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Un cenáculo escandaloso

Periodista:
Pablo Gianera
Publicada en:
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País de la publicación:
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El vínculo entre el régimen nazi y parte de la esfera intelectual alemana tuvo su origen en un flirt sentimental. En 1893, Hugo von Hofmannsthal, de diecinueve años, empezó a frecuentar a Elsa Cantacuzène, princesa venida a menos. Solía ir juntos al salón vienés del palais Todesco, patrocinado por la familia Oppenheimer, y pasaban también veranos en el balneario de Aussee. No sabemos cuan intimo llegó a ser la relación; los dos escribían, el poeta seguramente formó su gusto y, en cualquier caso, por esa misma época Elsa se enamoró del editor Hugo Bruckmann, que poco después le daría su apellido de casada. Con su experiencia mundana, Elsa Bruckmann organizó su propio salón en Munich. Ese salón es el objeto del estudio de Wolfgang Martynkewicz, y lo es porque desde allí se alentó el nacionalsocialismo y porque, a partir de diciembre de 1924, Adolf Hitler, Rudolf Hess y Alfred Rosemberg fueron visitantes asiduos.
¿Cómo fue posible que la misma gente que recibía y admiraba a Stefan George, Tomas Mann o Rilke auspiciara a Hitler? Martynkewicz indaga largamente en esa pregunta, en el escándalo del salón Bruckmann; detecta indicios en la tradición intelectual alemana que predisponían ese encuentro, y desnuda la manera en que Hitler abusó de esa tradición con la complicidad (deliberada o involuntaria) de esos intelectuales. En cuanto a Elsa, su mundo cayó con el régimen y ella vivió del pasado: “Queda el propio mundo interior, que surge de la felicidad dela niñez, de la casa paterna”, le escribió a su hermana en abril de 1945.