Los Buitres. Historia oculta de la mayor operación financiera contra la Argentina
- Periodista:
- Sin Autor
- Publicada en:
- Fecha de la publicación:
- País de la publicación:
Es un jueves de noviembre de 2001 cálido y soleado. Cristian Serantes Lezica no da más. Son las 17 horas y se siente agotado. Está trabajando desde las 8:30 frente a su pantalla y con el incómodo teléfono de la mesa de dinero atornillado a la oreja izquierda. Antes había sucumbido la derecha. Cristian ya no tiene argumentos para explicar qué es lo que está sucediendo en la Argentina y por qué. Siempre reconoció que mentir es parte de su trabajo, se sabía bueno en eso, pero esto era demasiado. La primavera que les había augurado a sus clientes unos meses antes se derrumbaba a la par de la caída de los precios de los títulos públicos de la deuda argentina.
(...) Todo era inútil. Ya nada los convencía. Sólo recibía insultos cada vez más vehementes contra su persona, que ya empezaban a rozar a sus familiares. Una sola palabra atormentaba su cada vez más débil, casi raquítica cartera de clientes: "Vendé al precio que sea, pero vendé; ya me hiciste perder demasiado".
Las frases retumbaban en la oreja izquierda de Cristian, y en las oficinas del microcentro porteño del banco internacional que lo había traído como estrella desde Wall Street pocos años atrás, sólo se percibía el desasosiego generalizado. Hacía días que su jefe había sido expulsado de la compañía por no haber logrado los resultados prometidos y él anticipaba para sí mismo un final similar. Ya estaba separado de su mujer, que no le perdonó ni el regreso de Estados Unidos ni sus infidelidades de yuppie porteño. La promesa fallida de una vida de ejecutivo vip en una Buenos Aires floreciente al ritmo del uno a uno era ya un recuerdo lejano y triste.
Él sabía casi como nadie, ya que su función era analizar bonos de la deuda argentina, que la situación no daba para mucho más y que el final era inevitable. No podía terminar de conformar en su mente cuál sería la decisión última de ese Ministerio de Economía donde tenía amigos que le brindaban información calificada, pero sí que su objeto de venta, los títulos de la deuda, serían el objetivo de esa medida. Más concretamente, sabía que esos bonos del alguna vez fantástico Megacanje no serían pagados y que, de forma inevitable, caerían en default. Cristian, aún con algo de ética en su curriculum mental, cada día sufría más al intentar frenar las ventas como hemorragias de los bonos que hasta hacía poco tiempo ofrecía como maná.
"¿Cómo te mantuviste comprando?... vendé hijo de puta". "Si a las tres no vendiste al precio que te dije, voy personalmente y te recago a trompadas, desgraciado....": Las órdenes eran cada vez más complicadas y subidas de tono y llegaban hasta los insultos directos.
En un momento, su teléfono negro, siempre incómodo, volvió a sonar. Resignado, atendió resoplando para sus adentros nuevas argumentaciones para defenderse de las órdenes de ventas y de los insultos, pero algo le hacía pensar que se trataba de un llamado distinto.
Una voz latina, que le hablaba desde el otro lado en nombre de una firma de nombre inentendible y, curiosamente para él, desconocida, le dio la mayor sorpresa del año. "Somos del Fondo Elliott. Queremos hacer una compra por u$s 50 millones de títulos de deuda argentina al precio de mercado y de manera urgente. La operación puede repetirse mañana. ¿Está en condiciones de aceptar la propuesta?"
Cristian no lo podía creer. Semejante operación no estaba en sus planes en esa terrible tarde de jueves de primavera porteña. Sospechó que algo no funcionaba del todo bien. Pensó que se trataba de una de esas bromas que de adolescente hacía desde el teléfono del departamento de un amigo para distenderse mientras estudiaban Costos 1 para rendir en la UBA. Sin embargo, sabía que por ese incómodo teléfono negro sólo llegaban llamadas calificadas. Pidió referencias y la voz latina le explicó que se trataba de un fondo de inversión con sede en las islas Caimán (nada extraño para la Argentina de los noventa, donde los argentinos que confiaban en el país lo hacían generalmente desde paraísos fiscales), que podía ver en internet la página oficial de ese fondo y que pidiera referencias en la Casa Reinhold, un pequeño bufete de inversiones en Wall Street con el que Cristian habitualmente operaba. La voz latina no tuvo problemas en aceptar la propuesta del agente financiero de Buenos Aires y esperar a que éste llamara a su amigo John Antire, de la casa Reinhold, para verificar antes la operación. Era una venta sin riesgos: bonos argentinos en venta, a cualquier precio, sobraban.
Antire lo atendió inmediatamente. Escuchó a su entusiasmado pero alarmado colega porteño hablar de la operación y pedir referencias del nuevo cliente. En definitiva, y en porteño, quería saber si era en serio o parte de una joda de mal gusto. Sin dejarlo terminar el relato, y sólo al escuchar el nombre del inversor, el neoyorquino dio su respuesta: "¡Son buitres!".
Luego vino una serie de explicaciones de Antire sobre lo que había pasado en otros mercados como Perú, Turkmenistán, Rusia o la República Centroafricana, y le comentó que podía convertirse en pocas horas en un especialista en vender deuda casi defenestrada a este tipo de clientes, que además pagaban comisiones a menos de 24 horas, en dólares o en las monedas que él eligiera y en cuentas en el exterior.
Cristian tomó la operación, obviamente. No era momento de descartar nada, y más si había comisiones en el medio. En realidad tampoco sabía mucho sobre qué quería decir exactamente un fondo buitre, pero tenía en claro una de las máximas de la actividad financiera de alto riesgo: ¿Puedo ir preso por esto?, ¿no?; entonces, adelante.
Tal como le había prometido su colega neoyorquino, se convirtió por unas semanas (exactamente tres) en una especie de agente financiero privado de fondos que compraban sin mayores pedidos de explicaciones todo tipo de deuda pública como si fueran frutas y verduras del Mercado Central: no importaba la calidad sino el precio. En ese tiempo, Cristian recuperó algo de la autoestima sobre la base de la liquidación casi inmediata de comisiones. Veía un mundo derrumbarse a su alrededor, pero era inevitable que una muesca de sonrisa le apareciera cada vez que comprobaba que su cuenta personal, en un banco poco conocido de Miami, crecía al mismo ritmo que la llegada de inversores desconocidos para la Argentina con nombres casi de fantasía como Dart, Elliott, Gramercy, Olifant, Aurelius, etc.
"¡Son buitres!", le había explicado Antire desde Wall Street, pero a Cristian no le importaba. Hacía mucho tiempo que por deformación profesional y por el bombardeo de los diarios, la radio y la televisión, y problemas personales también, poco le importaba el país donde había nacido, estudiado y logrado cierta fortuna. Total, ya lo tenía decidido, su futuro no estaría en esa oficina alguna vez prometedora de Buenos Aires. Con dinero en el bolsillo nuevamente, ya diseñaba desde qué capital financiera mundial vería el derrumbe de su país. Quizá les pediría trabajo a esos curiosos "fondos buitre" que por algún motivo compraban compulsivamente unos bonos que, a esa altura, eran objeto de bromas entre sus colegas sobre qué ambiente de qué casa se podría empapelar con ellos.
* * *
LA COMPLICADA VEJEZ DE UN HOMBRE ÍNTEGRO Y MORAL
Sus colaboradores históricos, algunos que lo acompañan hace más de dos décadas, dicen que el juez Griesa hace mucho que no es él mismo. No por su físico, visiblemente desgastado y castigado por el tiempo, sino por su carácter. Dicen que Thomas Poole Griesa era en los sesenta y los setenta una persona de mucho humor. Duro. Pero con humor. Que hacía bromas y que siempre intentaba mantener el buen clima en su juzgado. Dicen que si se mantenía cierto orden y organización, y no se le discutía mucho, el clima para trabajar con el magistrado, de estirpe caballeresca ya en esos años, era de los mejores en ese distrito sur de Nueva York.
Dicen que todo cambió desde hace aproximadamente 10 años, y que los últimos cuatro o cinco se fueron poniendo más difíciles. Y que desde fines de 2012, trabajar al lado de Griesa es casi imposible. Algunos abogados nuevos, que fueron ingresando como fiscales y asesores letrados del United States District Court for the Southern District of New York, donde reina Griesa desde 1972, describen hoy a una persona muy complicada, con la que resulta más que duro trabajar y hacer justicia.
Parece coincidir el sitio de internet www.therobingroom.com, un portal donde el sistema judicial norteamericano se dedica a volcar sus visiones sobre la marcha de ese poder en Estados Unidos, sin mayores censuras a la hora de opinar. El sitio, autocalificado como "Donde los jueces son juzgados" y al que sólo ingresan miembros de la "familia judicial" y abogados que deben litigar en esos tribunales, tiene bastante prestigio y habitualmente es citado por los medios norteamericanos. Los que opinan sobre Thomas Poole Griesa en ese ámbito son implacables. "Holgazán"; "Se debería haber retirado hace mucho"; "Una persona desagradable"; "Es extremadamente vago y ni se molesta en leer documentos. Debe tener los días de juicios más cortos del distrito sur. Corta a las 14 en punto, aún si está en medio del desarrollo de un pleito." "Mal humorado." Lo curioso es que muchos de los que opinan, según aclara el sitio, que no exige nombre y apellido para hacer públicas las opiniones pero sí para acceder y dar de alta a un seguidor garantizándose que sea miembro del sistema judicial, son los propios empleados del juzgado de Griesa.
El nombre del sitio "Therobingroom" juega con las palabras "robe = toga", en relación con la vestimenta que deben respetar los jueces en el sistema norteamericano; y "robe = robar". Por "robar" se interpreta quién hace bien su trabajo y quién no. Quién concurre en tiempo y forma a su juzgado, profundiza en la mayor cantidad de causas posibles con la mayor cantidad de tiempo de tratamiento de cada causa y con fallos lo más justos posibles (al menos en la visión norteamericana), y quién no. El sitio se permite además juzgar a los jueces con una calificación numérica. A Griesa le va mal. En los últimos años no supera el 3,5 de opinión positiva, donde uno es malo y 10 bueno. Prácticamente ninguno de sus colegas baja de seis.
La mala opinión que el sitio muestra sobre Griesa no apunta, como nunca en su carrera, a cuestiones éticas o morales. Griesa, en todo su largo y enorme trayecto judicial, nunca tuvo un solo cuestionamiento de este tipo, y se lo considera en la sociedad de jueces neoyorquinos un hombre íntegro, moral y referencial sobre lo que deben ser la incorruptibilidad e independencia republicana del sistema judicial norteamericano. Los cuestionamientos pasan por otros costados, y son de los últimos años de su carrera. Justo cuando le tocó a la Argentina lidiar con él.
De Kansas a Wall Street, gracias a Nixon. Nació en Kansas City en 1930. Missouri era en esos años uno de los estados más conservadores y religiosos del país, condición que sigue detentando aún hoy. Es además un estado donde históricamente los republicanos tuvieron las mejores elecciones, tanto para manejar el lugar como para apoyar presidentes que provengan de ese partido. Su padre era alto empleado de un banco, algo no tan bien visto en esos años, en un lugar donde la tradición agrícola e industrial hace a la esencia de hombres y mujeres de Kansas. Más en los años 30, los de la Gran Depresión, donde media Norteamérica, la del centro, culpaba a los financistas y a Wall Street de todos los males del país.
Pronto se destacó en el estudio y por méritos llegó a Harvard donde se recibió de abogado. Inmediatamente completó un posgrado en Stanford y en 1970 comenzó a trabajar en la Justicia. Por méritos propios y por participación activa en el Partido Republicano, el entonces presidente Richard Nixon lo propuso como juez en 1972, lo que se avaló sin mayores problemas ni objeciones. Su pliego fue aprobado en medio del escándalo del caso Watergate, donde Nixon y cualquiera de sus decisiones estaban seriamente cuestionadas, lo que no ocurrió con el nombramiento de este juez que por su propio currículum acallaba cualquier duda y crítica.
La Corte Federal de Griesa. Tiene una figura impactante, pero visiblemente condicionada por los años, que parecen haber sido duros con lo que fue un cuerpo atlético. Lo primero que se advierte al ver al magistrado en vivo y en directo es su joroba, marcada por su irreemplazable toga negra que simboliza a los jueces del sistema norteamericano. Llega a su silla acompañado por no menos de tres asistentes que lo ayudan bien de cerca durante el trayecto de 40 pasos que recorre desde la puerta de su despacho privado, oficinas y dependencias personales, hacia el escritorio y atril donde se sienta con autoridad pero con mucha dificultad a impartir justicia. En esos 40 pasos la joroba está ahí y es difícil no verla. Castigo duro para quien siempre se enorgulleció de ser amante del deporte en general y fanático del tenis, juego que practicó hasta que hace muy pocos años su físico lo venció. Se lo recuerda en los abiertos de Nueva York disfrutando de John McEnroe, uno de sus pocos héroes. Otrora verborrágico, hoy habla poco, casi nada, y sus órdenes en el juzgado parecen implícitas. No se las escucha, pero siempre se obedecen. Un fiel asistente prolijamente ubicado detrás de él, hacia la izquierda, es el que le señala al secretario de juzgado lo que está diciendo el magistrado para que la orden se acate.
Nunca habla con la prensa de sus fallos, ni antes ni después. Viene de una escuela clásica y ortodoxa norteamericana donde se toma en serio la máxima que dice: "Los jueces sólo hablan por sus fallos". En sus 40 años de carrera no hay un solo registro escrito de conversaciones del juez con algún periodista sobre los momentos judiciales que le tocaron vivir en estas largas décadas. Ninguno. "No lo busque, es imposible encontrarlo. Lea sus fallos, especialmente los de los primeros años, allí se explayaba más en explicaciones. Hoy ya no tanto...", comenta por lo bajo un funcionario cercano a Griesa que aclara algo fundamental para conocer al personaje en su faceta profesional.
* * *
DOS MESES AMARGOS
Varios momentos de esa audiencia del 9 de noviembre sirvieron para dejar en claro la jurisprudencia con la que se movería Griesa en su fallo final. (...) Griesa volvió a interrumpir en un momento en que Boccuzzi habla sobre la economía del país aclarándole al abogado que, según su visión, lo que la segunda instancia le había ordenado es que "no puede pagarse a los bonistas del canje sin un apropiado pago a los demandantes" y que "si tenemos a la Presidenta de la Argentina y a su ministro de Economía diciendo que no se cumplirá con ello, estamos ante una situación muy seria y complicada". Griesa, con sus manos sobre el escritorio, miró al abogado y le preguntó: "¿Esta es la posición oficial de la Presidenta y su ministro?". Boccuzzi contestó afirmando que lo que la Argentina quiere argumentar son las graves consecuencias de una decisión de este tipo sobre la economía del país y del mundo. Mencionó el "pánico de mercado" y volvió sobre el canje cerrado en 2010 con una aceptación de más del 93%. Griesa interrumpió, visiblemente enojado, y secamente cuestionó: "¡No me está contestando!". Boccuzzi intentó calmarlo haciendo un gesto con las manos y explicó que "ella [por Cristina Fernández de Kirchner] está tratando de reasegurar a los mercados que crean en su posición en el litigio y que harán lo mejor para asegurar que se cumplirá con el pago de la deuda". Griesa levantó más la voz, miró a algunos colaboradores, golpeó su escritorio, y dijo: "¿Usted realmente no contestará mi pregunta verdad?". El abogado volvió sobre la crisis financiera que se desataría si el fallo quedara firme y Griesa, algo más calmado, volvió a interrumpirlo y dio una larga explicación recostado sobre su imponente sillón. "Mire, tengo una larga experiencia en esta causa. La prensa financiera Argentina cita cosas con mucha precisión; los reportes han sido muy confiables", para luego detallar que, según su visión, "en la Argentina no hay una crisis financiera" y que su fallo se basará en si el país cumple o no con sus responsabilidades. Finalmente lanzó una amenaza directa: "Hay pasos que se pueden tomar para sancionar cualquier inconducta de la República... hay medios para utilizar". En esos momentos, Griesa le mostró a Boccuzzi informes rotulados por el propio fondo buitre Elliott sobre la situación económica de la Argentina, los vencimientos detallados de deuda que debía enfrentar el país y, subrayadas, varias frases de Cristina Fernández de Kirchner y Hernán Lorenzino sobre que nunca se le pagaría a los fondos buitre, fallara lo que fallara Griesa.
Inmediatamente después vino otro reto, en este caso conceptual. El juez criticó directamente a la Jefa del Estado argentino y al ministro de Economía por considerar a los litigantes y demandantes como "fondos buitre". Según el juez, si la Argentina insiste en llamar "buitres, o fondos buitres o algo como aquello a los demandantes, si la Presidente de la Argentina insiste en este tipo de calificaciones, si esto es citado correctamente por los medios, ello no ayuda a las cosas".