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¡Cuídate, Eduardito, de las golosas compañías!

Periodista:
Roberto Fernandez Sastre
Publicada en:
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Para quienes no lo conocen, y entre otras cosas se perdieron entonces la lectura de Fordlandia (les recomiendo esa novela, por supuesto), aquí van algunos datos oficiales, que no son de oficio: Eduardo Sguiglia nació en Rosario. Estuvo exiliado en México durante la última dictadura militar y desde hace treinta años reside en Buenos Aires. Es autor de varios estudios y ensayos sobre la sociedad argentina, entre ellos El Club de los Poderosos y Las ideologías del poder económico. Además de la recomendada, publicó las ciertas novelas No te fíes de mí, si el corazón te falla; Un puñado de gloria, y Ojos negros; integró los jurados en narrativa en Casa de las Américas (Cuba) y Casa del Teatro (República Dominicana); fue profesor de la UBA, subsecretario de Política Latinoamericana durante la presidencia del querido Néstor y embajador en Angola. ¡Y basta de currículum vitae! que no debe existir registro de otra alguna escritura más aburrida, descontando la de la guía telefónica; ¡si hasta las anotaciones en la vieja libreta del almacén tenían más gracia!, por lo menos descubrí algunas que guardaban cierto celo de diario íntimo.

Resulta que con alguna frecuencia, menos de la deseada, tanto es así que siempre se trata de cenas memorables y no sólo por la enjundia o el fulgor de los platos, sino porque deben ser pocos los tópicos sagrados y mundanos que quedan fuera del chamuyo entre botellas de noble cuna; resulta, decía, que cierto rito compartimos con mi ilustre amigo, tal cual es el de zamparnos gallardos pucheretes en El Globo, uno de los pocos restaurantes de la Santa María en los muelles de Buenos Aires que pasaron el siglo de de vida, de cocinas y de manteles. El mismo que queda sobre Hipólito Yrigoyen 1199, que su nombre entre otros amagues homenajea al Huracán fulboclu, y eso que el ilustre es rosarino de Ñuls y este vuestro seguro servidor gallina, ni vale la pena aclarar, fanático de Angelito y de Amadeo.

Antes de seguir con el motivo de tanta verónica de presentaciones, una declaración de principios, y tras reconocer que los pucheros del recién mencionado establecimiento son de punta y filo, como cuchillito galán; para mí no hay mejor especie que aquella incluyente de osobucos y caracúes, chorizos colorados como las banderas de la Internacional y de los otros también, garbanzos, repollos y a no escamotear el boniato, al que nosotros llamamos con una palabra más fea que dice batata. Y si sobre la mesa no hay aceite de oliva y mostaza bien vinagrosa, como la de los franchutes, si falta algo de eso, entonces ¡qué quilombo se va a armar!

Como el que pienso armarles si no leen la última novela de mi compadre Sguiglia, Los cuerpos y las sombras, recién sacada de los hornos de Edhasa: en febrero de 1977, un comando del ERP tenía preparado un atentado contra Videla y gran parte de su gabinete. Pese a estar perfectamente planeado, una serie de descuidos y detalles menores lo malograron. ¿Qué consecuencias hubiera tenido para la Argentina? ¿Cuál habría sido nuestra historia si la operación culminaba con éxito? Tres décadas más tarde, en una noche de primavera, dos protagonistas de esos años rememoran, mientras comen un asado, aquel intento frustrado y regresan los recuerdos de un ciclo de conflictos, esperanzas y derrotas. Casi al mismo tiempo, en Texas, Kiko y Boom Boom, un par de hampones que esperan un golpe de suerte, escuchan a El Rey, el narcotraficante que manda en la zona. Les acaba de encargar un trabajo: ajustar las cuentas con una mujer que se quedó con algo que no le correspondía. Algo grande. Y cuando el encuentro termina, El Rey vacila. Ese dúo no le merece tanta confianza…

Ni piensen que continuaré con el relato; me voy despacio pensando “che, Eduardito, tu texto merece una visita a El Globo”… ya que no me atrevo a ponerte en el compromiso de que seas vos quien le pidas a mi querida amiga Yuta; sí, a tu compañera, que un sábado de estos cocine, y nosotros llevamos el viejo vino Carlón.