La viuda de Van Gogh
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- María Angélica Scotti
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“LA VIUDA…” es, justamente, su novela inaugural. Comienza con el suicidio de Van Gogh ya consumado y el consiguiente derrumbe del hermano, depositario de sus creaciones y de centenares de cartas: “Théo Van Gogh entró con el fantasma de la muerte pisándole los zapatos”. Y de inmediato se nos impone la presencia de Johanna, su mirada y su subjetividad, que será el punto de vista casi excluyente a lo largo del libro. La tercera persona del relator muy próxima a Johanna se alterna muy eficazmente con la primera persona de ella en los fragmentos de su diario personal. Y todo eso plasmado en tiempo presente, lo cual confiere a la acción y a los protagonistas una particular cercanía e intimidad con respecto al lector. Resulta estupendo el trazado de los distintos personajes; el autor logra encarnarse convincentemente en el mundo femenino de Johanna e incluso en su afinidad con el feminismo de su cuñada Wil Van Gogh. Claro que Johanna es una mujer excepcional para la época (años 1890): independiente, activa, audaz, con formación intelectual y aptitudes literarias, sin deponer por eso su condición de madre de un pequeño hijo, Vincent, que es también una figura constante y palpable en el libro. La novela va creciendo sobre todo una vez que ella queda sola, viuda en plena juventud, librada a su propio esfuerzo para subsistir y dar a conocer al extraordinario pintor incomprendido, demasiado adelantado para su tiempo. Y descubre, a través de recuerdos y de la lectura de las cartas, la personalidad y el genio del artista: su estética, su pasión desmedida por la pintura, sus raptos de ira y de ternura, su predilección por los campesinos, obreros y desamparados y su capacidad reflexiva y hasta poética. Van Gogh fue un “escritor formidable”, “un gran poeta”, afirma ella, lo cual refleja sin duda el punto de vista del autor. La escritura, en particular del diario de Johanna, se singulariza por el empleo de oraciones y párrafos breves, casi como versos, o como pinceladas yuxtapuestas, y por la riqueza estilística, no exenta de ligeras imperfecciones (propias de un poeta no fogueado aún en la práctica del relato) que no llegan a opacar el esplendor y calidez de la novela. Detrás de los añadidos ficcionales se evidencia el trabajo de investigación y documentación de Camilo Sánchez, tal como se desprende de esporádicas notas al pie de página. El resultado es una novela bella y cautivante que revela cómo ese “loco suicida”, el que en su efímera existencia (apenas 37 años) tan sólo vendió 2 cuadros, se convirtió póstumamente en un artista admirado, exitoso y de alta cotización mercantil.