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Eduardo Gruner, "El racismo es un efecto de la moderindad"

Periodista:
Pablo Chacón
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El libro, publicado por el sello Edhasa, es la tesis de doctorado del ensayista, orientada, en un principio, por León Rozitchner, fallecido horas después de hacerse esta entrevista.

Gruner nació el 30 de septiembre de 1946; es sociólogo, doctor en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires (UBA); ex vicedecano de esa misma facultad y profesor titular de Antropología del Arte en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Es premio Konex 2004 en la categoría Ensayo Filosófico.

Publicó "Un género culpable" (1995); "Las formas de la espada" (1997); "El sitio de la mirada" (2000); "El fin de las pequeñas historias" (2002); y "La cosa política" (2005), entre otros libros y cantidad de artículos e intervenciones.

En diálogo con Télam, Gruner dijo que "instalar la existencia de culturas superiores y culturas inferiores es el fundamento del racismo, y la clave de su naturalización".

Y agregó: "una de las tesis del libro es que lo que entendemos por racismo, paradójicamente, es un efecto de la modernidad, que es un eufemismo para no decir, aunque lo digamos, `modo de producción capitalista`".

"Se trata de una contradicción insoluble en la historia de nuestro continente: está la sociedad europea occidental moderna, fundada sobre la premisa éticó-filosófica de la libertad del individuo, que a su vez tiene esclavos en sus colonias", analizó.

Esa contradicción es una ideología, el racismo, que "permite la idea de culturas superiores e inferiores, culturas que por su inferioridad son susceptibles de dominación y expolio, incluso por su propio bien".

¿Cuál sería ese supuesto "bien"? "Alcanzar, algún día, el modelo de civilización europeo, que se supone es el que todo el mundo debería alcanzar. Y hoy cada día más cuestionado", sostiene el ensayista.

Gruner aclara que la modernidad no se puede reducir mecánicamente al modo de producción capitalista, "pero cuando se habla de manera general, no se toma en cuenta que la expansión (capitalista), la llamada `globalización`, empezó el 12 de octubre de 1492, por poner una fecha emblemática".

Sin embargo, Haití fue uno de los primeros países que resistió la ola modernizadora que desembarcó primero de la mano de los teóricos (Rousseau, Montesquieu, Diderot, Voltaire) y después con la declaración de los derechos universales del hombre emitidos por la revolución francesa, exceptuando a los esclavos.

"Fueron los propios iluministas los que dejaron en la oscuridad el tema de la esclavitud negra, en América y en sus colonias. Pasaron por alto la explotación de la fuerza de trabajo esclava", apuntó el ensayista.

Y en Haití, esa fuerza de trabajo, en el siglo XVIII, "proporcionaba la tercera parte de los ingresos del estado francés.

Y eso siguió incluso después de la revolución, en 1789".

La revolución ignora la abolición de la esclavitud, "pero es obligada a hacerlo cinco años más tarde, por la propia revolución haitiana, que tenía componentes culturales y filosóficos particulares", precisó el académico.

Al punto que "el artículo 14 de la constitución de Haití, que es de 1805, dice que todos los ciudadanos haitianos, sea cual fuere el color de su piel, serán denominados negros".

En Haití, la revolución costó 200 mil muertos.

"El doble sentido del título del libro muestra cómo las luces de la razón dejan en la oscuridad ese núcleo problemático: la esclavitud como fuerza de acumulación primitiva del capital de los otros".

"(Theodor W.) Adorno diría que este es un perfecto ejemplo de dialéctica negativa; un conflicto nuclear, sustantivo, crucial, que no tiene solución posible dentro de los límites de ese sistema", observó Gruner.

Ese sistema que deja afuera a los negros, todavía en la actualidad, expoliada su identidad étnica y sus derechos, "pero al menos convertido en un debate sobre la negritud de extraordinaria riqueza".

El debate, especificó el ensayista, "atraviesa la última parte del libro, que se propone identificar las consecuencias filosófico-culturales, incluso literarias y artísticas, hasta nuestros días".

"Eso es algo que empezó con Aimé Cesaire, Jean Paul Sartre, Franz Fanon, la cultura antillana, y los aportes centrales del Premio Nobel de Literatura antillano Derek Walcott, un poeta fenomenal", mencionó.

Así pensada, la negritud representa el lado oscuro de la pretendida totalización modernista.

"Los antillanos y haitianos de hoy discuten y debaten, contra el esencialismo de la negritud. A favor del `creole`, una especie de idioma artificial que les ha permitido mantener una singularidad que el opresor no entenderá nunca", concluyó Gruner.