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La verdad desilusionante

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En Canadá, novela que Anagrama publicará en marzo, Richard Ford narra dos historias. La de una familia en descomposición que vive en la base militar de Great Falls y la del joven Dell Parsons en Canadá, luego de que sus padres roben un banco. Las dos historias están conectadas por Dell.


Bev Parsons, el padre de Dell, tiene un negocio turbio con los indios y con un negro mafioso. Cuando el negocio falla, el jefe indio lo amenaza con matar a su familia. Bev se asusta y planifica el robo de un banco.

 

Aunque los hechos se suceden con un ritmo cinematográfico, la clave de la novela no está sólo en el vértigo, sino en el punto de vista y en las agudas y atinadas observaciones de Dell, el narrador.

¿Hay vida después del robo de un banco? es la pregunta que ronda la segunda parte. Dell ha huido de Great Falls luego del robo de sus padres y se asienta en un pueblo de Canadá. Su “nueva” vida está marcada por el pasado que vuelve como un fantasma cruel y por las relaciones conflictivas con Arthur Remlinger (extraño intelectual y dueño de un hotel de cuya conducta solapada y cruel Dell aprenderá no sólo a rehacer su existencia, sino también a interpretar el sentido de su vida), y con Charley Quarters, un mestizo bruto y filo nazi.

 

No es un hecho menor que el narrador sea Dell. Dell ejerce su memoria con voluntad de recapitulación pero tiene, sobre todo, un tono para contar las historias. Las historias son, en el fondo, su propia vida. Dell es el centro de la novela, en un sentido formal y narrativo. Dell es juez y parte y tiene una valoración crispada y activa de los hechos, una valoración nostálgica y potente, por momentos. Nunca es distante. Cuenta sus historias cincuenta años después de lo ocurrido. Pero las cuenta como si hubieran ocurrido ayer. Su tono, a la vez melancólico y con una extraña alegría, transmite un modo de pensar y de reflexionar que cautiva. Dell recuerda porque no puede olvidar. Su memoria no es un producto natural, sino una compulsión, es el resultado de una presión del pasado. ¿Quién puede olvidar que sus padres robaron un banco? ¿Quién puede olvidar que un hombre –el irracional Remlinger– mató a dos ex policías a sangre fría? Aunque todo indica que Dell se ha repuesto de los dolores, la extraña trascendencia de los hechos pesa sobre él.

 

Su hermana ha huido después del robo y se instaló en San Francisco, lejos de Dell. Cuando ellos se encuentran, hablan del pasado y  Dell duda de sus propias palabras acerca de la vida maravillosa que ha tenido: duda de su propia idea de felicidad. Es como si nadie pudiera escapar a la atrocidad del pasado. Hay, en ese sentido, una ambivalencia, una “ductilidad” (como quería su madre), una ambigüedad acerca de los horrores del pasado. Y esa ambigüedad es, precisamente, lo que hace que el modo de contar de Dell sea inolvidable y eso hace que la novela sea inolvidable.

 

Canadá cuenta historias estrafalarias y, a la vez, cotidianas, con una tristeza lánguida y lúcida. Y esa es una marca de Richard Ford. Los personajes entran y salen en el recuerdo como si fuera un caleidoscopio imparable y sutil. Ford arma su mapa de sombras y lo despliega con una sensibilidad inusual.

 


—Bev Parsons es el padre del narrador. Un hombre extrovertido, divertido, militar, bueno y corpulento, de hombros grandes, pero de una inteligencia normal. Neeva, hija de judíos polacos, profesora, petisa, de cuerpo menudo, de tez blanca y pálida, ciertamente refinada, es la madre. Lee a poetas franceses y es un poco más callada que su esposo, linda sólo cuando ríe, dice el narrador. ¿Podría hablar de cómo eligió a los personajes de la novela Canadá?
—Crear un personaje es algo muy complejo, una cuestión de ir añadiendo rasgos humanos individuales más que conceptualizar previamente cómo va a ser el personaje. Tenía estos detalles en mis apuntes, sin vincularlos a ningún personaje en particular: 1) un hombre que deja la fuerza aérea; 2) un sureño; 3) un veterano de la Segunda Guerra Mundial, bien plantado; 4) un padre. En otra parte tenía: 1) una niña judía, pequeña, de aspecto frágil, hija de inmigrantes; 2) una mujer proveniente de la costa occidental de EE.UU.; 3) una madre; 4) alguien que leía literatura francesa. Estos detalles no estaban conectados entre sí. Los reuní un tanto azarosamente para crear los personajes de Bev y Neeva. Para mí, por supuesto, no se trata de algo que difiera mucho de cómo nos va formando la vida misma.


—El padre tiene un negocio turbio con indios y con un negro mafioso. Necesita el dinero para mantener a sus hijos. Un día tiene problemas con la carne que vende. El negro le dice que está podrida y que no va a pagarle. Entonces Bev se enfrenta con el indio. ¿Este es el inicio de la perdición, de la tragedia? ¿Se podría decir que toda la novela narra una tragedia, pero de una manera contenida, con cierto disimulo?
—Creo que no sé bien lo que es la tragedia, salvo por lo que he leído en los textos y en Aristóteles. No frecuento mucho esta terminología. Pero el delito de vender esa carne no estaba incluido cuando estaba planeando la novela. Lo que vino al principio era que necesitaba que los padres de mi narrador hicieran algo que les imposibilitara hacerse cargo de su hijo. Navegué hacia atrás a partir de ese requisito –hasta inventar los delitos que cometieron y tuvieron que pagar.


—La primera parte de la novela narra el proceso de desintegración de una familia. El robo del banco es un ítem de ese proceso, nada más, lo más profundo es la desintegración y la desolación que eso trae aparejado. ¿Está de acuerdo? ¿Podría hablar sobre esto?
—Bueno, no estoy de acuerdo con que la familia se esté desintegrando antes de los delitos. Creo que juntos ya les estaba yendo bastante bien, aunque no fuera perfectamente bien. Pero luego sucede ese terrible error de perspectiva, y la familia se desintegra. Para mí, lo que pasa es que los acontecimientos pueden llegar a suceder y cambiar la dirección y el aspecto de todo lo que conocemos y en lo cual confiamos y, sin poder saber cómo son realmente los detalles, nunca podremos vislumbrar la verdad. De modo que soy yo el que proporciona los detalles.


—La novela no es un policial. Usa ciertos rasgos del género y los encubre, los envuelve con estrategias certeras. El policial es música de fondo, es artificio fatuo. En primer plano, están las relaciones entre los padres, entre padres e hijos, entre hermanos. ¿Por qué eligió el robo de un banco como centro de una parte del libro? ¿En que se inspiró? ¿es un caso real?
—Elegí el robo del banco porque pensé que era una consecuencia factible del miedo de Bev, y porque a su vez motivaría lo que yo quería desarrollar en el resto del libro: el modo en el que Dell va a ir cruzando diversos tipos de límites humanos; y, además, porque sentía el deseo de escribir acerca de un robo de banco… escribir acerca del modo en que uno planea cómo lo va a hacer… en fin, cómo se siente una persona que hace lo que él hace.


—La madre de Dell es una poeta frustrada que quiere ocultar su condición de judía. Es una mujer tímida y solitaria que valora el mundo intelectual, pero que vive recluida en un pueblo rural, callada, dedicada a una rutina ruin y monótona, esperando algo que nunca llega. Y Charley, el que recibe a Dell, es filo nazi. Hay ahí una oposición ideológica, un mapa de las posturas políticas. ¿Podría hablar de la política que corre por detrás en la novela?
—Neeva no pretende ocultar su condición de judía. Esto sería una lectura errónea. Simplemente, no tiene ningún deseo intenso de ser judía. Tampoco diría que su vida es una rutina cruel. Siente insatisfacción, pero también la siente en su vida como esposa y madre. Y Charley no es nazi. Tiene cierto interés en Hitler, pero es una actitud más bien cómica y no tiene ninguna consecuencia en la novela. Desde mi punto de vista, no hay en absoluto nada de política bajo la superficie de la novela.


—El padre es un hombre optimista, sonriente e ingenuo que cree que puede mejorar. Su ilusión económica lo lleva a la ruina. Es un perdedor sutil, alguien que viene del sur y que no reniega de su procedencia. Y Arthur (el que adopta a Dell, podríamos decir) estudió en Harvard. Con estos personajes, ¿quería hablar de las diferencias entre norte y sur en EE.UU.?
—No. En general nunca trato de “decir algo” que no sea totalmente literal en una novela. No hay secretos para descubrir. Y yo no diría que Bev sea un “perdedor”. El asunto es mucho más complejo. Las novelas, por lo menos las que yo escribo, se dedican en gran medida a eliminar simplificaciones tales como la de “perdedor”, que al final no nos dicen lo suficiente acerca de lo que es verdadero en las personas.


—Esta historia está narrada cincuenta años después de ocurrida. Es decir, el narrador tiene afinidad y confianza en lo que narra y a la vez tiene cierta distancia temporal. ¿Cómo eligió el tono, la forma de narrar y de estructurar la novela?
—No estoy muy seguro de lo que usted quiere decir con “el tono”. En lo concerniente a lo primero, sobre esa distancia de cincuenta años –y esto es posiblemente lo que usted asocia con “tono”–, necesitaba que el vocabulario del libro pudiera retratar más o menos al mismo tiempo tanto a un niño como a un adulto. No podríamos apreciar lo que sucede en el libro si careciéramos de la percepción de la persona que Dell es al estar totalmente habitado por persona que Dell fue. Es un concepto moral. 


—Charley Quarters es métis, mestizo de francés y de indio. Este personaje no sólo es singular, sino que además le permite hacer un retrato sutil de las complejidades sociales del sur de Canadá. ¿Podría hablar sobre este personaje?
—Supongo que sí, aunque no estaba demasiado interesado en las complejidades sociológicas de Canadá. Como lo dije al responder su primera pregunta, para mí los personajes son amalgamas: trozos y pedazos que el lenguaje expresa y envuelve haciendo personajes, paisajes, imágenes, reacciones, etc. Muy rara vez llego a imaginar que un personaje represente algo. Para mí, eso sería alegoría. Tomemos a Charley. Bueno, una vez una mujer me sorprendió al preguntarme si yo estaba interesado en Hitler. Y otra vez, cuando era chico, conocí a un auténtico enano con quien tuve una extraña amistad. Era actor. También conocí a un guía de cacerías en Louisiana, diminuto pero muy fuerte… mortal.  Hubo otros episodios aislados, también. Pero éste fue el origen de Charley Quarters. Lo hice méti porque sé algo acerca de los métis en Canadá, pero nada que me atrape más allá de su simple existencia. Quería hacerlo resaltar. Hacer que fuera un tanto exótico, de modo que lo hice méti. Podría haberlo hecho otra cosa. Lamento si esto lo desilusiona. La verdad es a menudo desilusionante.


—En esta novela, usted ha pasado del escenario de la gran ciudad (en otras novelas trabaja con la ciudad de Nueva York y alrededores) a un pueblo del norte y a un pueblo pequeño de Canadá. ¿Por qué eligió estos escenarios?
—Quería una oportunidad de verbalizar esa región, poner en la página esos lugares que en la vida real me despiertan emociones. No entrego a la página los lugares tales como son. No se puede (el que quiera los puede visitar). Pero la experiencia de hacerlos y darles dramatismo (tal como la ficción puede lograrlo) y hacerlos carismáticos como elementos formales, confirma la importancia que tiene para nosotros, así como la literatura siempre confirma la importancia de la vida misma.


—“Yo no tenía logros hasta entonces, ni a nadie esperándome, ni siquiera una casa a la que poder volver”, dice Dell en la pág. 275 de la edición española. Este es un retrato de Dell después del robo del banco. Es un retrato de la vida de Dell en Canadá. La novela como un retrato indirecto y crudo de un chico abandonado y triste. La forma de transmitir esa sensación de pérdida, de fracaso inevitable, también está en otras novelas suyas y a mí ese trabajo me parece inigualable. ¿Podría hablar sobre esto?
—Soy básicamente optimista (o no sería novelista). Siempre ando en busca de material dramático, tratando de imaginar lo que la gente puede llegar a hacer dentro de lo dramático, a fin de exponerlo ante el lector con toda su vitalidad. No me interesa mucho lo que es el drama, siempre que lo pueda escribir razonablemente bien. No creo tener una “visión”. Lo que hago es observar qué le pasa a la gente y trato de elaborar sobre eso. Por supuesto, hay dramas que me atraen más que otros, y llego a escribir algunos mejor que otros. Pero no tengo la intención de desarrollar algo que vaya más allá del relato específico que estoy narrando. Si llego a mostrar consistencia en los dramas que elijo, es probablemente porque mi imaginación no es lo suficientemente fértil y me estoy repitiendo.


—Cuando la novela avanza, el lector advierte que el robo se ha desplazado del centro y que la vida extraña de Dell en un pueblo anodino se convierte en el eje del libro. Lo que avanza no es sólo el recuerdo de ese pasado irrecuperable sino que hay una reconstrucción de ese pasado. En ese sentido, la novela es la historia de un pasado, la novela como la visión melancólica y lírica de un pasado tremendo, narrado con la simpleza y la parsimonia cruel de un chico abandonado. ¿Qué opina de esto?
—Creo que ésa es una lectura comprometida de Canadá, y por cierto bastante acertada. Su carácter “melancólico” no es una cualidad a la cual soy muy sensible. La gente a menudo comenta que mis libros son “oscuros”, “tristes” o como usted dice, “melancólicos”. Pero es posible que yo sea oscuro, triste o melancólico sin saberlo, o bien que esté tan iluminado por la existencia de la literatura y su potencial de atesorar cualidades para el lector, que me emociono demasiado al ponerme a escribir como para prestar atención a tales cualidades. Como ya lo dije, soy optimista. Para mí, el discurso subyacente de la literatura es un complejo de fuerzas optimistas: 1) habrá un futuro para el lector; 2) ella o él necesitarán mi libro y mi libro se adecuará a ellos; 3) hacer algo para los otros (lectores) es un gran privilegio; y 4) aunque el libro que escribo pueda tratar asuntos oscuros o melancólicos, el lector está a salvo, protegido por la misma institución de la literatura y los libros, mientras que sin los libros, el lector podría no estar en absoluto a salvo.


—“La suplantación de la personalidad y el engaño son los grandes temas de la literatura estadounidense”, dice el narrador. ¿Está de acuerdo con Dell? ¿Hubo grandes temas?
—La traducción parece ir por otro lado. Simplemente, me refiero a la frecuente presencia de personajes que esconden su identidad, haciéndose pasar por otro, ya sea por interés personal, o para protegerse de algo, o por otras razones, malignas o no: Chillingworth, Huck Finn, Gatsby y tantos otros. Dell, de alguna manera, deja que lo crean canadiense por albergar cierta incomodidad ante Estados Unidos.


Canadá me ha parecido una novela notable. En EE.UU., algunos autores han buscado escribir la gran novela norteamericana. ¿Le interesa esa búsqueda? ¿Se ha planteado escribir la gran novela norteamericana?
—Hay un cita muy conocida de Cyril Connolly –quien no era en absoluto estadounidense, pero que en los 40 se las ingeniaba para hablar en nombre de casi todos los escritores– y, a mi modo de ver, lo hacía con mucha claridad. Escribió: “La verdadera función del escritor es producir una obra de arte... ninguna otra tarea puede ser tan importante”. Y eso es lo que yo pienso.

 

© Fabián Soberón, Diario Perfil, Suplemento cultura

© Traducción: Eugenia Flores.