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Rafael Bielsa: “Me hubiera gustado ser sólo un gran escritor”

Periodista:
Belén Gopegui
Publicada en:
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Pasión, vehemencia y una prosa sesgada por la poesía es lo que refleja Rafael Bielsa en Tucho. La operación México, o lo irrevocable de la pasión (Editorial Edhasa). Se trata de una novela que cuenta la historia de Edgar Tulio “Tucho” Valenzuela, integrante de Montoneros secuestrado en 1978 en Mar del Plata junto a su esposa María Raquel Negro quien entonces estaba embarazada de mellizos. A diferencia de su mujer, el militante fue liberado y luego viajó a México en donde denunció el plan del Ejército que buscaba ultimar a los conductores de la guerrilla. Sin embargo, ese mismo año y tras ser sometido a un “Juicio revolucionario” por Mario Firmenich y Roberto Perdía  –cabecillas de Montoneros–, fue encontrado culpable de traición. Valenzuela no soportó el peso de ser condenado por sus compañeros de lucha y se suicidó pocos meses de después.

Para reconstruir los últimos años de la vida de Tucho el autor se embarcó en una investigación que no sólo lo llevó a viajar por distintos lugares del país, sino que además lo obligó a revivir momentos oscuros del pasado reciente. Así, reconstruyó parte de su propia historia ya que él mismo fue partícipe activo del cambio que se vislumbraba en los albores de los convulsionados ’70.
      
Bielsa es conocido por su trabajo como político y abogado, pero también es poeta, autor de ensayos y de novelas. Sobre  esa condición dice que no hay mejor modo de no hacer nada muy bien que hacer demasiadas cosas más o menos, y confiesa: “Tal vez, en la edad de bronce, cuando un Homero (o varios Homeros, como quiere Borges) escribieron la Odisea, los héroes podían perfectamente ser malos y los poetas vivir de sus versos, me hubiera gustado ser sólo un gran escritor”.

—Tucho tiene una historia interesante y muy fuerte, ¿cómo fue la génesis de este libro?
—No sé si tan interesante, seguramente muy personal. Fui parte de distintas secuelas de los juicios de lesa humanidad, en particular el denominado “Pascual Guerrieri” o “La Quinta de Funes”. Durante casi treinta años creí que yo había estado desaparecido y sido torturado en dicho sitio, pero a la hora de los reconocimientos oculares resultó ser que la Quinta no tenía sótano y yo había estado encadenado en uno, de manera tal que algo no cuadraba. De un modo siniestro fueron apareciendo como espejos enfrentados diferentes lugares de suplicio clandestino, hasta el denominado “La Calamita”, que fue mi destino. Merced a las declaraciones de un agente civil de inteligencia apodado “Tucu” Constanzo se conocieron muchos detalles de aquel universo concentracionario, entre ellos sobre Tucho y su compañera María. Una amiga de entonces me dijo que escribiera esa historia. Le hice caso.

—¿Cuánto tiempo le llevó escribirlo?
—El proceso de escritura duró más de cuatro años, durante los cuales viajé a la mayoría de los lugares de aquel Vía Crucis, consulté infinidad de documentos, hablé con personas que nunca habían hablado antes, y a ello hay que añadirle un año de trabajo con mi editor, Fernando Fagnani. En un comienzo la novela tenia casi tres veces el tamaño con el que terminó.

—¿Cuál es el límite entre la ficción y la realidad de esta novela?
—Es literatura, y la ficción y la realidad todo el tiempo danzan, como figuras espectrales bajo una lluvia esmaltada que a veces las amalgama con alguna armonía. Si hablamos de géneros literarios, yo la incluiría dentro de lo que se llama “novela verídica”, o “novela no ficticia”, o “ficción real”. Dentro de la tradición de “A sangre fría” de Capote o de “La canción del verdugo” de Norman Mailer. Pero, naturalmente, las reflexiones ideológicas, éticas y políticas de Tucho y María, los diálogos entre Tucho y su entregador, los olores de Río, los dolores del Distrito Federal y el color del mar de La Habana no figuran en ningún expediente de la justicia federal. En cuanto a los límites, la literatura debe ser siempre estar atentos al dolor y a la belleza, a los que sufren y al modo cómo transforman esos materiales en un mensaje para la condición humana, de modo tal que cada lector sabrá dónde querrá ponerlos.

—Debido a su militancia en los convulsionados ’70, ¿durante la escritura de Tucho afloraron aquellos momentos oscuros?
—Alguna vez leí que cuando le preguntaron a Flaubert (Gustave) quién era Madame Bovary, contestó: “¡Madame Bovary soy yo!”. Ciertamente, no es necesario vivirlo para contarlo, pero en este caso cuento cosas que también viví. La gran diferencia, según mi modo de pensar, reside en la dimensión de lo que Tucho hizo con lo que le tocó vivir. Me parece que la historia está llena de breves momentos, y lo que los sujetos políticos hacen con esos instantes la determina. Con dos o tres años menos, un desaparecido podría haberse dedicado al deporte de riesgo, a los viajes exóticos o a la caridad. Los individuos no son mucho más que las circunstancias en las que son sorprendidos por éstas. Esto vale en términos generales. Luego, está la pasión, la voluntad, el empeño, y entonces aparecen María y Tucho. Y tantos otros compañeros, la gran mayoría de los cuales no está entre nosotros. Después están los elementos técnicos de la literatura: la escena del secuestro, con diversos planos, un espectador ajeno, el vértigo, da la sensación de participación al lector, pero son trucos.

—Tucho muestra una prosa sesgada por la poesía, ¿siente que influye su condición de poeta a la hora de escribir narrativas?
—Mucha cuenta no me doy acerca de cómo es el pespunte. Me intereso por la claridad expresiva, por hacer decir a las palabras tanto como son capaces, por hacer una cama intacta para que sobre ella caigan las cosas atroces. Trato de escribir textos que me gustaría leer si no los hubiese escrito yo. Sin dudas, una larga cantidad de años escribiendo poesía y publicando libros del género influyen. Pero me parece que hay que tener el cuidado, la precaución, cuando se escribe novela, de no buscar el verso del poema. Hay poesía en frases muy simples y muy literarias a un tiempo. Imagináte a un médico de guerra diciendo: “Mis heridos se curan mejor cuando se los mira…”,  ¿entendés?