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El juego de las diferencias en una ciudad amurallada

Periodista:
Laura Garaglia
Publicada en:
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La socióloga y narradora Maristella Svampa vuelve a la novela con El muro, la sucesora de Donde están enterrados nuestros muertos, ambas editadas por Edhasa. Esta vez con una trama más atrapante, pero con las mismas obsesiones que ya presentara en aquella: la indagación crítica de eso que se da en llamar "tejido social" y el modo en que éste se construye, fuerte y exigente a los hombres, pero también lleno de esos resquicios en donde se quiebra, donde el peso de las diferencias y de la violencia se hace insostenible y muestra la falla, la imposibilidad y el caos que corroe a todos los órdenes aparentes.
Situada también en la Patagonia, en una ciudad amurallada en donde la calma aunque parezca fuerte es frágil y falsa, aunque de apariencia verdadera. Los personajes van a circular en ella como hormigas en su hormiguero. Pero los límites están marcados para ser atravesados y el más pequeño evento –uno de esos hechos que de tanto verlos reiterados en las noticias, están naturalizados como el pan de cada día–, hace su aparición para demostrarlo.
Un robo cometido por dos adolescentes y un caso de gatillo fácil quiebran esa calma ficticia. Sin grúas, sin topadoras, sin explosiones, el muro que divide los espacios o los "lados", está derribado. 
El título es pletórico de sentidos y la novelista los sabe explotar, exponiendo a través de una trama simple esos grandes conflictos que se asocian a las divisiones, discriminaciones y segregaciones sociales. El muro está para ser derrumbado y con los costos más altos, pero no deja de subyacer la metáfora de que los peores muros son los interiores, los que no se ven, los ideológicos y afianzados en el alma de las clases sociales. Sin embargo, la novela bien podría sostenerse e interesar sin la necesidad de dirigir las ideas de los lectores constantemente hacia ese axioma.
"Todos somos mestizos, hermanita, no hay que dejarse llevar  por los prejuicios o creer que estamos en la tierra de los purasangres", dice uno de los personajes, en un diálogo de muchos sobre el tema de la identidad y la figura de El otro. Así se desgrana una tesis que va a reiterarse a lo largo de las casi trescientas páginas del libro.
En una sociedad, una cultura en donde el tema de la seguridad circula como un taladro diariamente encendido en los medios de comunicación, los ejes planteados en esta novela (la injusticia, las aspiraciones de clase, los pibes chorros y hasta la presencia de los "indígenas" –como se los llama en la novela– a través de un protagonista, Orestes) se erigen como pasión de multitudes, pero choca contra el muro de la solemnidad.