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“Es parte del oficio del periodista quedarse a ver hasta que duela”

Periodista:
Julieta Roffo
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“Ésta es la historia de un hombre que participó en una competencia de baile”. Así empieza Una historia sencilla, el libro que la periodista Leila Guerriero acaba de publicar a través de Anagrama y que presentó ayer, junto al escritor Ricardo Piglia, en la Fundación Tomás Eloy Martínez.

El hombre es el pampeano Rodolfo González Alcántara y el certamen, el Festival Nacional de Malambo de Laborde, una ciudad del sudeste cordobés, a unos 500 kilómetros de Buenos Aires. Hasta allí fue Guerriero, e hizo lo que ayer señaló como algunas de las tareas del periodista: vio y contó.

En su descripción, con magistral docencia, el autor de Plata quemada definió la obra de Guerriero como una “novela de no ficción” o “novela verdadera”, y destacó su “registro muy cuidadoso de un ambiente social, de un mundo y de un héroe muy anónimo” en el que la figura del artista, alejado de los medios masivos y dedicado a su trabajo, lo conmovió especialmente. “Otra cosa que me gustó muchísimo fue ver cómo, a través del tono, que es la relación del narrador de la historia, ese mismo narrador empieza a implicarse hasta llegar a poder decir algo que no vio, pero que sabe que ha ocurrido”, explicó.

La periodista, autora de Frutos extraños y ganadora del Premio de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano en 2010 por una crónica que describe el trabajo del Equipo Argentino de Antropología Forense, escuchó a Piglia de punta en negro -su vestimenta reglamentaria- y dio algunas precisiones sobre este trabajo, cuya génesis fue un artículo en 2009 en el diario La Nación que daba cuenta de la realización del festival: “No creo ser una tipa que encuentra historias alucinantes y desconocidas. Me parece que miro un poco más de cerca”. Sobre esa mirada, en mayo, el Nobel peruano Mario Vargas Llosa escribió que “muestra de manera fehaciente que el periodismo puede ser también una de las bellas artes y producir obras de alta valía, sin renunciar para nada a su obligación primordial, que es informar”.

No renunció a su obligación Guerriero, que ayer se autodefinió como “un moscardón” cuando caracterizó el seguimiento “tipo The Truman Show” que hizo del malambista que se erigió en protagonista de su historia: “Una persona decente se hubiera tenido que ir corriendo del camarín”, dijo cuando se refirió a la intimidad que agobiaba en el cuarto en el que González Alcántara se preparaba para intentar que su cuerpo se moviera con la misma destreza para la derecha que para la izquierda. Pero enseguida agregó: “Creo que es parte del oficio del periodista quedarse a ver hasta que duela”.

La pregunta que todavía le da vueltas en la cabeza, contó ayer la autora, es por qué en un panorama en el que tantos aspiran simplemente a ser famosos, hay quienes dejan todo por participar de un certamen de gran profesionalismo pero sin ningún tipo de difusión. Y en el que, además, ganar es inmolar el propio futuro como bailarín, porque el campeón ya no puede volver a participar ni de ese ni de ningún otro concurso de malambo.

“Si te interesa un tema lo vas a seguir, no importa si la historia sigue los planes originales o no, el periodista no puede forzar la realidad”, señaló Guerriero, que en Laborde encontró no sólo la historia de un hombre que participó de un concurso de baile, sino un universo, una forma de apasionarse, de consagrarse y de sentir admiración por el héroe de ese zapateo que se baila en algún acto escolar, alguna vez en la vida. Tal vez, en el fondo, no se trate de una historia tan sencilla.