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Los buitres son los marginales del capitalismo mundial

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¿Cuáles considera que son los aportes más relevantes que hace su libro?

El país tiene la necesidad de continuar con el proceso de desendeudamiento y de enfrentar el juicio contra los fondos buitre, considerando ambos capítulos como políticas de Estado. Es imposible que los dos procesos puedan ser enfrentados y finalizados por el actual gobierno con éxito, sin que se los considere por toda la clase política como problemas que se deberán continuar más allá de 2015. Creo, entonces, que el mayor aporte del libro es una contribución a esta consideración, luego de décadas de aumento del endeudamiento; y de la consideración del juicio contra los fondos buitre como la principal espada de Damocles en contra del proceso de desendeudamiento.

En ese sentido y a pesar de su seguimiento permanente de esta cuestión, ¿qué es lo que más le sorprendió en la reconstrucción de esta “historia oculta”?

Lo más sorprendente fue bucear en los orígenes de estos fondos y comprobar que existe un modus operandi que no surgió para el caso argentino, sino que se viene repitiendo en países del Tercer Mundo y Estados en desarrollos desde hace casi veinte años. Al conocer de cerca cómo surgen estos fondos y descubrir quiénes son, con nombre y apellido, los hombres que los dirigen, se descubre también la identidad del problema. Lejos de los bancos financieros de primer y segundo piso, y de las entidades de inversión del Primer Mundo, no siempre con buenas consideraciones de imagen, por cierto, pero con una visión global de los negocios, aparecen estas inversiones que se manejan al margen de los negocios financieros mundiales.

¿Cuál fue la modalidad más común?

Compraron siempre al borde del default y de una bancarrota, para luego accionar judicialmente en cualquier tribunal internacional. Son fondos relacionados con los gobiernos más corruptos de la región (el Brasil de Collor de Mello) y el mundo (la Rusia de Boris Yeltsin), y a menudo (como el caso de Dart) sufrieron represalias de parte de las mafias más peligrosas del globo. Estos son los fondos que exigen que la Argentina “cumpla sus compromisos” luego de haber cerrado exitosamente dos canjes de deuda en 2005 y 2010. El juicio no es entonces contra bancos o entidades serias, sino contra los marginales del capitalismo mundial.

El término “fondos buitre” resulta hoy bastante extendido, por más que no se sepa bien cuáles son sus características concretas. ¿Cómo los definiría?

No hay que confundir “holdouts” con “fondos buitre”. Los primeros, equivocados o no, compraron deuda de buena fe y no aceptaron por cuestiones personales o de convencimiento ingresar en los dos canjes lanzados por el gobierno de Néstor Kirchner, primero, y Cristina Fernández de Kirchner, después. Optaron por una salida judicial, buscando que se cumpla un contrato. Los fondos buitre son otra forma de hacer negocios. Voluntariamente esperan que un país esté a punto de caer en default (en el caso argentino comenzaron a comprar deuda en noviembre de 2001) y aguardan el momento del lanzamiento de un canje de deuda para plantear que “no están de acuerdo con la oferta” y que optan entonces por una salida judicial. Mientras tanto, avanzan en negociaciones no siempre claras ni honestas y buscan embargos de bienes del Estado que emitió la deuda en default por el mundo. Presionan con la humillación de mantener un bien preciado embargado para luego buscar una negociación que les permita obtener rendimientos exponenciales. Por ejemplo, compran a 80 lo que luego buscarán cobrar por más de mil.

¿Cuáles son los aciertos y los errores más importantes del gobierno argentino respecto a estos fondos?

El acierto más importante es haber realizado dos canjes y conseguido un porcentaje de 94% de aceptación global, mientras tanto se dejó desarrollar el juicio contra los fondos buitre en Nueva York. Esto hizo que el Gobierno ganara un tiempo precioso (casi ocho años ya), mientras solucionaba su problema interno de deuda. Hoy el planteo contra esos fondos es en una posición de fortaleza: se ganó tiempo, cosa que ningún otro Estado en juicio contra estos fondos consiguió. También fue un logro haber optado, en su momento, por recurrir al Tribunal Internacional del Derecho del Mar para destrabar el conflicto por el embargo de la Fragata Libertad en el puerto en Ghana. Incluso si se hubiera optado rápidamente por esta opción (recomendada por la embajadora Susana Ruiz Cerutti), se habrían ganado dos meses, mínimo.

¿Y los errores?

El más importante, quizá llevados por momentos de soberbia –que vienen desde que Roberto Lavagna llevaba adelante el proceso de canje de deuda y que continuaron con las gestiones personales de Néstor Kirchner y Cristina Fernández–, es no haber hablado desde un primer momento con los líderes de Wall Street, el Fondo Monetario Internacional y, fundamentalmente, del gobierno de Estados Unidos sobre la importancia del “Juicio del Siglo” (según la definición del Financial Times) para las finanzas mundiales y los mercados de capitales de colocación de deuda soberana por parte de los Estados en desarrollo. Se optó, quizá, por una posición de soberbia cuando, en realidad, lo que se necesitaba en esos momentos era una posición de humildad extrema, lo que no necesariamente implicaba dejar de lado la fortaleza o las convicciones.

¿En qué sentido?

Tener del lado argentino al FMI y al gobierno norteamericano hubiera sido fundamental, y la llave para que la justicia de Estados Unidos tuviera en cuenta el planteo que la Argentina llevaba hasta esos niveles. Sostener conflictos políticos con los gobiernos de George Bush y de Barack Obama, aunque hayan sido atractivos en otros terrenos, jugaron muy en contra de las posibilidades de tener activamente la administración de la Casa Blanca como aliada en los tribunales de Estados Unidos. Eso hoy se está pagando con la poca voluntad del gobierno de Obama de intervenir para convencer a alguno de los jueces demócratas (son cuatro) que integran el máximo tribunal de EE.UU. para que acepten tomar el caso argentino contra los fondos buitre. También considero un error no haber planteado más seriamente ante la sociedad argentina quiénes son seriamente los que manejan estos fondos.

Un fallo en contra es una amenaza a los procesos de reestructuración de deuda de Grecia y de Turquía

¿De qué manera?

Era necesario mostrar claramente quiénes están detrás, qué fue lo que hicieron en el mercado financiero mundial, el desprecio que les tienen los fondos de inversión que habitualmente operan en los mercados de capitales y la forma en que se los rechaza entre sus pares. Debería haber habido una campaña, quizá de toda la clase política, para mostrar quiénes son estos fondos buitre, qué es lo que pretenden y cuáles serían los riesgos de darles la razón y pagarles lo que buscan en este “Juicio del Siglo”. Vinculado a lo anterior, considero también un error haber manejado, desde el gobierno de los Kirchner, el caso como una cuestión partidaria y relacionar a la oposición con personas aliadas a los “buitres”, cuando definitivamente no era así. Quizá sí, entre 2010 y 2013, cuando se definió el juicio a favor de los “buitres”, el kirchnerismo debería haber llamado a la clase dirigente argentina, mostrar abiertamente el peligro que representan estas acciones, pedir ideas y plantear desde todo el arco político nacional un respaldo a la consecución del juicio en los tribunales norteamericanos. Hubo un momento clave que el Gobierno desaprovechó: la llegada de la Fragata Libertad a Mar del Plata, en enero de 2013. Ese debía haber sido un momento de reencuentro político, y terminó siendo un acto cerrado del kirchnerismo.

¿Por qué sostiene que la larga batalla con los fondos buitre quedará en la historia de la economía mundial?

Hacer un juicio contra un país soberano que emitió deuda y luego cayó en default, negoció dos canjes y logró la aceptación del 94% de los acreedores; que tiene fallos en contra en los tribunales de Nueva York, donde precisamente se emite casi la totalidad de la deuda voluntaria de los países en desarrollo, es algo que por primera vez les toca vivir a los mercados financieros internacionales. Está en juego un negocio (el de emisión de títulos públicos de Estados en desarrollo en Wall Street) por unos 40 mil millones de dólares anuales. Además, de haber un fallo favorable a los fondos buitre, implicaría una amenaza directa a los procesos de reestructuración de deuda de Grecia, de Turquía y de otros Estados en problemas actuales y futuros. Obviamente, cuanto más lejano al desarrollo esté ese país, y en consecuencia más cercano a actos de corrupción, mayor es el peligro.

¿En qué sentido?

El problema de fondo es que, a diferencia de los defaults o bancarrotas de las empresas privadas, en el caso de los países soberanos no hay leyes. Una compañía en bancarrota, si logra mostrar a los tribunales de Estados Unidos que el 75% de sus acreedores está de acuerdo con una propuesta de pago, inmediatamente sale de su condición concursal y vuelve a operar con absoluta normalidad. En el caso de un país soberano, no hay leyes de protección, y ante un default  (inevitable, como el argentino en 2001), queda a merced de la acción de los “buitres” ante los tribunales para cobrar el ciento por ciento de la deuda más los intereses y costas, aunque un 94% esté a favor de una propuesta de canje.

Lo que viene

¿Qué perspectivas le permite trazar la investigación? ¿Cuáles son los escenarios posibles?

Hay un escenario que ya parece inevitable: que Argentina pierda el juicio en Estados Unidos. Es utópico pensar que la Corte Suprema norteamericana cambiará radicalmente un fallo de primera y segunda instancia unánimemente en contra. Fueron cuatro jueces en definitiva (Thomas Griesa en primera instancia y tres en la Cámara de Apelaciones de Nueva York) los que juzgaron el caso en contra de la Argentina; y coincidieron en que el país debe pagar al contado el reclamo por unos U$S 1.330 millones. También hay que reconocer, en este caso por errores propios de la Argentina, que es difícil que la Corte acepte que este juicio sea uno de los 80 (entre cuatro mil casos que se le presentan por año) que trata por cada ejercicio. Si esto se consiguiera, se ganaría tiempo, pero igual el resultado final sería negativo.

¿Entonces?

Ante este panorama sólo queda enfrentar una negociación directa en términos negativos y con resultado incierto o aceptar como Nación un “default técnico” y evitar permanentemente el mercado de Wall Street como emisor de deuda. Para los dos casos se necesita una “política de Estado” y una posición de fortaleza que sólo una unidad de la clase política puede lograr. Hay que tener en cuenta que, en cualquiera de los casos, la resolución del problema del “Juicio del Siglo” contra los fondos buitre alcanzará a la próxima gestión presidencial que suceda a Cristina Fernández de Kirchner.