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Paul Auster, retrato del artista adolescente

Periodista:
Alejandro Soifer
Publicada en:
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El registro autobiográfico es una instancia crucial en la narrativa de Auster: en paralelo a sus novelas, el autor ha revisitado su vida y sus paradigmas literarios en textos como "La invención de la soledad" (1982), "El cuaderno rojo" (1993), "A salto de mata" (1997) o "Experimentos con la verdad" (2001),  centradas en diferentes instancias de su itinerario como escritor.
 
Precisamente "Informe del interior", publicado por Anagrama, clausura esa suerte de trilogía informal que arrancó "A salto de mata" -un recorrido por la adolescencia y la juventud tardía del escritor- y continuó con "Diario de invierno", un desembarco en el paisaje desencantado de la madurez y el comienzo de la vejez.
 
Pero si en "Diario en invierno" el eje era el cuerpo -y las marcas que le imprime el paso del tiempo- en este flamante texto todo pasa por el fluir de la conciencia: "Una cosa era escribir sobre tu cuerpo, el catálogo de los múltiples golpes y placeres experimentados por tu ser físico, y otra explorar tu mente tal como la recuerdas de tu infancia, que sin duda será una tarea más difícil", adelanta el escritor.
 
Ahora, Auster se interna en los años que van desde 1966 a 1969, cuando tenía entre 19 y 22 años y lucía como un "confuso hombre-niño" que le escribía a su novia desde su condición itinerante, sucesivamente desde un hostal de Newark, un hotel de París, un apartamento de Manhattan y la casa de su madre en Morris County.
 
El autor de "Leviatán" y "La trilogía de Nueva York" recolecta textos que recuperan el tiempo de la infancia, un entramado de juegos, lecturas y amigos que irrumpen en una secuencia desordenada y en apariencia inconexa, pero con la cadencia justa para dar cuenta de la cartografía singular que surge de los cruces entre memoria e identidad.
 
"Guardas sólo algunos recuerdos, elementos dispersos, breves destellos de reconocimiento que surgen inesperadamente en ti en momentos aleatorios: suscitados por algún olor, el tacto de algo, o la forma en que la luz recae sobre un objeto en el presente de la edad madura", apunta Auster.
 
"Al menos piensas que recuerdas, te parece recordar, pero puede que no recuerdes en absoluto, o sólo rememores alguna evocación posterior de lo que crees que pensabas en aquel tiempo lejano que ya está casi perdido para siempre", suelta con resignación.
 
En la primera de las cuatro crónicas que integran "Informe del interior", Auster se ocupa de rastrear su condición de niño en una antología de viñetas que van desde los dibujos animados que veía en la televisión, las sensaciones que le despertó "La guerra de los mundos", las rencillas domésticas de sus padres, las lecturas de autores como Edgar Allan Poe y Sherlock Holmes, hasta su primer campamento y la fascinación por los jugadores de fútbol  americano.
 
La segunda parte, "Dos golpes en la cabeza", consiste en el registro minucioso, casi un "cuadro por cuadro", de dos películas que lo impactaron en su infancia: el film de ciencia ficción "El increíble hombre menguante", de Jack Arnold, y el policial "Soy un fugitivo", de Mervyn LeRoy.
 
El tercer texto, "La cápsula del tiempo", es un recorrido por los años universitarios -en Columbia y París-, las primeras tentativas como escritor y los cambiantes estados de ánimo que relata en cartas a su entonces novia y después primera esposa, Lydia Davis, mientras que el cuarto capítulo ("Album") cierra la serie con un paneo por los nombres propios en los que se condensa su infancia y juventud.
 
"Informe del interior" recala -como su antecesora "Diario de invierno"- en un narrador formulado en segunda persona del singular que acaso cumpla la función de interpelar al niño-joven subyugado por la poesía con el escritor consagrado que se codea con celebridades de Hollywood y cuyas obras son requeridas por exitosos directores de cine.
 
"¿Quién eras, hombrecillo? ¿Cómo te convertiste en persona capaz de pensar, y si podías pensar, adónde te llevaban tus pensamientos? Desentierra las viejas historias, escarba por ahí, a ver qué encuentras, luego pon los fragmentos a la luz y échales un vistazo", desgrana el escritor en tono paternal para salir al cruce del niño que fue.
 
Al mismo tiempo que captura las señas particulares de la infancia, Auster parece proponer también una reflexión sobre el paso del tiempo y la construcción de la memoria, sobre el correlato entre un episodio y su supervivencia bajo el status del recuerdo, siempre de naturaleza fragmentaria y volátil.
 
Auster retoma en este caso un concepto recurrente: la idea de que todo sucede en la mente, de que la vida interior -tema explorado en "La vida interior de Martin Frost", tal el nombre de su último film, aún inédito en la Argentina- constituye la única verdadera y que la conciencia es central, en tanto el cuerpo es aleatorio.
 
"La única prueba que posees de que tus recuerdos no son enteramente engañosos es el hecho de que a veces incurres en la misma forma de pensar", explicita el autor de "La noche del oráculo" y "Viajes por el Scriptorium".
 
"A tus sesenta y tantos años persisten vestigios, el animismo de la primera infancia aún no se ha desterrado por completo de tu intelecto, y todos los veranos, cuando te tumbas en la hierba, observas las nubes viajeras y ves cómo se transforman en caras, en pájaros y animales, en estados, países y reinos imaginarios", testimonia.