Leila Guerriero: "Soportar la dificultad del otro forma parte del oficio"
- Periodista:
- Publicada en:
- Fecha de la publicación:
- País de la publicación:
Un día Leila Guerriero leyó en el diario que existía el Festival Nacional de Malambo. Que era en una ciudad de seis mil habitantes en Córdoba. Hacia allí fue. Como cuando fue a Las Heras. Al sur del sur. La pequeña localidad de Santa Cruz a la que viajó para indagar por qué tantos jóvenes se suicidaban. Leila es una periodista inquieta. De los que van. Y cuando va, mira. Y cuando mira, anota. Y después cuenta. Narra. Elige cada palabra con la precisión con la que un cocinero elige sus ingredientes. No hay azar en sus textos. Tampoco en este. Hay una escritora que vio de cerca y eligió contar la historia de Rodolfo González Alcántara, "una suerte de gladiador que quiere salvar su vida a través de esta competencia de baile".
Una historia sencilla es el nuevo libro de Guerriero que Anagrama publicó en Hispanoamérica. "El título es entre préstamo y homenaje a la película de David Lynch", dice Leila en los estudios de Infobae y agrega que "es muy difícil contar historias donde el conflicto no está claramente explícito".
-En el libro, decís que te sentís atrapada por ese deseo de ganar una competencia que en el mismo momento que se gana los deja fuera de carrera porque nunca más pueden volver a competir.
Una de las reglas de este festival es que la persona que gana, y que se lleva el título de campeón, no se puede presentar en competencia de malambo nunca más en su vida. El malambo con el que ganan es también el malambo que los aniquila, es como llegar a la cúspide y en el momento que llegan empieza su retiro.
-A pesar de todo, esto no es vivido con dolor por ellos.
Para nada. Los tipos se juegan la vida y quieren eso que es el campeonato con una fuerza tan intensa que creo que ninguno de ellos piensa en esa consecuencia. En que después de eso es como el retiro. Por lo menos nunca más se van a poder presentar en una instancia que implique ese grado de competencia. Van a ser para siempre los mejores pero van a serlo en una especie de museo.
- Se pueden encontrar puntos de contacto entre tus libros Una historia sencilla y Los suicidas del fin del mundo. ¿Estás de acuerdo?
Sí, hay en mí una voluntad por contar historias de lugares del interior. No es que lo hago de manera del todo consciente pero hay un interés, quizás por haber nacido en el interior y por pensar siempre que desde Buenos Aires sólo se mira Buenos Aires. A mí no me parece que debiera ser así. Los suicidas del fin del mundo y Una historia sencilla, son historias del margen, historias de la periferia que no están en el centro. Cosas que nadie está mirando.
-Muchas veces fuiste crítica del uso de la primera persona, y en ambos libros la utilizás. ¿Por qué decidiste hacerlo?
Es cierto, soy bastante reticente. Me formé en una vieja escuela de periodismo de gente que no íbamos a estudiar periodismo en las universidades. Tuve dos o tres editores clave, uno de ellos fue Homero Alsina Thevenet, que decía que sólo usaras la primera persona en el caso en que tuvieras que contar una experiencia intransferible. Uso la primera persona para hacer que la realidad rebote contra mí y diga algo, no de mí sino de la realidad misma. En el acompañamiento del Festival y de Rodolfo sentí que había algunas cosas que empezaba a entender cuando me pasaban a mí, por ejemplo, cuando la noche de la final Rodolfo me pide que lo lleve en mi auto hasta la competencia de esa noche, sentí que estaba llevando a un rey.
Nunca sentí a una persona con tanta soledad y tan expuesta ante mí como cuando me quedé dos o tres noches sola con Rodolfo en su camarín. Sentí realmente que era una intrusión horrible y que yo no tenía que estar ahí y, sin embargo, me quedé para mirar porque Rodolfo nunca me dijo andate.
-Lo decís dos o tres veces en el libro: "yo no debería estar pero estoy y miro". ¿Hasta dónde te permitís llegar?
Un trabajo como este, en el que decidís acompañar a una persona a lo largo de tres años con el permiso o el interés de esa persona, es un pacto entre adultos. Tratándose de un pacto entre adultos yo nunca me voy a retirar por estar yo incómoda. Si alguien se pone mal en una circunstancia determinada y se pone a llorar, dejo que eso transcurra. Soportar el llanto del otro, soportar la dificultad del otro, forma parte del oficio. Hay que tener espalda para aguantar eso. Si uno corrió el riesgo de decir yo quiero contar tu vida uno tiene que aguantar eso y no ir a tapar ese llanto, ese silencio o esa incomodidad con un consuelo torpe. Hay que soportar la emoción del otro.
-Una vez escuché a un gran fotógrafo que les hablaba a los que querían ser reporteros gráficos y les decía: cuando todos apunten para un lado, ustedes miren para el otro. Cuando te leo recuerdo esa frase pero ahora te escucho, me la cuestiono y digo que en realidad vos mirás lo mismo que todos pero de otra manera. ¿Cuál de las dos cosas se acerca más a la realidad?
No lo sé, creo que si mirás para donde no miran todos podés estar perdiéndote la historia. Lo que decís creo que tiene que ver con una mirada sumamente curiosa y con una voluntad de no caer en el lugar común. No sé si soy una gran descubridora de historias ocultas. Soy altamente sensible a la forma de la escritura. Los escritores que más me deslumbran son los que tienen una manera de contar, un estilo, un tono que implica un trabajo con la forma muy fuerte. No es el qué contar sino el cómo contar. Una historia es completamente eficaz cuando el fondo y la forma no se pueden desenganchar.
-La novela salió en España unos días antes que en Buenos Aires. ¿Cómo fue leída allá?
Lo primero que me sorprendió es que Anagrama haya querido publicarla, aunque en el fondo yo percibía que el libro no sólo habla de una historia local, sino que habla de la condición humana, del aferrarse a algo. Lo que se marcaba mucho en todos los textos que se publicaron sobre el libro en España es la figura de Rodolfo González Alcántara como una suerte de héroe contemporáneo. Un tipo que habiendo nacido en una condición social absolutamente hostil se impone a la más difícil de las vocaciones, que es una vocación artística y está dispuesto a llevarse el mundo por delante. Hay gente que se queda y hay otros como Rodolfo que sacan las garras.
© Matías Mendez, Infobae