Pat Shipman describe una Mata Hari más real que mítica
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Margaretta Zelle (1876, Leeuwarden, Países Bajos), tal su verdadero nombre, fue la favorita de su padre, un comerciante que luego de graves pérdidas económicas, se divorció de su esposa y dejó a sus cuatro hijos a la deriva.
Ella era una jovencita cuando sufrió el abandono de su padre; así pasó, bruscamente, de niña mimada a tener que enfrentarse con la dureza de la vida, que la marcó para siempre.
El capitán Rudolf Mac Leod, de 39 años, escribió un anuncio buscando esposa y con sólo 17 la joven le contestó. Se casaron a los pocos días pero la unión trastabilló de entrada: era un hombre sin dinero, mujeriego y celoso.
Sin embargo, ella quedó embarazada y ambos partieron a las Indias holandesas, el nuevo destino de su marido. Ahí tuvo también una hija, pero el matrimonio hacía agua y las cosas empeoraron con la muerte repentina del niño.
Ella dijo: "yo no estaba contenta en su casa ... Yo quería vivir como una mariposa en el sol". Cuando ambos se divorciaron, y después de un tiempo de peleas la hija quedó con su padre pero no llegaría a cumplir 22 años.
Para entonces, en 1902, Margarettta cambió su nombre por el de Lady Gresha MacLeod y se marchó a París, donde decía que era viuda de un soldado de las Indias Holandesas. Luego de volver con unos parientes de su ex marido regresó a la Ciudad Luz para trabajar en un circo ecuestre y se convirtió en una eximia bailarina.
Un arma de seducción que no dejó de utilizar en su relación con los hombres, ya que ese atributo completó la imagen de una mujer alta, seductora, y sin escrúpulos en sus relaciones personales.
La primera representación de Margaretha como Mata Hari fue en el Museo Guimet. Un periodista escribió: "Se viste con un tocado como el de un pavo real, símbolo de Dios, lleva una espada afilada en el puño, un kris entre los dientes, y de un cinturón reluciente cuelgan de sus caderas telas transparentes estampadas con el emblema del pájaro divino...".
Después actuó en el teatro Olympia y empezó a bailar por toda Europa. Se volvió tan popular que, entre 1905 y 1906, se publicaron una serie de postales que la mostraban en plena danza.
Al tiempo que iba de éxito en éxito coleccionaba amantes que la ayudaban en su carrera o le hacían generosos regalos en dinero y joyas. Era habitual gastar mucho más de lo que tenía, pero siempre salía adelante con un nuevo amante.
La llegada de la Primera Guerra Mundial, trastocó su vida alocada ya que "en 1914 se estaba imponiendo en toda Europa un estilo más oscuro y puritano, y los días de vida exuberante estaban llegando a su fin", escribe Shipman en el libro publicado por Edhasa.
Al ser oriunda de un país neutral durante la guerra, Mata Hari, no tuvo problemas para ir de Berlín a Francia detrás de sus amantes ocasionales que reforzaban sus finanzas, ahora amenazadas.
En 1916 se enamoró profundamente de un oficial ruso dieciocho años más joven, Vladimir de Masloff, su querido "Vadine", quien se distanció de ella cuando, ya detenida, fue interrogado sobre su relación.
Mata Hari fue víctima de una trampa tendida por el director de la inteligencia francesa (que, apunta Shipman, era probablemente un agente doble) para hacerla pasar por agente alemán. El interrogador y el fiscal también trabajaron para condenarla y con pruebas endebles la acusaron de espía.
La encerraron en la cárcel de Saint-Lazare, en celdas sucias y llenas de ratas, con el fin de destruir su ánimo. Mata Hari se negó a dejarse atar, también que le vendaran los ojos. Ante el pelotón de fusilamiento murió con dignidad y valor el 15 de octubre de 1917.
La evidencia de su culpabilidad se desvanece a lo largo de la investigación de Shipman, que emprende un detallado recorrido para desenredar la madeja de un caso que acaparó la atención pública.
"Una de mis fuentes principales -escribe Shipman en el prólogo- ha sido la correspondencia disponible de Mata Hari", al igual que las traducciones del francés y del holandés.
Sobre Mata Hari resume su biógrafa, "ella misma fue una creación de `principio a fin, un personaje en una obra que continuamente reescribía. Cambiaba su nombre tan a menudo como algunas mujeres cambian de peinado. Sólo una vez en su vida reconoció este aspecto de sí misma, y fue cuando estaba en prisión en inminente peligro de ser declarada culpable de espionaje y sentenciada a muerte".
"A pesar de que fue condenada a muerte injustamente, sólo había un fin posible para la historia de Mata Hari. No era una mujer que pudiera hacerse vieja, perder su atractivo y vivir una tranquila vida doméstica. Las mariposas que viven al sol deben morir jóvenes", remata Shipman.