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La musica de las pasiones

Periodista:
Silvia Hopenhayn
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El músico parece tener un permiso de pasión. En especial los compositores, asociados a sentimientos fuertes, de carácter brioso, y a variaciones emocionales. Algunas partituras podrían ser la fórmula vital de sus pasiones. Los más célebres cuentan con sendas biografías que intentan descubrir, precisamente, el secreto de la intensidad. Pero la pasión no se compra, no tiene precio. Es un original intransferible. Por eso cada uno de los músicos que figuran en el libro de esta semana la entona a su manera. Ésta es la originalidad de Músicos apasionados (Edhasa), de Hugo Caligaris, que recorre la escala del amor de los catorce compositores que integran este compendio de minibiografías.

Escrito con "piadosa ironía", como señala Luis Gregorich en el prólogo, Caligaris, que durante muchos años fue periodista de la nacion, coteja creación musical con entrega amorosa, y el resultado es revelador. No sólo por la intimidad puesta en juego, sino también por los indicios de la época. Aparece Vivaldi dirigiendo la Orquesta Femenina del Hospital de la Piedad, y nos enteramos de que en este recinto no había enfermos, sino hijas extramatrimoniales de nobles o ricachones ("se depositaba a los bebés en una puerta giratoria"); y como aquellas chicas no podían usar los apellidos de sus padres, "las nombraban según el instrumento que tocaban o el registro de voz que tenían, Lucietta dalla Viola, Adriana dalla Tiorba, Mariana Organista". Con la ironía señalada, Caligaris advierte: "Así como la Iglesia acepta y aun aprueba sin disimulo las trinidades y las trilogías, con la misma fuerza condena los triángulos, sobre todo cuando se trata de triángulos amorosos absolutamente irregulares". Y ésa fue la condena de Vivaldi, amante y amado de dos hermanas.

Las cartas son pruebas irrebatibles para constatar el vaivén de las pasiones. Las de Mozart a su prima -a quien llamaba "pequeña liebre"- tienen un afán escatológico realmente llamativo. Cuenta Caligaris que en aquellos tiempos "las alusiones a los desechos corporales, en particular a la caca, parecían ser altamente excitantes". Con una frase, Mozart se adelantó a ciertos pasajes escabrosos del Ulises de Joyce: "Nuestros culos deben ser el emblema de la paz". Lo increíble de esta correspondencia es que la escatología amorosa es también literaria, por los juegos con los vocablos.

Los sentidos se diversifican: Richard Wagner tenía locura por las sedas. Así, conoció a un gran comerciante de sedas, Otto Wesendonck, quien a su vez amaba la música. Wagner se enamoró no sólo de sus telas, sino también de su mujer, Matilde, quien escribió cinco poemas para que Wagner los musicalizara. Siguen las pasiones -no privadas de tormentos- de Mahler por Alma, los veinte hijos de Bach, la bisexualidad de Chopin y Tchaikovsky, Berlioz enamorado del amor. Como dice Caligaris con respecto a Debussy: "En la música existen los finales felices. [?] Si la vida imitara la música en cada momento del día, hasta el dolor sería diferente". Un libro para leer y ponerse a escuchar.