de Hesse con estos trabajos es, sin lugar a dudas, difundir la enseñanza de un santo que, para él, conformaba una figura fundamental de la tradición europea no nacionalista y era, al mismo tiempo, el auténtico representante de una existencia armoniosa, digna y posible. ¿No es el arte la única producción amorosa, humilde y artesanal que sobrevive a la debacle del mundo del siglo XX, híper industrializado y profundamente antihumanista?
Con el nombre de San Francisco puesto en la boca de todos luego de la reciente asunción papal, este trabajo se convierte en una lectura interesante para recuperar el costado más fuerte, que deja intacta la tradición popular y antiinstitucional del “Hermano Sol” y, además, permite poner en perspectiva el trasfondo conceptual que respira en las obras más trascendentes de Hermann Hesse, además de revisar su posible génesis (Demian, Siddharta y El lobo estepario son posteriores a esta hagiografía). En cierta manera, la vida del Poverello de Asís, vista por el escritor alemán, insiste en la oposición a los poderes y la honesta búsqueda de una vida armoniosa en libertad. Que así sea.