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Pasiones cifradas

Periodista:
Willy G. Bouillon
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Puede ocurrir dos cosas al escuchar las maravillas de la música clásica: deleitarnos simplemente o, junto con ello, preguntarnos como se hicieron, o sea como sus autores combinaron los sonidos, como determinaron la entrada de cada instrumento y diferenciaron los momentos de cuerdas y los vientos o el predominio de un solista, o como ensamblaron el conjunto o resolvieron el comienzo, el tempo, las variaciones, la duración y la terminación (finale) de una obra. Hay claro, respuestas técnicas para todos esos interrogantes, aunque quienes somos legos en la materia  no pasamos los límites del disfrute y la admiración. Pero entre los fervorosos no faltan quienes llegan a atribuir a semejantes creadores una naturaleza extraordinaria, más cercana a la de los seres celestiales que a la de los comunes mortales, esos que trabajan y caminan y hacen otras cosas, pero que jamás podrían fijar en un pentagrama el más mínimo sonido de la Novena sinfonía de Beethoven. A Hugo Caligaris – de muy destacado desempeño como periodista en La Nación – se le ocurrió dejar establecido que los Dioses del Olimpo musical pueden serlo en cuanto al prodigioso talento exhibido en sus partituras, pero fuera de ello son tan terrenales como cualquiera.
Las preferencias sensibles e intelectuales de Caligaris han estado siempre vinculadas con la literatura, el cine y la música y esa tríada no faltó en la elección del título, al asimilarlo estrechamente con Mujeres apasionadas, el film dirigido por Ken Russell, basado en la novela de D.H. Lawrence. En el libro han sido reflejado momentos y situaciones vividas por trece grandes músicos: Vivaldi, Berlioz, Morzart, Schumann, Bach, Tchaikovski, Mendelssohn, Wagner, Mahler, Debussy, Chopin, Berg y Beethoven. ¿En que se ha focalizado? Pues en un aspecto capaz de revelar toda idiosincrasia humana. Los episodios de amor, desde la búsqueda, el encuentro y el romance hasta las intimidades de alcoba y las secuelas menos felices que suelen seguirles: las infidelidades, los malentendidos, las crisis, el alejamiento, los adioses lánguidos o furibundos y la tristeza de “aquel invierno de nuestro descontento” del que habla Shakesperare. En las pausas que les dejaban sus dedicaciones creativas, estos hombres - igual que sus semejantes desde Adán en adelante- rindieron culto a la pasión, cada cual a su modo, por cierto.
Los extremos desinhibidos de Vivaldi, que se deshacía del hábito de sacerdote para dar rienda a sus impulsos, incluyendo el irse a la cama con dos hermanas. La famélica tenacidad de Wagner, que cuando no estaba sentado frente al piano o moviendo la batuta, seguro estaba horizontal, en la cama y por supuesto acompañado. Su casi competidor Beethoven, quien pese a la reconocida fealdad con la que había nacido y crecido llego a confesar haber tenido más de mil aventuras sexuales. La ambigua orientación de Chopin y Tchaikovski. La evolución de Debussy, que de amar en pobres catres de un humildísimo cuarto terminó haciéndolo en un palacete. El tono melancólico de un torturado Schumann, suicida frustrado y huésped de un manicomio por elección y convicción. La persistente amargura de Malher, en cuya relación con su muer Alma, Sigmund Freud diagnosticó los efectos de un “típico caso de complejo de Edipo”. Todas esas pasiones y las restantes son detalladas por Caligaris con una escritura ágil y amena, no exenta de humor, y llena de frases, giros y calificativos apropiados para escudriñar a estos “monstruos sagrados” puertas adentro.