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Una historia del trabajo, lejos del cliché

Periodista:
Javier García Sánchez
Publicada en:
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Cuando, tras el golpe militar del 4 de junio de 1943, se creó por decreto la Secretaría de Trabajo y Previsión (STyP), con Juan Domingo Perón como su titular, se clausuraron tres décadas de trabajo en políticas laborales desde el Estado. Luego, la imaginería peronista se encargaría de reinventar al trabajador como actor social y político y alzaría la bandera de las reivindicaciones sociales en la autodenominada “Era de la Justicia Social en la Argentina”, apropiándose de una larga historia de luchas. En el texto “Trabajo, cuestión social e intervención estatal”, con el que se abre el libro La sociedad del trabajo. Las instituciones laborales en la Argentina 1900-1955 (Edhasa), los compiladores Mirta Zaida Lobato y Juan Suriano afirman: “Las primeras organizaciones de trabajadores plantearon muchos temas relacionados con el mundo del trabajo ya hacia fines del siglo XIX, inaugurando un lenguaje de derechos inherentes a los trabajadores: desde la duración de la jornada laboral hasta las condiciones de trabajo, desde los cuestionamientos al poder de los patrones hasta las formas de lucha y de organización. Pero el Estado Nacional comenzó a pensar más seriamente el tema cuando las huelgas paralizaron las actividades económicas que se encontraban en la base del crecimiento del país y se veían alteradas por los conflictos laborales”.

La cruzada de la investigación y el propósito del libro no es otro que demostrar que apenas iniciado el siglo XX el Estado había abierto los ojos a las problemáticas laborales. Como apunta Suriano, empezaba ya a poner en discusión aquella “idea simplista de que el conflicto estaba hecho por los empresarios de la huelga, como se decía de los anarquistas o los socialistas” y había delineado –con matices y diferentes signos políticos– estrategias para contener la agitación, pero además para garantizar ciertas condiciones de equidad, seguridad y salud para los trabajadores.

–¿Hasta ese entonces, en las clases gobernantes no había ningún tipo de discusión al respecto?


JS: –No, porque no era considerado un problema. Pero además tenían un dato: que los trabajadores que venían de Europa tenían mejores salarios acá que allá, y eso era cierto. Es interesante porque cuando empieza a haber conflicto se hace evidente el problema laboral.

–¿Recién ahí toma cuerpo?


JS: –Sí, y la primera reacción es defensiva, se aprueba la Ley de Residencia en 1902 por la que todos los agitadores serían expulsados en cuanto cometieran alguna transgresión del orden social. El conflicto era visto como un problema social.

–¿El conflicto era la huelga?


MZL: –La huelga y la manifestación. La huelga le generaba un problema al gobierno, ante el cual las reacciones fueron cambiando. En algún momento fue la represión, pero en otros con la represión no alcanzaba y necesitaron de otros instrumentos con los que intervenir.

JS: –En ese entonces, Joaquín V. González, el mismo ministro del Interior que lideró la Ley de Residencia es el que va a generar el Proyecto Nacional de Ley de Trabajo, de 1904. Aparece allí una idea doble: sacar de circulación a los que no aceptaban el sistema e incluir a los que peleaban por un orden social más justo pero que al gobierno le conviniera. El proyecto fracasó pero todo lo que vino después, hasta el peronismo, está vinculado con este primer proyecto.

En 1907 se creó el Departamento Nacional de Trabajo (DNT), con la indicación de iniciar una legislación obrera y apuntar a la resolución de los problemas de los trabajadores, amparado más tarde en una ley, aprobada en 1912, que le adjudicaba atribuciones en términos de legislación, estadística, inspección y vigilancia. Cada una de las resoluciones, sin embargo, generaba debates en torno del rol del Departamento, su intervención en las provincias y el trabajo de mediación entre trabajadores y empresarios.

–En ese momento todo estaba en proceso de gestación.


MZL: –Claro, es un proceso muy complejo y no sólo involucraba la voluntad estatal de los gobernantes de turno sino también a profesionales que iban a especializarse en el área, a los empresarios y trabajadores. En ese contexto se daban ciertas paradojas: los empresarios y los trabajadores iban a ser, en principio, reticentes a la intervención estatal.

JS: –Los empresarios mucho más...

–Y por razones diferentes.


JS: –Los empresarios siempre lucharon por la no injerencia del Estado. Y entre los trabajadores, los socialistas rápidamente comprendieron que esa era una manera interesante de que los obreros estuvieran mejor, pero los anarquistas, como niegan el Estado, obviamente negaban toda injerencia. Es un momento donde hay una rara coincidencia entre anarquistas y empresarios para espantar al Estado.

Cuando estalló la Primera Guerra Mundial, la Argentina había configurado un nuevo escenario político que coincidía, como afirma Javier Lindenboim en el libro Población y bienestar en la Argentina del primero al segundo Centenario , compilado por Susana Torrado, con un marcado crecimiento económico, extensión de la enseñanza pública y laica, incremento de la organización y de la acción sindical y política del sector del trabajo. El gobierno radical, identificado sobre todo con las clases medias en expansión, tuvo una relación conflictiva con el movimiento obrero, en ciertas ocasiones favoreció el diálogo con los sectores sindicales y en otro apeló a la más cruda represión.

Entrados los años 30, la década infame, el país contaba con 40.606 establecimientos industriales según el censo industrial del 1935, año en que por primera vez la producción industrial fue mayor que la agrícola pero la desocupación adquiría entidad. El nivel más bajo de ocupación se registró en 1932, con el primer censo nacional de desocupados que arrojó la cifra de 333.997 en todo el país, según reproduce Mariela Rubinzal en su artículo incluido en La Sociedad del Trabajo , en el que además da cuenta de la realización del Primer Congreso Nacional del Trabajo, en 1931, que ya había alertado sobre las consecuencias del desempleo y en el que se debatieron las leyes obreras, el descanso dominical, el arbitraje, las colocaciones, el trabajo de mujeres y menores, la jornada laboral legal, la necesidad de creación de tribunales de trabajo, entre otros.

–La intervención estatal en temas laborales adquirió en cada provincia ribetes diferentes, ¿eso determinó un desarrollo desparejo?


MZL: –Claro. Es la cuestión del federalismo. Hay un sentido común que dice que el poder de Buenos Aires aplasta las decisiones de las provincias. Pero en ese entonces, en el mundo laboral, el poder central no tenía potestad sobre las provincias y eso era una debilidad para ese poder central. Eso hizo que el movimiento de construcción de las oficinas laborales haya sido un movimiento discontinuo, porque dependía del lugar, de la naturaleza de los conflictos y los gobiernos.

JS: –Cuando se creó la STyP en 1943, Perón dijo que esa institución era inexistente hasta allí y que nadie antes había hecho nada. Sin embargo, recogía la experiencia del DNT y había visto que tenía que haber un organismo de carácter nacional. En ese momento todos los departamentos provinciales fueron intervenidos y se resolvió el problema.

–El libro deja ver que, si bien desde el discurso político peronista se clausura el pasado, se hace buen uso de la experiencia recogida.


MZL: –Estas instituciones, que tenían una enorme dificultad para intervenir, tuvieron, en el momento original, una autonomía relativa de parte de los gobiernos de turno. El cambio fundamental fue que más tarde se iban a convertir en resortes de poder, muy vinculadas a cada gobierno.

JS: –No hay duda, por otra parte, que la justicia laboral fue una de las grandes invenciones de ese período. Ahora, es preciso recordar que ya en 1907 un abogadito llamado Alejandro Husain, manifestaba sus dudas sobre la posibilidad de juzgar con el código civil problemas del mundo del trabajo, porque un empresario no es lo mismo que un trabajador. Fue él quien creó la cátedra de Derecho Laboral en la UBA, y pronto se crearon otras. Esos tipos fueron los que crearon la base de abogados que después iba a usar el gobierno peronista para separar la justicia laboral de la civil o la penal. Lo que quiero decir con esto es que son modificaciones que tuvieron lugar durante el peronismo pero que venían de un proceso de largo plazo. A mí me parece que un historiador tiene la obligación de mostrar que la construcción es bien compleja y no deberíamos caer en la simpleza del discurso político.

MZL: –También porque historiográficamente siempre se miró desde el punto de llegada. Si el punto de llegada es el peronismo todo lo que está atrás es irrelevante porque uno se está perdiendo la complejidad de esos procesos de construcción. En este caso de las instituciones. En el discurso de Perón, el DNT era una oscura secretaría; así como desde el punto de vista de los que trabajan sobre peronismo y movimiento obrero la afiliación sindical durante el peronismo fue impresionante, pero claro, era obligatoria.

–¿Es esta una trampa de la política en la que la historiografía cae?


MZL: –Los historiadores estamos entrampados en eso. Para mí lo interesante es que uno pueda ir desmontando esas cosas al analizar los documentos disponibles, poner en diálogo los diferentes discursos de la historiografía. Todo depende de dónde uno se pare para mirar.

JS: –Durante el período anterior al 43, construir política laboral desde el Estado fue muy complejo. El grupo de gente que estaba en el DNT estaba todo el tiempo construyendo proyectos que tenía un rebote en un Parlamento muy hostil, conservador. Ahora, entre el 43 y el 46, cuando se sancionó lo básico en la legislación posterior sobre derechos y leyes laborales, había un gobierno que no tenía Parlamento, producto de un golpe de Estado.

MZL: –Exacto, y que más allá de todo lo que hizo era un gobierno dictatorial.

JS: –Perón tenía una voluntad política y la llevó adelante porque encontró un vacío de poder. La historia contrafactual no sirve, es cierto pero... Yo pienso en el discurso de Perón en la Bolsa de Comercio, cuando dice: “Señores, yo les abro el corazón. Acá hay que evitar el comunismo y ustedes tienen que ceder algo” y me pregunto: ¿qué hubiera pasado si hubiera habido una alianza ahí? La política social se hubiera llevado adelante pero mucho más morigerada porque, en realidad, el partido político que la articula se apoya en la necesidad de tener un partido obrero porque no pudo articular un diálogo más fluido con otros sectores. La fidelidad que tuvo tanto tiempo la clase trabajadora con el peronismo tiene que ver con las cuestiones forjadas en este corto período (1943-1946) que después quedó en el imaginario popular como una Edad de Oro.

–¿Consideran que cierta historiografía quedó prendada de ese imaginario, y de allí generó ciertas oscuridades?


JS: –Yo tengo un poco más de matices que Mirta en este punto. Sí creo que la historiografía quedó pegada a estas ideas, pero más que todo por ignorancia porque, en realidad, la mayor parte de la historiografía no se dedicó a mirar las políticas sociales. En los últimos años se han hecho muchos avances en otros temas del peronismo: la vida privada, la familia. En cada uno de ellos surgen representaciones alegóricas que construía el aparato de prensa del peronismo, mostraban el pasado con trabajadores reprimidos, llevados por gente mala, por comunistas que les ofrecían la lucha y el sacrificio pero no le daban nada a cambio; en contraposición con un presente luminoso. Ese tipo de cosas son muy fuertes en la historiografía.

MZL: –Coincido, básicamente, con Juan, aunque él lo matiza un poco. Yo soy más cortante. Pienso que efectivamente hay muchos estudios sobre el peronismo a los que les resulta muy difícil despegarse de lo que dicen sus propias fuentes. Eso para los historiadores es un problema. Porque con ese criterio le creemos a los documentos que son afines con nuestras creencias y dejamos de lado los que no lo son.

La STyP fue la piedra sobre la que se asentaría la política de bienestar social del peronismo que consolidó el poder del gobierno en su identificación con el trabajador. No casualmente cuando Perón asumió la presidencia nombró a José María Freire al frente de la Secretaría, convirtiéndolo en el primer “ministro obrero”, que con su pasado de niño soplador del vidrio, encarnaba el anhelo de Perón de fundar la “casa de los trabajadores”.