Aldous Huxley, la traducción y la soberanía idiomática
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- Maximiliano Tomas
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¿Hoy es un día peronista, no? Y nosotros hablando una vez más de libros y literatura. ¿Hasta cuándo nos ocuparemos de estos temas ociosos? Ya llegan las elecciones legislativas, ya se distribuyen las cámaras ocultas, se desparraman las últimas chicanas y se preparan importantes cambios de gabinete (para fin de año, nos comentan nuestros informantes) y nosotros acá, hablando de cuentos y novelas, en lugar de proponer sesudos análisis de la actualidad. ¿Será porque no imaginamos un mundo sin libros y sí uno sin partidos políticos? En fin, seguro que cuando llegue el día del juicio final nos agarrará anarquistas y distraídos, hablando de ficciones. Así somos.
Aunque quien piense que la literatura (y la lengua) es un terreno de sosiego, exento de cualquier tipo de disputas, está equivocado. Más bien, todo lo contrario. Miren ustedes sino, por ejemplo, las recientes controversias sobre traducción (las traducciones: esa batalla permanente por el sentido): desde hace un buen tiempo escritores, editores y lectores vienen quejándose de las versiones literarias importadas desde España. Si a ese malestar le sumamos la crisis europea, la ventaja de los precios comparativos y ciertos planes de subsidios, volver a traducir en la Argentina no solo se constituyó en una situación deseable sino, incluso, como un negocio rentable. Que hayan aparecido, en un mismo mes, libros de Alfred Hayes, Aldous Huxley y Jack Kerouac traducidos al castellano rioplatense por Martín Schifino, Matías Serra Bradford y Pablo Gianera no puede ser una casualidad. Y no lo es. Hay muchos más traductores argentinos de primer nivel que han visto cómo los encargos volvían a llegar: Marcelo Cohen, Carlos Gardini, Laura Wittner, Jorge Fondebrider, Gonzalo Aguilar y Guillermo Piro son solo algunos de ellos.
Aunque quien piense que la literatura (y la lengua) es un terreno de sosiego, exento de cualquier tipo de disputas, está equivocado
Es por eso que los traductores argentinos creen que es el momento propicio para reclamar un nuevo marco legal para su oficio. Hasta ahora, los traductores literarios están regidos por la Ley de Propiedad Intelectual 11.723, sancionada hace unos 80 años. A diferencia de lo que sucede en otros países, cobran un honorario fijo por única vez, más allá de la suerte comercial que corra el libro que tradujeron. Ese es uno de los puntos que busca cambiar el nuevo proyecto de ley, que también propone modificar otra serie de asuntos, y hasta crear un premio a la traducción (como también existe en otras partes del mundo, donde el oficio tiene la misma consideración que la del autor de ficciones, cuando no más).
Y no es la única discusión planteada en los últimos tiempos sobre la lengua. Hace un mes se difundió una solicitada que lleva la firma de decenas de escritores e intelectuales, y que en reclamo de una "soberanía idiomática" propone la creación en la Argentina de foros de debates específicos y de un Instituto Borges (en oposición al Instituto Cervantes español). Dice el documento, en algunos pasajes, en referencia a la lengua como capital económico, político y simbólico: "El 90 por ciento del idioma español se habla en América, pero ese 90 acata, con más o menos resistencia, las directivas que se articulan en España, donde lo habla menos del 10 por ciento restante. Estos números bastan para comprender el interés en discutir los destinos de la lengua: sus usos, su comercialización, su forma de ser enseñada en el mundo (...) La idea de un 'castellano neutro', usada en los medios de comunicación y en algunos tramos de la legislación, termina situando una variedad -en general la culta de las ciudades- en ese lugar sin comprender su propia condición relativa y arbitraria. En la oralidad borra las diferencias regionales y en la escritura funciona como llamado a un aplanamiento de la capacidad expresiva en nombre de la comunicación instrumental".
En la guerra por la lengua (por la imposición de una lengua o de varias, sobre otras) ya hay algunas batallas en las que ganaron los buenos
El campo cultural, como se ve, dista de ser un lugar tranquilo. Pero dejemos por ahora estas batallas, que sirven como muestra, y prometen actualizaciones permanentes (el español es en la actualidad la segunda lengua del mundo por número de hablantes, y el segundo idioma de comunicación internacional). ¿Podemos volver a la literatura? Podemos. Y a Aldous Huxley, cuya mención quedó suelta por allá arriba. Hace algunos años apareció un libro de ensayos del autor de Contrapunto y Un mundo feliz, que llevaba el título Si mi biblioteca ardiera esta noche y que demostraba, por si hiciera falta, que Huxley podía pensar de manera interesante sobre casi cualquier cosa: literatura, artes, música y también drogas. El artículo que le daba nombre al volumen era un ensayo donde Huxley imaginaba una situación desastrosa (el supuesto incendio de su biblioteca), y cuáles serían, en ese caso, los primeros libros que repondría en sus estantes: "El fuego, los amigos y las mudanzas nunca podrán despojarlo a uno de nada que no pueda, como los hijos, camellos y mulas de Job, reemplazarse en su completa medida". Cuando el inglés escribía esto no podía imaginar que diez años después, el 12 de mayo de 1961, su casa de Los Angeles se incendiaría, reduciendo a cenizas su biblioteca pero también sus cartas y hasta algunos manuscritos.
Ahora, a cinco décadas de su muerte, Edhasa distribuye parte de la obra menos difundida del inglés, sus narraciones breves. Cuentos selectos es una antología reciente de ocho relatos, muchos de ellos ambientados en Italia y escritos entre los veintiocho y los treinta y dos años. Si bien el estilo narrativo es convencional, y en general se trata de cuentos realistas (no hay aquí distopías ni misticismo), el volumen contiene al menos tres pequeñas joyas del género: "Túneles verdes", "Monjas a la mesa" (un cuento cuya trama se interroga a la vez acerca de cómo escribir un cuento) y "El pequeño mexicano". En 2004, Edhasa había publicado juntos Un mundo feliz y Nueva visita a un mundo feliz, en versiones españolas de Ramón Hernández y Miguel de Hernani. Algunos años después, para los ensayos y los cuentos, dejó la selección, la traducción y el prólogo en manos de Serra Bradford. En la guerra por la lengua (por la imposición de una lengua o de varias, sobre otras) ya hay algunas batallas en las que ganaron los buenos. Los lectores, los primeros agradecidos.