Historias alrededor de un jardín
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- Mora Cordeu
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Juan Domingo Perón y Ava Gardner fueron vecinos en un edificio de Madrid a principios de los años 60 y esta circunstancia casual es el punto de partida de Jardín blanco, una novela de Laura Alcoba que traslada al lector a un espacio atemporal donde se cruzan las voces de la actriz norteamericana y el fantasma de Evita.
La autora de La casa de los conejos —que va por su quinta edición en Argentina— deja el tono autobiográfico de su primer libro, para fusionar realidad y ficción a través de un relato con una fuerte impronta poética.
Un dato menor del exilio del general es la excusa para que la escritora vuelva a esbozar sus propias obsesiones, marcadas por un exilio personal que comenzó a los 10 años, cuando llegó con su madre a París huyendo de la dictadura militar argentina. Del mismo modo que la anterior, esta novela fue escrita en francés y publicada por Gallimard. Ahora aparece en la Argentina en una traducción de Jorge Fondebrider.
“Tenía pensado escribir sobre el exilio de Perón desde un punto de vista femenino, y cuando empecé a buscar caí en esa anécdota a la que Ava en sus memorias le dedica cuatro o cinco páginas”, cuenta Alcoba en una entrevista telefónica con la agencia Télam.
Antes de escribir tuvo una fase de investigación que incluyó una visita al edificio de la avenida Doctor Arce: “Me fascinó la conexión entre Ava y Eva —apunta la escritora—. Relaciones que aparecen en detalles diminutos mezclados con la ficción pero que son totalmente auténticos y sobre los que no insistí demasiado, porque quería trabajar por alusiones”.
Casi rozando la composición poética, Jardín blanco reafirma un estilo en el que las palabras se condensan al máximo y se trabajan con sentido musical. El fantasma de Evita narra los últimos días de su vida y el peregrinaje posterior de su cuerpo hasta terminar enterrada en tierra extranjera en un sepulcro anónimo, mientras que Ava atraviesa una de sus habituales crisis luego de su separación de Frank Sinatra.
La voz de Eva, dice Alcoba, “se impuso en el movimiento de la escritura, porque al principio no sabía si la iba a poner a ella como narradora o a Perón”. Cuando aparece la voz de Ava “es como un monólogo alcoholizado que no cesa, la frase que fluye y fluye y podría seguir fluyendo. Todas sus intervenciones las escribí escuchando a Sinatra, por eso el ritmo particular de la novela y la falta de puntuación”.
Carmina, hija de la encargada del edificio, es la tercera voz urdida desde la ficción que se ensambla sin dificultad. “La idea fue trabajarlas como un eco. Como si una voz repercutiera en otra y se contaminasen mutuamente sin saberlo en esa caja de resonancias que es el jardín”, un espacio “que amortigua los golpes”, “que cada vez es más blanco” y “que va a contramano de las estaciones”, según sucesivas descripciones.
El misterio de ese jardín es develado de refilón por Perón al observar por la ventana una escena clave que ilumina la trama de manera sutil y preanuncia el final del relato.
Algunos temas abordados en La casa de los conejos retornan en Jardín blanco: “El mundo de la infancia, el silencio, la soledad; esta novela no es tan diferente a la anterior, a pesar de que lo parezca a primera vista”, dice Alcoba.
La conjunción entre juego y azar —hay una escena en que le tiran el I Ching a Perón— “ya estaba en La casa...— y el silencio, que “también puede gritar hasta volverse ensordecedor”.
“A veces me pregunto si no me estoy volviendo loca. Pero me parece que cuanto más blanco es el jardín, más le cuesta a los sonidos encontrar un lugar en la avenida del Doctor Arce”, desliza una de las voces sobre ese espacio que termina siendo mucho más que un escenario en la novela.