Cuando un hombre ama a una mujer
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- Rogelio Demarchi
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A 10 años del relanzamiento de su obra, llega la primera novela de Irène Némirovsky (1903-1942), El malentendido, originalmente publicada en 1926, en una revista (por capítulos), y como libro en 1930.
Ambientada en el París de 1924, es el relato de un triángulo amoroso. Los amantes son Denise, una rica y bella joven que se aburre en su casa y en su matrimonio, y el también bello Yves, un treintañero que, arruinado por la guerra –en la que fue herido y condecorado–, tiene que salir a trabajar, en vez de disfrutar los placeres de la vida, que para eso fue educado: sus padres “se esforzaron en inculcarle desde un principio el gusto por la belleza y las ideas, que ennoblece la vida, pero también por las mil sutiles pequeñeces del lujo y la elegancia, que la hermosean y la revisten de una dulzura incomparable”.
Y como bien sabe la madre de Denise, el amor es un lujo que sólo algunos pueden y saben darse, dos competencias que estos amantes no poseen: si ella no sabe, él no puede. En consecuencia, los encuentros amorosos rápidamente degeneran: en vez de ser un oasis de felicidad y satisfacción mutua, son el momento de las quejas y los reproches, la liberación de las angustias y las tensiones que dominan a ambos por igual (aunque tengan muy diferentes orígenes).
En ese marco, es muy interesante la caracterización que Némirovsky logra de Denise, como la mujer que no siente la más mínima culpa al engañar a su marido y que hasta puede poner a su pequeña hija en un segundo plano porque lo único que le importa es su amante, pero sobre todo de Yves, que llega a la triste conclusión de que lo único que siente en su relación con Denise es cansancio y obligación: como la amante lo fatiga (y lo fastidia) con sus constantes demandas amorosas, en cada cita se torna una obligación para él mostrarse seductor y colmarla de dicha.
Escrita por una joven Némirovsky a sus (aproximadamente) 22-23 años, El malentendido esconde una fuerte crítica a la sociedad de su tiempo, a su propia clase social y al papel que en ella se adjudicaba a la mujer, así como una descarnada representación de cómo se comportaban los varones de entonces tanto en el amor como en el matrimonio (ya que, por lo general, eran dos cosas muy distintas).