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Entre el paraíso y los escombros

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Palabras y olores se confunden con el llanto de Rubén Bertomeu, el protagonista de Crematorio (2007), el gran especulador inmobiliario de Misent, que en un nuevo Rosebud, descubre en la evocación de su madre, en la hermosa casa familiar de Benalda, antes del desarrollo  turístico e inmobiliario que ha asolado el lugar, y en los juegos de los dos niños que le acompañan, su hermano Matías, que acaba de morir y él mismo, la felicidad que se le ha escapado. De un modo más patético, Esteban y su padre vuelven al final de la última novela de Rafael Chirbes, En la orilla (2013), a ese pantano, al borde del pueblecito natal, Olba, al marjal, en el que su padre ha querido refugiarse después de la Guerra Civil y del que su hijo guarda los mejores recuerdos, cuando iba embelesado a cazar y a pescar con su tío Ramón y a beber agua clara del chortal.  Las dos últimas novelas de Rafael Chirbes no sólo constituyen el díptico paradigmático de la burbuja inmobiliaria y la corrupción que le acompaña, y de la crisis. Ambas obras evocan también de un modo recurrente y con la nostalgia más desesperada el paraíso perdido de la infancia y de una naturaleza limpia y luminosa.  Crematorio se centra en la destrucción de la ciudad imaginaria de Misent en la costa levantina (a cincuenta kilómetros de Benidorm y cien de Valencia y a sólo una decena de Olba, el pueblecito en el que transcurre En la orilla ) a manos del especulador inmobiliario Rubén Bertomeu.   No sólo ha sido el medioambiente. En la descripción final de la novela Estampa invernal de Misent a la luz de la luna, un perro escarba la tierra y el aire se impregna de olor a vieja carroña, tal vez el de esos restos de caballos mexicanos que transportaron cocaína y con los que Bertomeu empezó a crear su fabulosa fortuna.  Mexicanos, los colombianos de la droga, los rusos, el blanqueo del dinero, la mafia. La acumulación primitiva del capital. El crimen necesario, detrás de cualquier fortuna, como dice Balzac. El crimen originario. Un crimen que, según Chirbes, es necesario para que la generación siguiente –la de su hija Silvia, la de Esteban y sus amigos en En la orilla –, gane la inocencia.  Un dilema que plantea la novela a lo largo de sus páginas, es el de la explicación de cómo Bertomeu ha podido llegar a ser este constructor sin escrúpulos, tratándose como era de un hombre refinado e ilustrado, un arquitecto con una gran ilusión profesional e incluso de orientación progresista. En poco tiempo, sin embargo, Bertomeu se transforma, se entrega a la búsqueda del dinero y del poder, utilizando todos los medios posibles, corrompiendo completamente el lugar y acaba vulgarizándose con su nueva mujer, Mónica, treinta y tantos años más joven que él, que carece de instrucción, camarera o que tal vez trabajaba en un bar de copas.  Dentro de las múltiples contradicciones de Bertomeu, se encuentra su sincera admiración por el creador –de ahí el aprecio en que tiene al escritor Brouard–, que echa muy en falta en su hija y en su yerno, que se dedican, en definitiva, a trabajar sobre la obra de otros creadores, ella como restauradora y él como profesor. Bertomeu no ha sido el arquitecto descollante que hubiese querido ser pero ha tenido la capacidad de mover las cosas, de transformar, según él, Misent, de erigir un nuevo espacio aunque el resultado sea tan terrible y se hayan seguido caminos tan tortuosos.

 

El fin de fiesta

Jorge Sánchez Cabezudo ha dirigido una espléndida y exitosa serie televisiva, producida por Canal +, que ha tenido la virtud, dentro de un planteamiento más comercial, de ensanchar los personajes centrales y los escenarios, insistiendo en la corrupción política y la trama policial, pero ofreciendo un resultado de indudable calidad.

 

En la orilla (2013), obra más desoladora y desesperada que Crematorio, ha sido presentada como la novela de la crisis, la del fin de la fiesta de la especulación y la corrupción, la de la resaca de la destrucción. Lo que no deja, tampoco, de ser una simplificación.   Como Crematorio , la nueva novela de Chirbes explora a fondo la condición humana, el sentido de la vida, las aspiraciones y las cobardías del hombre y las relaciones –la familia, el amor, la amistad–. Chirbes es un magistral especialista en reetratar los vínculos familiares, que desmenuza con rigor. Del mismo modo que la muerte del hermano de Bertomeu, el antiguo revolucionario reconvertido ecologista, Matías Bertomeu, vertebra Crematorio , En la orilla se centra en la relación entre el comunista vencido, Esteban, y su hijo, el protagonista de la novela.

 

En la orilla queda definida, ante todo, por el marjal, el pantano colindante con Olba, espacio entre la vida y la muerte, entre el paraíso y los escombros. Es el lugar en que, por un lado, se arrojan todas las carroñas, todos los detritus, hasta los cadáveres de los republicanos fugitivos, las armas de las que se desprende la mafia, fétido en tantas épocas del año, pero que al mismo tiempo, puede ser un lugar mágico. El marjal se renueva todos los años con el mar y es el lugar al que de niño, el protagonista ha ido a cazar y a pescar con su tío. Puede a veces revestir una deslumbrante y compleja belleza, como en la descripción final, última visita de Esteban antes de desaparecer, llevándose a su padre.

 

El marjal es el lugar al que Esteban padre e hijo quieren volver. El padre, republicano, se quiso refugiar allí después de la guerra, como tantos de sus compañeros, pero su mujer lo convenció para que se entregara y tuvo que pasar tres años en la cárcel, pendiente de una condena de muerte que al final le fue conmutada. El hijo quiere devolverle allí, en donde él mismo quiere también desaparecer. La crisis que provoca este final ha sido provocada por la burbuja inmobiliaria y la especulación descrita en Crematorio.

 

En la orilla aporta más trazos histórico-políticos de los acontecimientos. Alude a una socialdemocracia tecnocrática que afirmaba que España era el país de Europa en que se podía generar más dinero en menos tiempo.

 

No es de extrañar que Chirbes sea como tantos en la actualidad, un gran crítico de la transición, denunciando la gran hipocresía de muchos de sus protagonistas. Es difícil, no obstante, seguir al escritor en todos sus planteamientos sobre un proceso que ha dejado muchas asignaturas pendientes, muy en especial, los excesos de la corrupción en que se concentra tan certeramente el escritor, pero que sigue ofreciendo conquistas indiscutibles como una transición pacífica a la democracia, que logra convocar a todas las partes o como la propia revalorización del espíritu empresarial, como uno de los motores esenciales de la economía y que vuelve ahora, como consecuencia de la crisis, a estar asociado a explotación, egoísmo y despilfarro.

 

Esteban no es el prototipo de defraudador, sino más bien un perdedor nato. Su gran amor durante años, Leonor, hija de pescadores de su mismo pueblo, ha acabado dejándole y casándose con su mejor amigo. La relación con su padre es el eje que domina la novela. Lo que Esteban resiente profundamente en los ideales políticos de su padre es como los ha situado por encima de todas las relaciones humanas, incluidas las familiares: “La familia (su madre, sus hermanos...) no formamos parte del avance del mundo, no conmovemos a ningún Dios, estamos fuera de ese sistema universal del dolor y la injusticia y la rebeldía, no formamos parte de la legión de cuerpos transustanciados, pálidos camaradas que se adivinan en el horizonte, ni accedemos a los grandes conceptos que los nutren. Somos lo privado, que es deplorable, que te ata y pone a ras de tierra, en la frontera del animal: nacer, comer y defecar, trabajar, reproducirse...” escribe Chirbes en Crematorio .  Tampoco ha querido Esteban unirse a los ideales artísticos de su padre que como su abuelo aspiraban a ir más allá de la carpintería, a ser verdaderos creadores. En los años de la República e inmediatamente anteriores, ambos hicieron diseños art déco y en las acotaciones que su padre hace a escondidas en un calendario de los sesenta, se revela como en el caso de Rubén Bertomeu, esta admiración profunda por la figura del creador, del escultor, que ha sentido y que ha querido inútilmente ver plasmada en su hijo.  La gran traición de Esteban en relación con su padre es haber roto al final de su vida con la máxima más importante que su padre le ha transmitido, de no explotar a los demás trabajadores. La colaboración de Esteban con el estafador Pedrós ha roto esta norma, ha llevado a la quiebra la empresa y ha arruinado los sueños de jubilación de sus cinco empleados.

 

El mejor de todos


Aunque Chirbes se erige como paladín del realismo de nuevo triunfante –enlazando en España, con Galdós, Blasco Ibánez, etc.–, su estilo se basa en monólogos de una increíble intensidad que introducen al lector del modo más avasallante en el corazón no sólo del personaje, sino también, en muchas ocasiones, en el resto de los caracteres de las obras. El novelista inserta, además, todo un mundo de reflexiones personales, acordes o no con el personaje, de la máxima originalidad y perspicacia sobre el mundo contemporáneo y sobre la condición humana.  Aunque la técnica es similar en ambas novelas, el clima es distinto.

 

Crematorio es una obra mordaz y punzante en la que el caos, la indignidad y el ideal perdido son evocados a través de un conjunto de voces dominadas por la figura colosal de Rubén Bertomeu. Un monólogo dominante, desesperanzado y melancólico centra En la orilla .  Su editor, Jorge Herralde, ha manifestado recientemente en el diario Clarín que Rafael Chirbes es tal vez el mejor escritor español contemporáneo.

 

En la orilla fue elegido Libro del Año 2013 por Babelia y en una encuesta reciente entre los lectores de ABC, Crematorio (Premio de la Crítica 2007) ha sido considerada la mejor novela en español en lo que va del siglo después de La fiesta del chivo , de Vargas Llosa.  Chirbes parece, en todo caso, uno de esos escritores imprescindibles que se instalan rotundamente en la imaginación del lector y dejan una huella perdurable.
 

© Pablo Barrios Almazor, Ñ