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Las veleidades tardías de un jerarca nazi

Periodista:
Roberta de Falco
Publicada en:
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No es posible reconstruir con exactitud el momento en que Eichmann tuvo la idea de poner por escrito sus pensamientos. Él mismo dijo luego que al terminar la guerra, es decir, en Altensalzkoth, había hecho un primer intento, que habría sido una mezcla de estadísticas de asesinatos y descripción de las instituciones. El documento le habría resultado demasiado peligroso y habría decidido quemarlo. No se descarta que lo hiciera, por extraño que nos parezca hoy que un hombre como Eichmann, a tan poco tiempo de la derrota y no totalmente a salvo, sintiera el impulso de expresarse por escrito. En cambio, como preparación para un posible juicio, ejercitar la defensa sobre papel no habría sido tan mala idea. Pero si Eichmann en verdad redactó manuscritos en el norte de Alemania, no fue la primera vez.
Si hoy podemos y debemos recurrir a miles de páginas de relatos de Eichmann, no es solo por la aparición de las actas del juicio, sino también por una llamativa tendencia que compartía con muchos otros nacionalsocialistas: la escritura le resultó algo fascinante durante toda su vida y le gustaba verse en el rol del escritor. Era tal su entusiasmo ante la idea de publicar un libro, que en 1961 en Israel, después del curso desastroso del juicio y mientras esperaba ser condenado, se ocupó con devoción de temas como el color de las tapas, los posibles lectores, el tipo de letra y la configuración del texto, los ejemplares dedicados, aun antes de saber si existía por lo menos una posibilidad real de que se publicase. Se han realizado hasta ahora pocos intentos de analizar la producción textual de Eichmann como tal. Por una parte, su incansable necesidad de volcar todo sobre papel se ha interpretado como un síntoma del impulso de justificarse. Por otra, autores como Hannah Arendt y Harry Mullisch han destacado el estilo preciosista y vano. Precisamente quien ha trabajado en profundidad con su propio impulso de escribir no puede pasar por alto la provocación que  implica esta forma de cultivar una imagen propia como “uno de nosotros”. También les resulta familiar a los historiadores, que ven con desagrado a un Eichmann que adopta la pose del estudioso de la historia. Igualmente fuerte es el impulso de descartar esta imagen de Eichmann como algo ridículo o de desacreditarla como el sueño pequeñoburgués de una existencia dedicada a la escritura.
El gusto de los nacionalsocialistas por quemar públicamente montañas de libros ha ocultado la visión de que el nacionalsocialismo tenía un gran respeto, quizás un respeto exagerado, por el poder de la palabra escrita: se queman libros simplemente porque se les atribuye un enorme poder, en otras palabras, porque se les teme. Este miedo al privilegio de la interpretación es uno de los motivos esenciales de los nacionalsocialistas. A comienzos del siglo xx ya se tenía suficiente experiencia respecto del libro como medio masivo como para saber que la historia no solo acontece; la historia se escribe para las generaciones futuras. Es propio de la tendencia esencialmente violenta de Adolf Hitler que el combate y la destrucción de las creaciones existentes precedan siempre a “lo creativo”.
La decisión consciente del nacionalsocialismo de reescribir la historia no se relaciona solo con los hechos; fue desde un principio un proyecto cultural y, en este caso, literario: se tildó a la actividad cultural de “judaizada”; ramas enteras de la ciencia fueron desacreditadas como “extranjerizadas”. El libro era, por lo tanto, uno de los mayores instrumentos de poder del enemigo, en particular, de los judíos. Clasificar libros y quemarlos fue –como lo fue luego este mismo proceder con los seres humanos– nada más que el primer paso. El segundo fue el cuidado y cultivo de la propia raza tanto como la fundación de una cultura propia y una ciencia propia. Por consiguiente, hacían falta libros, tanto en el ámbito de la ciencia como en el del arte, porque se creía haber encontrado finalmente en el enfoque nacionalsocialista la base sobre la que podrían crearse ciencia y arte como ciencia y arte alemanes. Hubo una enorme producción de libros durante el nacionalsocialismo y la reinterpretación del conocimiento fue agresiva desde un principio.
Los portadores de la nueva cultura fueron, como es natural, la autodenominada elite ideológica, y era precisamente de este grupo que formaba parte el Servicio de Seguridad (SD) de las SS.
Era aquí donde se quería ser particularmente “creativo”, ya que el “ser humano creativo” era lo opuesto a los empleados y oficinistas de la época, a quienes había que superar. El “trabajo” de Eichmann en Berlín también estuvo desde un principio definido por la producción de textos. Una primera tarea, según su propia descripción, consistió en escribir un resumen del clásico del sionismo Der Judenstaat [El Estado judío], de Theodor Herzl. Tales tareas no eran inusuales entre sus colegas, ya que a diferencia de Eichmann, muchos de ellos eran hombres instruidos. Uno de sus primeros superiores, Leopold von Mildenstein, era un autor relativamente destacado. Tras su viaje a Oriente en 1933, había publicado en la revista de las SS Der Angriff la crónica –“Relato del viaje de un nazi a Palestina”–, que despertó mucha admiración. La revista incluso acompañó la serie con un regalo: hizo acuñar una moneda conmemorativa con una cruz gamada en el anverso y una estrella de David en el reverso.
Eichmann admiraba a su superior y lo imitaba, por lo menos, según sus recuerdos. El sucesor de Mildenstein, Herbert Hagen, con quien Eichmann emprendió su propio viaje a Oriente en 1937, también organizaba veladas literarias con abundantes tareas de lectura. Además, aumentó la producción de revisiones de libros, reseñas comentadas, y Leithefte [cuadernillos de orientación] que abarcaban numerosos temas de uso oficial y de formación. A Eichmann le fascinan tanto estos Leithefte, que afirma imperturbable haber escrito uno él mismo, que también habría sido “impreso”. “En este informe describí objetivamente la construcción de la organización mundial sionista, los objetivos del sionismo, sus fuentes de recursos y sus dificultades; también destaqué su reclamo, porque en este sentido el sionismo cumplió con sus propios deseos, porque el propio sionismo, de hecho, buscaba una solución”. En todo caso, los Leithefte no se imprimían, se escribían a máquina. Un SS-Leitheft era un dosier interno del SD, calificado de secreto, que no debe confundirse con la revista de las SS del mismo nombre o algún otro producto impreso. El título que menciona Eichmann no ha podido encontrarse hasta ahora, pero la organización de los temas suena sospechosamente como el lamentable texto Das Welt Judentum: Organisation, Macht und Politik [El judaísmo internacional: Organización, poder y política], que apareció en 1939 bajo el seudónimo de Dieter Schwarz. Wisliceny afirmó que los autores habrían sido Hagen y Franz Alfred Six. En la sección estaban orgullosos de la publicación, y el estilo no se corresponde con el de Eichmann. Pero está muy claro que le habría gustado ser el autor. Con cada uno de sus recuerdos, crece el número de Leithefte del SD que supuestamente habría escrito.
Pero ya en tiempos del nacionalsocialismo las ambiciones de Eichmann iban mucho más allá de los cuadernillos internos. En mayo de 1942, según le contó a Sassen (y también al oficial a cargo del interrogatorio en Israel), habría planeado un trabajo de cien páginas cuyo título era La solución final de la cuestión judía “con fines educativos”, para ser publicado en la Nordland-Verlag [editorial Nordland] con una tirada de cincuenta mil ejemplares que, además de explicaciones generales sobre “la cuestión judía” y el desarrollo del transporte, tendría también datos numéricos. Según le dijo a Sassen, le habría ofrecido a Heydrich el manuscrito para que este lo publicara bajo su nombre. Cuando Heydrich cayó víctima de un atentado en junio, quiso por lo menos dedicárselo, pero esto no llegó a concretarse y al terminar la guerra se ordenó su destrucción.
También en este caso hay discrepancias en los relatos de Eichmann, que hacen suponer que por lo menos estaba exagerando. La Nordland-Verlag (SS) publicó para la RSHA VII a partir de 1939 dos series de cuidada elaboración: “Libros sobre la cuestión judía” y “Fuentes y descripciones de la cuestión judía”. Para esta serie se había planeado también un tomo sobre “Estadísticas de judíos”. Como secuela de una jornada, Franz Alfred Six, director de la sección VII, le dio a Eichmann la orden de que escribiera dicha parte. Six dejó muy en claro que “será un trabajo en equipo bajo nuestras directivas” y que, literalmente, solo se le pedían a Eichmann los datos numéricos.
Eichmann se sintió tan halagado por la mera idea de publicar un volumen propio en la renombrada serie que años después aún recordaba el año y la editorial y a sí mismo como autor selecto de esta serie de confección lujosa.
Si bien Eichmann no se cansaba de repetir que no le interesaban “las candilejas”, su conducta muestra claramente cuánto lo fascinaba la vida pública. No solo daba conferencias y hablaba en jornadas internas; también daba clases habitualmente en la escuela del SD en Bernau, para no mencionar los lamentables discursos ante sus víctimas. El gusto por las apariciones teatrales y el deseo de dejar algo para la posteridad y no solo escribir la historia con asesinatos no aparecieron únicamente como una reacción al exilio. En la Argentina se dieron además tres circunstancias que lo motivaron aún más: en primer lugar, a partir de 1955 aparecieron las primeras publicaciones sobre el exterminio de los judíos, que Eichmann interpretó, así como a los numerosos artículos periodísticos, como “literatura enemiga” y como una provocación; en segundo lugar, tras el ocaso del Tercer Reich, el luchador ideológico solo disponía de un arma: la escritura, la opinión pública; por último, encontró por primera vez personas que continuaban precisamente esta lucha lápiz en mano, que disponían de una  editorial y, sobre todo, que parecían interesados en sus conocimientos: Willem Sassen y Eberhard Fritsch. Es obvio que un novato en el mercado editorial como Adolf Eichmann no era consciente de que, vista de cerca, la editorial Dürer era un pequeño grupo de improvisados que, fuera de su círculo de lectores, carecía de toda proyección y de posibilidades. Tal vez haya caído él mismo en la trampa de las comunidades cuyo pensamiento es tan autorreferencial que se sobreestima cada vez más, hasta que todo lo exterior termina por perder significado y volverse marginal. Desde su perspectiva le habrá causado una enorme impresión la manera en que Der Weg estaba incorporada al entorno editorial derechista: Sassen no solo conocía a Perón, además había escrito una novela y sus textos se publicaban también en Nation Europa y en Reichsruf [El llamado del Reich], de Adolf von Thadden. Hans-Ulrich Rudel no solo escribía sus memorias y textos breves, se postulaba como candidato por un partido alemán; Leers enviaba colaboraciones desde El Cairo y hasta el muftí le mandaba saludos. Editoriales alemanas y austríacas como Druffel ponían avisos publicitarios en Der Weg y Eberhard Fritsch resumía con esmero las reacciones en los medios alemanes, que iban desde Der Spiegel y Die Zeit hasta programas de radio. Hasta el presidente de la República Federal lo había mencionado. A Eichmann, la idea de pasar a formar parte de este grupo tan temido le habrá resultado irresistible. 


Argentinien-Papiere

La productividad de Eichmann es sorprendente, aun para quien tenga experiencia en la escritura, aunque solo se tome en cuenta la parte que se ha conservado, a la que se tiene acceso. Los Argentinien-Papiere disponibles están hoy divididos entre tres colecciones de archivo. Esto comprende no solo los famosos textos que han dado en llamarse transcripción de Sassen y los apuntes de Eichmann contenidos en ellos, que llegan a las cien páginas, sino también los apuntes que ya había escrito antes de 1957 con fines propios. Quien hasta ahora haya querido leer los relatos de Eichmann tuvo que hacer uso de mucha paciencia y muy buena memoria para relacionar ideas, si aspiraba a reconstruir el original a partir de las páginas sueltas, no siempre de fácil lectura, y los manuscritos incompletos en armarios semiocultos, porque el comienzo y el final estaban separados no solo por la caligrafía poco comprensible de Eichmann sino también por doscientos cincuenta kilómetros. Tal vez esto pueda explicar por qué nadie hasta ahora  ha emprendido tan ardua tarea, por qué a nadie se le ocurrió que existen Argentinien-Papiere tan extensos, mucho menos la idea de que podemos reconstruir por completo al menos uno de los manuscritos importantes de Eichmann. Si armamos este rompecabezas, podremos ver que además de las mil páginas de transcripción de las Entrevistas Sassen disponemos también de: un manuscrito independiente de ciento siete páginas con el título programático de Die anderen sprachen, jetzt will ich sprechen [Los otros hablaron, ahora quiero hablar yo], muchos ensayos introductorios y apuntes adjuntos, además de alrededor de doscientas notas y comentarios sobre libros.
Existe otro manuscrito de Eichmann que aún no está disponible, pero que sin duda se ha conservado y estaría hoy en poder de la familia, la llamada Roman Tucumán [Novela de Tucumán]. Eichmann habría tratado de describir detalladamente en doscientas sesenta páginas, en especial para sus hijos, su vida y sus acciones; es decir, de explicarse ante su familia y ante las “generaciones futuras”, tan importantes para él.