Historia de un asesino de masas
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El polifacético periodista holandés sirve una copa de vino. En el living, murmuran dos mujeres elegantes, un hombre alto y un alemán delgado, vestido con camisa a cuadros y pantalón arremangado. Detrás de la puerta, una niña, Saskia, sigilosa y rubia, escucha.
Las copas se cruzan y las risas se mezclan. El polifacético periodista holandés prepara el grabador y coloca la cinta marrón. No es un experto. Pero su fervor es mayor que su impericia.
El alemán delgado, de camisa a cuadros, levanta sus papeles y se coloca cerca de la pequeña lámpara.
Están reunidos alrededor de una mesa chica, cómodos, distendidos, rodeados por una biblioteca profusa, llena de libros y revistas en inglés y alemán, bajo el auspicioso efecto del oro y del whisky.
El polifacético periodista holandés le hace una seña suave con la mano, y lanza un murmullo lento y silencioso que se propaga en el aire. El alemán delgado, carraspea, y dice, orgulloso: “Tucumán fue una época feliz”.
El alemán delgado que habla, circunspecto y grave, es Adolf Eichmann, el autor de la solución final. El polifacético periodista holandés es Willem Sassen, escurridizo bon vivant, voluntarioso nazi que sueña con el cuarto Reich y que pronto venderá su laborioso reportaje a Eichmann, por miles de dólares, a la revista Life.
La escena no es ficcional. Pertenece al libro Adolf Eichmann. Historia de un asesino de masas, de Bettina Stangneth. Su título en alemán es Eichmann antes de Jerusalén y la obvia referencia al volumen de Hannah Arendt no es un capricho ni un error. La hipótesis de Stangneth es que Arendt propuso y difundió una idea equivocada de Eichmann. Lejos del invisible y tímido perpetrador de Jerusalén, Eichmann fue, para Stangneth, un aguerrido y lúcido defensor de su tarea en el Tercer Reich. Alguien que esperaba y reclamaba un lugar glorioso en la historia y que podía defender con argumentos claros –en una cadena lógica imbatible– su dogmática concepción de la sangre, la raza y el exterminio del enemigo judío. Stangneth sostiene que la documentación era escasa cuando Arendt presenció el juicio y que Eichmann logró engañar a los intelectuales que estudiaron su “caso” en los 60. La autora bucea en documentos que hasta ahora permanecían inéditos y secretos. Escucha y analiza las famosas entrevistas realizadas por el engreído y traidor holandés, Willem Sassen –en Buenos Aires–, e indaga en los archivos de la República Federal Alemana. Según Stangneth, Eichmann fue un antisemita radical que estaba convencido del exterminio como la única solución a la cuestión judía y que nunca se arrepintió de los siniestros crímenes.
Entre 1957 y 1960, Eichmann se movió en los círculos nazis de Argentina con desparpajo y orgullo –sin ocultar su identidad– y no se sintió “la rueda menor de una maquinaria” infernal –como había dicho durante el juicio en Jerusalén. Eichmann pensaba que su lugar en el Tercer Reich había sido fundamental y que era necesario que las futuras generaciones supieran de su proeza y continuaran la batalla contra el enemigo, según lo obligaba la férrea ley de la lucha de razas.
El libro de Stangneth no es una biografía sino un estudio histórico y filosófico, un inusual análisis intelectual de las modificaciones y adaptaciones del pensamiento dogmático de Eichmann: aporta reflexiones sobre el lugar que tuvo en la historia de las atrocidades del nazismo.
Según Stangneth, Eichmann hizo cambios drásticos de personalidad solo para salvarse. Vivió, fugitivo, en el norte de Alemania como criador de gallinas: Eichmann le vendía huevos a los judíos que vivían muy cerca de un campo de concentración; Eichmann sintió orgullo ante el público embelesado que lo escuchaba en casa de Sassen, disparó sentencias filosóficas y dijo que era un kantiano para defenderse; expuso sus ideas sobre Dios y la religión nazi frente a los cándidos opositores cristianos que querían debilitarlo con la idea de la culpa; propagó la cínica idea de la rueda menor en la maquinaria nazi frente a los jueces de Jerusalén con el lúcido objetivo de salvar su pellejo.
“Malentendido”
En contra de lo que intentó hacer creer, lo que Eichmann más deseaba era volver a Alemania para explicar el malentendido que existía sobre su persona. Para ello, le escribió una carta abierta al canciller Adenauer.
Un aspecto que destaca Stangneth es que, para asombro de muchos, Eichmann fue un “escritor” compulsivo que dejó más de mil páginas como legado literario para el futuro de la humanidad. Entre las páginas inéditas, Stangneth cita la “Novela de Tucumán”, un secreto testimonio para sus hijos.
Si Eichmann no fue una rueda menor de la maquinaria nazi ni el claro ejemplo de la banalidad del mal, las preguntas siguen latentes: ¿qué factores contribuyeron para que surgiera alguien como Eichmann? ¿Cómo engendró la sociedad alemana el nazismo? ¿En qué consiste el mal?