Roberto Saviano en la ruta blanca de las neomafias
- Periodista:
- Marina Arusa
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Una sola vez en la vida Saviano soñó su propia muerte. Amenazado por la mafia napolitana desde octubre de 2006, soñó hace poco que estaba parado en un semáforo y que veía pasar gente. “En el sueño intuyó que una de las personas que circulan delante de mí es el killer de mi pueblo –dice en esta habitación sin ventanas, su refugio sólo por hoy–. Pasa, me mira y se detiene. Me dispara. Dos proyectiles le pegan al semáforo y uno me da en el pecho. Caigo… Estoy contento. No siento dolor. Es más, la idea que me pasa por la cabeza es de alivio. Es decir: ‘Listo, ya está’.” Saviano, Roberto, nacido en 1979 en Nápoles, fue sentenciado por la Camorra cuando su libro Gomorra –una non-fiction que vendió 10 millones de copias en todo el mundo– ventiló la trama silenciosa e impune que urde la mafia para operar. “Las organizaciones criminales no tienen miedo, sobre todo en Italia, de lo que se diga o escriba sobre ellas. En los tribunales queda todo escrito. Pero sí temen que las palabras escritas lleguen a las personas y generen atención. Ahí se enojan”, dice el periodista-escritor en el sótano de un hotel de Roma, cerquita de la Piazza del Popolo, donde no estamos solos: nos acompañan cuatro guardaespaldas. “Lo que me pasó no fue por lo que yo escribí, sino porque muchos lo leyeron. Es una diferencia que permite entender mejor el mecanismo. Mi caso es raro, porque el clan de los Casalesi de la Camorra ya había matado a un cura, a un sindicalista y le había disparado por la espalda a un alcalde. Pensaban que todo iba a quedar en el ámbito del pueblo y que nunca iban a atraer la atención nacional. Lo más raro fue la amenaza que me hicieron: no fue secreta o por teléfono, sino pública. En un tribunal los abogados de dos jefes de la Camorra leyeron un documento en el cual se decía que yo era culpable de sus condenas.” Ahora Saviano vuelve con otro libro con un foco concreto: el de la cocaína. En la primera página hay una dedicatoria a las más de 40 mil horas pasadas en compañía de los carabineros que lo escoltan, CeroCeroCero (Anagrama) se vuelve a meter en la boca del lobo: los mecanismos que gobiernan el narcotráfico en el mundo –desde el pacto acordado en los 80 entre el colombiano Pablo Escobar y el mexicano Miguel Angel Félix Gallardo–, el lavado de dinero en bancos estadounidenses y europeos, las intimidades de los narcos más poderosos de América Latina, cómo se transporta la droga y los efectos de la coca en la vida cotidiana.
–De “Gomorra” a “CeroCeroCero” todo indicaría que no aprendiste la lección.
–Parece que no.
–Acabás de confesar que una sola vez soñaste que te mataban. ¿Alguna vez pensaste, despierto, en tu propia muerte?
–Muchas veces. Me han obligado a pensar en eso. Tanto que mi muerte me resulta un libreto que no tiene que ver conmigo. La siento irreal, no me da miedo porque escuché hablar de mi propia muerte demasiadas veces.
Mientras investigaba para escribir Gomorra , Saviano conoció algunas puntas de la ruta de la cocaína. El tema lo atrapó. Le veía un gran potencial narrativo. Durante los siete años siguientes a la publicación de Gomorra se dedicó a contar el mundo a través de la coca. El resultado es este libro nuevo. “Una sustancia, una materia que permite hablar sobre la política, la guerra, la moral. Es una sustancia universal, ya que mueve el mundo. Por eso quise llamar al libro CeroCeroCero , como el código de la harina más pura”, dice Saviano.
“Si hubiera invertido mil euros en coca a principios del 2012 ahora tendría ciento ochenta y dos mil –agrega–. No hay mercado en el mundo que rinda más que el de la cocaína. No existe inversión en el mundo que dé los frutos que da la cocaína.”
–¿Qué protege más: la fuerza de la palabra o la de estos hombres que te escoltan?
–Ninguno de los dos me protege de ser leído. Que una comunidad gigantesca me lea les complica más la situación a quienes no quieren que yo escriba. Al mismo tiempo esta posibilidad de llegar a tantas personas es lo que me vuelve odiado por las organizaciones criminales. La palabra te defiende en la medida en que es escuchada. Se vuelve peligrosa cuando es interceptada y leída. Los periodistas asesinados son aquellos cuyos artículos se habían propagado como un virus. El problema de la mafia no es la denuncia sino la difusión de la denuncia. Esto creo yo que es el punto central de mi drama o de mi privilegio, según como se mire.
–Para hablar de un universo como el de la cocaína es preciso conocerlo. ¿La probaste?
–No, no la probé nunca. Pero por un motivo simple: nací en un lugar donde no era difícil encontrarla, el lugar de donde parte el tráfico para la mitad de Europa. Pero cuando uno es chico la elección de honor es fácil. Hablo de la elección de honor y no moral en el sentido en el que uno decía: “Yo no tengo necesidad de estas cosas”. Porque a veces el uso está asociado a los más débiles y yo debía seguir siendo un macho alfa. Me mantuve siempre lejos de la coca más por un rol machista que por otra cosa. De adulto me interesé. Todo lo que tiene que ver con la dependencia, también del juego, por ejemplo, me despierta curiosidad. Pero no caí, no me atrapó. He detestado siempre las drogas livianas y las duras. Soy casi abstemio; tomo alcohol en pocas ocasiones. Independientemente de mi relación con cualquier tipo de sustancia, de mis pasiones y de mis repulsiones, soy profudamente antiprohibicionista.
–Sos criticado por eso. Esa posibilidad de ser leído que es tu condena y tu salvación también es peligrosa. ¿Qué pasa cuando no te interpretan bien?
–Es el verdadero riesgo del escritor. Continuamente me siento mal interpretado pero seguramente soy yo el que se ha expresado mal. Todo el tiempo siento que no soy interpretado bien. Cuando hablo de la legalización de la droga soy visto como un difusor. La legalización no significa creer en el placer de la droga o en la licitud. Significa buscar un camino para quitarle el asqueroso modo de recolectar dinero a las mafias. Es como la lógica del aborto: podés no estar de acuerdo, pero si abolís el derecho de abortar estás difundiendo el aborto clandestino. Porque impedirlo no evita el acto sino que pone en riesgo la vida de quien se lo hace y favorece el circuito clandestino. En la droga el mecanismo es el mismo. Podés decidir seguir prohibiéndola y tendremos las mafias cada vez más poderosas. Se cree, equivocadamente, que ser antiprohibicionista significa estar a favor de las drogas, subestimar los efectos e incentirvar el consumo. Nada más falso. El presidente uruguayo José Mujica llegó a la legalización porque se dio cuenta de que la invasión de los carteles mexicanos que ya ocurrió en Colombia, en Chile y en la Argentina iba a comprometer la vida social en Uruguay, como está sucediendo en Guatemala, en Belice, en Honduras, en El Salvador, en Perú, donde las democracias frágiles están comprometidas por el poder de los narcos. La legalización fue el gesto de gobierno más determinante para salvaguardar los propios mercados.
–¿Quién es el lector ideal, ése que sabe cómo interpretarte?
–En mi cabeza me construí una mujer lectora, una mujer que lee estas historias que yo escribo y las multiplica. Habla durante el almuerzo, se las comenta a sus amigas, las profundiza. Nosotros, latinos, tenemos esta costumbre de la sobremesa que no tienen, por ejemplo, los ingleses y siempre me imagino que ahí, en las sobremesas, se comentan las historias que yo cuento.
–En el libro definís a la coca como una respuesta a la ausencia de límites. También dijiste, en otra ocasión, que la literatura non-fiction no puede tener un fin ni un límite. ¿La cocaína se parece a tu modo de narrar?
–Sí, sí, es justo así. Me atrae la coca como dinámica de poder porque me permite observar el mundo desde una rendija que yo conozco. ¿Por qué digo que la literatura non-fiction no se debe imponer objetivos ni límites? Si tuviera objetivos sería una militancia. Es verdad que la coca se parece a mi modo de contar el mundo que es un modo universal, hegeliano. Yo no busco nunca la historia mínima.
– “CeroCeroCero” habla de la morfina como la paz en el dolor. ¿Cuál es para vos la paz en el dolor?
–Es una pregunta difícil… Cuando logro la serenidad. Porque por lo general, la gente cree que la serenidad es algo que alguien le da: te lo brinda tu esposa, tu marido. En realidad la serenidad se construye. Posiblemente mi paz en el dolor sea un momento de serenidad sin angustia, sin denuncias, sin difamaciones.
–¿El escritor se debe inmolar?
–No me arrepiento de lo que hice. Fue mi elección. Pero podría haber hecho todo lo que hice con más prudencia, con los mismos objetivos, y en su lugar aceleré, desafié, me sublevé. Escribir estas historias vale la pena. Defenderlas vale la pena. Pero con más táctica y mejor estrategia. Uno se convierte en un monstruo desde el momento en el cual anteponés un objetivo por sobre todas las cosas, sea la justicia, la verdad, la ciencia, el amor de Dios. Por un monstruo entiendo una persona que pasa por sobre cualquier cosa, cualquier sensibilidad. Cualquier cosa que se antepone a tu propia vida, a la posibilidad de lograr la felicidad cotidiana, te convierte en un monstruo. Escribí este libro para tratar de huir, de tomar otro camino. La otra posibilidad era convertirme en un mártir.
–Hay frases referidas a personajes del libro que, al leerlas, uno piensa que te las decís a vos mismo: “Cuando se escapa es necesario no pensar en llevarse la vida anterior” o “Cuando sabés que tu familia podría pagar por tu responsabilidad, el dolor se vuelve insoportable”.
–Esas frases corresponden a una historia que me conmovió porque el personaje conocía muy bien la dinámica de los narcos y en el momento en el que lo torturan pide a sus sicarios: “No toquen a mis hijos”, que era un modo de incentivarlos a que lo hicieran. Creo que el dolor verdadero no es el físico, a pesar de que lo está sufriendo, sino la idea de que les puedan hacer cualquier cosa a sus familiares. Frente al dolor verdadero, no se puede hacer más que implorar. Como una plegaria. El cuerpo, ensangrentado, no puede hacer nada. Te queda la voz y con esa voz lo único que podés hacer es implorar. Esta tortura me sirve para reflexionar sobre algo: creemos que si uno hace algo heroico, tu entorno te perdonará pero las personas más cercanas te odian por eso. En la cercanía, el esfuerzo se vuelve egocentrismo; el trabajo, descuido. Es una dimensión en la que no pensamos nunca. Tus seres queridos son las personas que piden más de vos. Esto es importante porque parece que basta ser justo y correcto para ser amado. No es así. Este es mi tormento. Nunca quise hablar demasiado sobre este tema.
–¿Todo el que se te acerca es una amenaza? ¿Cuánto sabías sobre quién vendría hoy a entrevistarte?
–Cuando hiciste el pedido de entrevista averiguamos un poco quién eras pero no estoy tan blindado ni llegamos al extremo de pensar que una periodista me pueda hacer daño. No soy desconfiado en el sentido en el que no creo que ahora puedas sacar un cuchillo y clavármelo. Soy desconfiado en el sentido en el que sugieren estas historias que cuento del mundo mafioso: sí creo que cualquier persona que está cerca de vos, se te acerca por algún motivo. Nadie lo hace gratis. Lo hacen para obtener información, dinero, para decir que te conocen, para sacarte una foto, para grabarte, para conseguir una opinión, para cazarte. En el primer capítulo del libro yo hablo de un monstruo para contar el modo en el que ellos ven el mundo. Si probás a no darle dinero a tu mujer te dirá que no la amás más y que te enamoraste de otra mientras que si le das dinero se quedará cerca de ti. Lo mismo sucede con tus hijos. Estas, que parecen banalidades, son en realidad claves de lectura de cómo ven la vida las organizaciones criminales. Yo veo la vida exactamente como ellos. Y es algo que me horroriza. ¿Por qué? Porque racionalmente no es el modo en el que veo el mundo pero emocionalmente estoy empezando a verlo como a través de los ojos de los personajes que describo.
–¿Cuánto hace que no ves a tu mamá?
–Nos vemos bastante seguido porque la intercepto.
–¿Dónde?
–Nunca en lugares públicos.
–¿Se acostumbró a la vida que llevás?
–Un poquito. Quienes te rodean se habitúan a vos como si se acostumbraran a una enfermedad.
© Marina Artusa, Ñ