Una visión del catolicismo argentino
- Periodista:
- Adelaida García Morales
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El reciente libro de Miranda Lida recorre la vida de Monseñor Miguel de Andrea, una de las figuras más destacadas del catolicismo argentino de la primera mitad del siglo XX. Como en su anterior biografía sobre Gregorio Funes, publicada por Eudeba en 2006, Lida se sumerge con pasión en el personaje para seguirlo paso a paso haciendo gala de una verdadera sagacidad detectivesca. No deja por ello, sin embargo, de tener un sentido muy agudo sobre los riesgos que siempre acechan al género biográfico: entre ellos, la hagiografía y la teleología. Es decir, la propensión a exaltar las acciones según los cánones morales e ideológicos de cada autor, por un lado; y la tendencia igualmente fuerte en el género a interpretar las acciones del biografiado en función de determinados logros o fracasos. Como si el azar y la incertidumbre no formaran parte de la historia y el desenvolvimiento de una vida estuviera marcada por tal o cual estrella del destino, para bien o para mal. Por el contrario, con rigurosidad y destreza narrativa, el libro de Lida evita caer en ambos vicios tan frecuentes, presentando a un De Andrea en sus claroscuros y sus matices, captado siempre en la tensión entre los contextos, las circunstancias y la libertad del personaje.
El camino emprendido y la metodología seguida llevan a la autora a cuestionar rápidamente la “clásica” imagen del De Andrea “liberal y democrático”, que ha pervivido en la memoria colectiva de algunos círculos católicos. La autora nos muestra cómo estas imágenes fueron en realidad el resultado de sus posicionamientos durante la Segunda Guerra Mundial, cuando tomó partido por el bando aliado, entrevistándose incluso con el Presidente norteamericano, lo cual habría contribuido a granjearle dicha fama. Sus intervenciones y homilías, sin embargo, se mantuvieron dentro de los cánones del catolicismo integral –e incluso integrista– de aquellos años y del discurso de la “nación católica”. Como analiza en detalle el libro, De Andrea mantuvo estrechos vínculos con el Círculo Militar, que a su muerte editó un libro conmemorativo prologado nada menos que por Victorio Bonamín.
El prisma escogido por la autora, empero, no hace pivote en el registro ideológico-político, como podría esperarse. Lida lo deja en claro ya en las primeras páginas: no le interesa profundizar en los discursos y las ideas de De Andrea. En primer lugar porque no fue un intelectual de fuste ni aspiró a elaborar una obra de calibre y magnitud susceptible de ser indagada en profundidad pero además, y esto es lo que me parece más relevante, porque no fueron sus escritos o sus ideas las que le granjearon popularidad y lo mantuvieron en el candelero durante más de cincuenta años. Fueron, por el contrario, su capacidad para moverse en diferentes círculos y espacios y su plasticidad para hablar en varios registros las que le permitieron construir sus bases de poder y reposicionarse en diferentes coyunturas. De Andrea se sostuvo en una serie de redes de vínculos alimentadas con gran habilidad que, como muestra el libro, se fueron dilatando en todas direcciones: desde el Jockey Club, el Círculo Militar, las por entonces distinguidas playas de Mar del Plata o el Instituto Popular de Conferencias hasta diversos sindicatos como el de comercio, el de la construcción o el de los empleados bancarios. De hecho, hacia fines de la década de 1930, estos vínculos lo llevaron a jugar un destacado rol como mediador ante el Departamento Nacional del Trabajo, entablando diálogo incluso con militantes de gremios de orientación comunista.
Fueron entonces estas extensas tramas, que llegaban también al clero norteamericano y al francés, más que sus ideas o posicionamientos, las que le permitieron mantenerse a flote y, entre otras cosas, superar la “crisis” por su fallida designación como arzobispo de Buenos Aires en 1923. El libro analiza muy detalladamente cómo desde la parroquia de San Miguel y desde la Federación de Asociaciones Católicas de Empleadas (FACE), De Andrea se reinventó, logrando hacerse de un lugar propio desde el cual alimentó diferentes iniciativas y obras a lo largo de los años. Una lógica de construcción política que mantuvo en funcionamiento hasta poco antes de su muerte.
El “catolicismo de masas” de la década del treinta, entre tanto, no le resultó indiferente: se valió de la prensa y la radio con frecuencia y participó también, aunque en planos más bien secundarios, de muchos de los grandes y multitudinarios eventos de aquellos años. Su principal capital, sin embargo, siguió estando tras bambalinas, en su astucia para seducir a unos y a otros hacia arriba y hacia abajo del edificio social.
En las décadas de 1940 y 1950, su alineación con las ideas democristianas lo llevaron a profesar un “asordinado antiperonismo” que, empero, no se tradujo en enfrentamientos o conflictos de envergadura. La presencia pública de la FACE decayó frente a la pujanza de la movilización peronista –como todo el “catolicismo de masas”–, pero De Andrea pudo seguir adelante con sus proyectos sin inconvenientes, al punto que, nos cuenta Lida, Alberto Teisaire –un hombre de confianza de Perón– se hizo presente en el acto de inauguración del nuevo edificio de la entidad en 1954.
En resumidas cuentas, con esta biografía, escrita con rigurosidad y solvencia, Miranda Lida viene a llenar un vacío importante. Su libro constituye un aporte clave para comprender las complejas transformaciones del catolicismo argentino y, al mismo tiempo, una valiosa lente para acercarse a la cultura política de las élites dirigentes de la primera mitad del siglo XX.