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Pulp Fiction en Rosario

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Nadie puede saber qué hubiera pasado con la historia argentina si el atentado que un comando del ERP preparó en 1977 contra Jorge Rafael Videla – y que falló por cuestiones menores– hubiera tenido éxito. Tampoco qué hubiera pasado si, algunas décadas después, desde Estados Unidos, un hampón narcotraficante despechado hubiera mandado a la Argentina a un grupo de sicarios (por las dudas custodiados) a ajustar cuentas con una mujer que lastimó su bolsillo y su dignidad de macho cabrío.

¿Y si una historia –real– se mezclara con otras –ficticias– cuando dos ya maduros ex guerrilleros se juntan en un pueblito cercano a Rosario para recordar antiguas conspiraciones?
Es que la realidad de la Rosario de hoy hace verosímil que un narco internacional pueda tener contactos con dealers locales, que a su vez manejen a jefes policiales para liberar zonas para operativos criminales relámpago.
No sería disparatado pensar que en el juego maquiavélico donde “rivalizan” la mítica DEA contra los carteles internacionales, algún capítulo marginal pero sangriento se desarrolle en las planicies de la
pampa gringa. Ni tampoco que dentro de las internas policiales domésticas, algún oficial desplazado desde la gran ciudad hacia un destino olvidado, tenga un arranque de escrúpulos que lo haga reaccionar frente a cuestiones que están a la vista pero nadie quiere ver.

REALIDAD/FICCIÓN

Toda obra literaria está sujeta al capricho del autor. Se supone que Edhasa Literaria, la editorial que pondrá en las librerías de Argentina y España la novela de Sguiglia, aceptaron, en primer lugar, que la descripción que el autor hizo de los personajes que juegan la trama es verosímil.  Miguel, Ernesto, Kiko, Boom Boom, El Rey, El Güero, el desplazado subcomisario Ortiz, el sub inspector Mariano Pereyra, el loco del pueblo, Andrea, Bibiana, el camionero Alfredo Costura, el corrupto comisario Aníbal Panucci, son personajes perfectamente identificables. O, al menos , su descripción coincide con la que cualquier lector atesora en su imaginario de esos prejuicios necesarios que nos permiten tener alguna noción de la realidad.
Sguiglia relata con eficiencia y, si se puede decir, “buen ritmo”. Es una novela que invita a seguir leyendo, y que mezcla ficción pura con diálogos que condensan vivencias de un período todavía fresco de la historia argentina: la década del 70, con sus jóvenes involucrados hasta el tuétano en la aventura revolucionaria, con su heroísmo, sus escrúpulos, sus defecciones, y las entendibles suspicacias de quienes viven en la clandestinidad.
Si existe un hilo conductor que amalgama personajes tan disímiles, es la violencia. Todos han tenido que pasar, a veces involuntariamente, por situaciones extremas y peligrosas. Las razones no son
las mismas, pero las vivencias sí. Aquella violencia no tiene que ver con la contemporánea; pero el relato central, que transcurre treinta años después, es también de sangre.
Después todo, se parece a un buen argumento de Tarantino. Es Pulp Fiction llevada al papel y trasladada al corazón de la Pampa Gringa. Y como toda buena historia, se va anudando con desenlaces no tan fáciles de prever.
Como siempre, en el final está el lector, que le agregará el roce inefable del encuentro con una historia(s) inquietante. “Los cuerpos y las sombras” no pasará inadvertida