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BALZAC EN MIAMI

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Bloody Miami es el título con que se publica la versión en castellano de la novela Back to Blood, un extenso relato de Tom Wolfe, quien acaba de cumplir, este 2 de marzo, ochenta y tres años y cuyo nombre automáticamente se asocia con el “nuevo periodismo” de las décadas de los sesenta y setenta. Con su porte singular, su desafiante imagen y sus polémicas opiniones, más su larga trayectoria en los medios, erigió una propuesta que sostuvo simultánea y hasta paradójicamente una escritura que a la vez que se ancla en dar cuenta de lo efectivamente acontecido, los “hechos reales”, involucra a quien los narra y sobre todo –en medio de la idea de “no ficción”, fundamentalmente a partir de A sangre fría, de Truman Capote– trata de aprovechar los recursos de la narración, la puesta en escena, los detalles y rasgos de los personajes, de modo que la noticia cobrara la coloratura y densidad que sólo las armas de la ficción pueden conferirle para propiciar cercanía, interés y aun participación activa de los lectores.

 

La llamada no ficción supone un modo de narrar que manifiesta la clara relación entre lo empírico y las estrategias del relato usadas para erigirse como narración fidedigna de algo sucedido. Esto implica tener seria conciencia del modo en que se arma un discurso y que aprovecha las posibilidades de una potente poética del siglo XIX (de larga y posterior presencia en el relato de hechos verídicos o verosímiles) como es el realismo, a partir de lo cual proponer qué caminos pueden seguirse en esa dirección, vinculando el relato periodístico con los dominios de la literatura.

 

De ahí que el protagonista del “nuevo periodismo” compusiera la novela La hoguera de las vanidades, publicada en 1987. Con ella, Wolfe avanza sobre lo literario, pero sin desconectarse de lo que anteriormente publicara en el terreno de la noticia o el ensayo. El lugar elegido para emplazar su crítica social fue la ciudad de Nueva York en los ochenta, mostrando un estado de cosas que involucraba manejos de poder, hipocresías, pactos. No es de menor importancia señalar esto para visualizar la otra ciudad en que ubica tales cuestiones en su reciente novela: Miami.

 

Si alguna vez Wolfe reclamó tener en cuenta el legado de Balzac, efectivamente aparecería también en su obra el vaivén de fortunas y la circulación del dinero, pero aquí, luego de que la burguesía recorriera un largo camino modificándose y en una sociedad heterogénea, aluvional, de razas y culturas diversas y coexistentes.

 

Habitualmente, por el título de aquella novela, se habla de una fuente inspiradora, Hoguera de las vanidades, un hecho que tuvo lugar en Florencia –y que reforzaría la premisa de poner en escena elementos efectivamente ocurridos y no invenciones– el 7 de febrero de 1497, cuando seguidores del monje Girolamo Savonarola quemaron en público, durante la fiesta del Martes de Carnaval, diversos “objetos” que se consideraban pecaminosos, como espejos, maquillajes, vestidos refinados, instrumentos musicales, pinturas y libros “inmorales”.

 

Pero además, cuando se considera la tradición en la literatura anglosajona, no dejan de acudir otros ecos, así un clásico, La feria de las vanidades: una novela sin héroe, de William Makepeace Thackeray (1811-1863) publicada por vez primera en 1847-48, sátira de la sociedad del Reino Unido de principios del siglo XIX. A su vez, tal título remonta a la alegoría de John Bunyan El progreso del peregrino, que surgió en 1678 y se convirtió en un clásico no sólo literario sino también en referencia para la educación moral de los protestantes –valga mencionar que Little Women o Mujercitas alude muy directamente a tal texto–. La ciudad llamada Vanidad tentaba al hombre virtuoso a quedar atrapado en las cosas mundanas, alejándolo así de su camino de purificación. En la sociedad moderna, esas vanidades van a remitir a un mundo de riquezas sustentadas en non sanctos negocios o transacciones donde quedan implicados poderosos, cómplices y víctimas.

 

Después de la Nueva York de La hoguera de las vanidades, Wolfe elige otra ciudad. Bloody Miami, si bien pudo ser vista por algunos como un logro menor respecto de la anterior, sin embargo resulta una nítida visión que exhibe pompas y circunstancias en otro espacio. Así, no es aleatorio que se mencione el mar, el calor imperante, pero, además, quiénes la habitan y cuándo. Y todo esto a vertiginoso ritmo.

 

En gran medida, esto caracteriza los conflictos que va desplegando. Así la fuerte presencia de los cubanos afincados allí, no sólo con su propio lugar de residencia, Hialeah, sino también respecto de lo que serían sus privilegios como inmigrantes y su presencia en las instituciones. Lo que queda manifiesto en el rol protagónico de Néstor Camacho, policía, segunda generación de cubanos, o sea, quien poco o nada sabe de la isla que sus padres y abuelos abandonaron. Este personaje, en sus vinculaciones con los que van apareciendo –los cubanos fanáticos, los negros que los consideran invasores extranjeros, la “minoría” anglosajona, ciertos haitianos que buscan diferenciarse de los negros para exhibir su prosapia francesa, los conflictos entre el alcalde y el jefe de policía, la novia cubana deseosa de ascender socialmente al vincularse con un médico blanco y luego con un ruso muy rico, el conflicto con la propia familia y demás compatriotas que lo execran, es, en la diversificada narración, un hilo conductor capaz de asociar un conjunto de situaciones que emergen, al principio, inconexas, para luego ir confluyendo en torno de lo que un a veces desorientado –a veces enamorado– Camacho hace. En conjunto, y con menciones a sitios y barrios que van desde zonas de mayor lujo hasta reductos miserables, el trajín no cesa y los enfrentamientos tampoco.
Bloody Miami. Tom Wolfe Anagrama 617 páginas

 

Miami, bloody, maldito, sangriento, aparece como síntesis del mundo globalizado. Estafa, tráfico de drogas, diferencias culturales y sociales, y no menos, en todo este intercambio entre los varios actores (ricos, pobres, poderosos, marginales) la proyección a los medios. Por eso la importancia de un video en YouTube, y sobre todo lo que tiene que ver con un periódico y su director, Edward Topping IV, y un periodista con ansias de destacarse, irónicamente llamado John Smith, deseoso de hacer la gran nota de denuncia, condensando intereses políticos y de la prensa, y asimismo no pocas observaciones respecto de las pretensiones culturales, cifradas en las donaciones de obras de arte por un ruso sospechadas de falsificación, lo que permite unos magníficos comentarios acerca del arte de vanguardia. ¿Qué queda de toda esa trama? Back to Blood, otra vez sangre o el suelo real sobre el que se erigen interrogantes, temores, impunidades y expectativas en la ciudad tan diversa del Caribe.

 

© Susana Cella, Página 12