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Freídos con furia

Periodista:
Patricio Zunini
Publicada en:
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En la Argentina estallada del 2002, un escritor en ciernes corrige una novela sobre cinco personajes que se vinculan a través de los lazos firmes que provoca la violencia. El vórtice decanta hacia la compra de un departamento —una promesa o un compromiso que todavía sostiene un matrimonio fracasado. El escritor es Jorge Consiglio y la novela es El bien, su primera novela, que ahora ha sido reeditada por Edhasa. El bien recobra buen parte del clima decadentista de finales de los noventa y sus personajes se mueven como encerrados en un laberinto sin salida.


—Me parece algo piola de contar la génesis de la novela —dice Consiglio—. La trabajé a lo largo de cinco años porque tenía muy poco tiempo para laburarla. En ese momento tenía una cosa muy cronometrada: me levantaba a las seis de la mañana, a las seis y veinte me ponía a trabajar y a las ocho y cuarto me iba a trabajar. Y después, cuando podía, escribía los mediodías y las tardes.

—Es tu primera novela, ¿hasta entonces escribías sólo poesía?

—Había escrito un libro de cuentos que se llamaba Marrakech. Mi idea era escribir un cuento, pero empezó a crecer desmedidamente. Cuando la terminé, El bien tenía 300 páginas y no sabía muy bien qué hacer. Lo mandé al concurso de una editorial española que se llamaba Opera Prima y al año siguiente me la premian y me ofrecen trabajarla. Lo que me pareció muy enriquecedor es que había tres editores que me mandaron el texto anotado a los costados: uno con una lapicera roja, otro con una azul y el tercero con una lapicera verde. Discutían entre ellos y en última instancia el editor eras vos porque tenías que decidir a quien darle pelota.

—¿Por qué dejaste la poesía?

—Hay cosas que se imponen. Como te decía, empecé a escribir El bien pensé como un relato corto y se armó como una especie de monstruo al que le empezaron a salir jorobas: se abrían historias e historias e historias. Viste que en la escritura querés ir para un lado pero hay una potencia que te lleva para el otro: me pasó eso con El bien. No pensaba escribir una novela ni me pensaba como narrador de largo aliento.

—Y, sin embargo, después escribiste Gramática de la sombra.

—Claro, pero con este pie. No me hubiera dado el permiso para escribirla si no hubiese sucedido esta especie de accidente que la escritura te lleva por delante.

—Hablemos de la violencia en El bien, uno de los ejes de la novela.

—Cuando reescribo la novela, entonces, estábamos en 2001-2002. Había una tensión política brutal. Me da la impresión que la novela recorre el tiempo final del menemismo, el tema de la Alianza, y un episodio muy clave que es la muerte de Kosteki y Santillán en Avellaneda, donde la violencia está de manera explícita, donde ves que están levantando las patas de los muchachos para que se desangren. Por otra parte, el discurso de Duhalde era absolutamente violento porque omitía cosas, era un tramado de imposturas. Yo no sé si es la única violencia que se impregna en la novela. Me da la sensación que la novela no sólo se detiene en eso, si no que se detiene en la crueldad.

—Vos tenés personajes duros, con asperezas, pero tal vez el más cruento es Mejía, el policía que está en El bien que hasta con la amante mantiene una relación de dominación insoportable.

—Yo creo que los personajes de El bien no tienen esperanzas. En el caso de Mejía, yo quería ponerle foco a qué hace un cana con su tiempo. Esencialmente no hace nada: es como un personaje de Beckett. El cana es un pilar de la espera. Qué es hacer una guardia: merodear en un lugar sin hacer nada productivo, en el sentido de crear algo. En cualquier laburo creás cosas que en alguna medida se ven, pero acá, específicamente siendo cana, me da la impresión de que sos dueño de un vacío infinito. Y en el caso de Mejía me parece que se conjuga con el cinismo.

—Conociendo tu búsqueda para la polisemia, el título de la novela, El bien, también hace referencia al bien inmueble: ese departamento que reúne a Bodart y su ex mujer.

—El bien es finalmente el destino de ellos pero también es el bien inmueble. La trama tiene que ver con este bien inmueble. Están estos dos tipos que se separan, Bodart le de presta la plata para que ella se compre el departamento. El eje vertebrador de eso es ir a comprar el bien inmueble, pero también hay una cuestión de contrapunto: hay una especie de nodo de mal y el contrapeso del título funciona como un equilibrador.

—Los personajes de El bien son muy distintos a los de, por ejemplo, Pequeñas intenciones, que encuentran un espacio para la misericordia.

—En El bien hay un clima de estar todos fritos en el mismo aceite. No hay ninguna posibilidad de visión de futuro, hay una inmediatez al agotamiento en los vínculos, no hay comunicación, los personajes o no comunican bien o se comunican a través de la violencia y la crueldad como moneda de cambio. No sucede lo mismo en Pequeñas intenciones. Efectivamente los tipos tienen un espacio de felicidad. No sé si están mejores, pero tienen una estrategia lateral de felicidad. Eso me encanta: descubrir que uno escapó a la ortodoxia, a esa cuestión de que la sociedad te diga cómo tener que ser feliz, y lograr pequeñísimas cosas que son cifras de la felicidad. Cosa que no sucede en El bien.

—El bien, que es una novela escrita en los noventa y anclada en los noventa, no tiene personajes que deriven hacia el lumpenaje, que es una marca de las novelas de aquellos años.

—En ese sentido, es cierto lo que decís, no linkea con las novelas del noventa. Todos los personajes están en un estrato medio, son burgueses que sobreviven como pueden. Ahora bien, hay una tendencia a la caída irremediable en todos y la única que queda es la fuga, una fuga abierta. En aquellos años te sentías frito, acorralado. Me parece que aquí se dirimía la cuestión desesperada de escribir y no tener la posibilidad. Por eso te decía que la condición de producción es piola: si escribís a las seis de la mañana o en rato al mediodía, hay algo de furia que se quiere abrir paso. Me parece que con esa furia está escrita la novela.