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Canela: “El arte deja una huella indeleble que el hombre imprime en cada etapa de la historia”

Periodista:
Laura Verdile
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Canela es un símbolo de la cultura que ha transitado por múltiples ámbitos del mundo literario y artístico desde hace más de cincuenta años. Autora de treinta y cinco libros para chicos, editora, creadora del Departamento de Literatura para Niños y Jóvenes de Editorial Sudamericana, periodista  y conductora de “Colectivo Imaginario”, hoy disfruta del éxito de su más reciente novela “En brazos del enemigo”, llegada a las librerías a fines del año pasado. Con una prosa fluida y un estilo muy particular, cuenta la historia de Lucía, una joven que descubre su vocación por el arte a lo largo de un camino atravesado de dificultades.

— ¿Cómo fue la experiencia de escribir esta primera novela para adultos, después de dedicarse tantos años a la literatura infantil?

— En realidad yo me dediqué paralelamente al ámbito adulto mientras trabajaba primero como editora y escritora para chicos. Hice “Generaciones”, un largo ciclo sobre cultura en Radio Nacional, programas televisivos como “Café con Canela” y “El periodismo que viene”, y publiqué tres libros de poesía para adultos, así que no hubo un cambio de dirección en mis intereses o en mis deseos, sino que ya había hecho varias cosas ligadas a ese mundo. El proceso de escritura de los cuentos y ensayos hacia la novela no fue una decisión repentina, se dio de forma natural. Primero apareció la historia como una cosa muy pequeña, luego me dejé llevar por los personajes y seguí con mi deseo de seguir trabajando ese material. Me tomó mucho tiempo, unos 5 años de intensa dedicación, investigación y todo lo que requirió “En brazos del enemigo”.

— ¿Cómo fue que surgió la idea de la novela?

— Es una historia que nació de algunas experiencias sobre las cuales había estado pensando hacía tiempo. Una de ellas es la relación de servidumbre que observo entre los patrones y los empleados, los dueños y los dependientes. Es un vínculo que me duele un poco y que me hace pensar respecto de lo que somos en la Argentina y en nuestra forma de ser. Quise trabajar el tema del servicio y qué es lo que sucede con las personas que nacen en una familia donde la sumisión es lo natural. De ahí, de ese rincón en el mundo, llega el personaje de Lucía.

— Es un personaje que tuvo que atravesar por muchas cosas, quizás conflictuado…

— Es una chica que tiene una sensibilidad muy especial, una voluntad muy fuerte que logra construirse de a poco. En su crecimiento tuvo mucho que ver la mudanza de un lugar pequeño como Cuesta Blanca, en Córdoba, a Buenos Aires. Ella luego se radica en Flores, rodeada de barrios populosos, movimiento y cemento, lo que cambia mucho su mirada sobre el mundo; se adapta en el proceso a un costo muy alto. Padece muchos sufrimientos, pierde de algún modo a su familia y se queda sola. Es ahí donde su vocación por el arte la sostiene y ella se entrega completamente a la vida de una artista.

— No pude evitar notar que el libro tiene un estilo especial de redacción, una prosa libre, sin puntuaciones formales o rayas de diálogo, por ejemplo.

— Sí, le pido al lector que ponga sus propios signos de interrogación donde le parezca y que encuentre los diálogos dentro del flujo de la escritura. No están marcados, pero con un poco más de esfuerzo y luego de sumergirse en el libro, se entienden. Fue un deseo de darles a las palabras una funcionalidad distinta, que se unan y se separen de acuerdo a lo que el lector decida, porque el libro ahora es suyo, ya no me pertenece.

—En la novela el arte ocupa un espacio fundamental a partir de la vocación de Lucía. ¿Cuál cree que es el lugar de las artes en la sociedad actual?

—Creo que no es distinto a lo que fue desde siempre. El arte deja una huella indeleble que el hombre imprime en cada etapa de la historia y por eso hay que cuidarlo, resguardar el arte del pasado, como así también hay que proteger a los artistas, que siempre han dejado reflejada en su obra la marca de su tiempo. Es muy difícil definir brevemente su lugar actual. Tendríamos que hablar de la relación del arte con los jóvenes, los maestros consagrados y con el poder. Pero sustancialmente, yendo más allá de esta encrucijada, hoy ni siquiera sabemos cuáles son los grandes artistas. Conocemos a los humanos más aplaudidos, los más caros, los más solicitados, pero no los que serán testimonio de nuestro tiempo. Ahora hay un desarrollo de los historiadores del arte y de los curadores muy fuerte, pero me parece que muchas veces hay una premura de los críticos. Una muestra muy dramática es la de Van Gogh, que vendió un solo cuadro en su vida y hoy es un símbolo que porta un valor extraordinario desde todo punto de vista. No siempre la crítica contemporánea acierta con lo que elije como la mejor cosa de su época. El tiempo es el que en realidad trabaja sobre el arte y deja en pie aquello que por alguna razón representa lo más profundo y lo más importante del momento en el que artista trabajó.

— Aquello que va a trascender más allá de la mercantilización.

— Exacto, la mercantilización ya es inevitable y es inherente a la problemática del arte que se ha convertido más que nunca en una mercancía. Antes, durante el Renacimiento o en épocas previas, el arte era un signo de poder. Hoy los bancos son los que apoyan al mundo artístico como compradores y auspiciantes. Incluso tienen sus propias colecciones. El arte está muy ligado al dinero y eso me parece que perturba un poco la mirada sobre la obra. Hoy, el arte contemporáneo es conceptual y depende mucho de la información que tenga el que lo mira, el que lo promociona y lo expone. El panorama es muy complejo.

— En la novela, Lucía es un personaje que construye su propio camino en el descubrimiento de su vocación, ¿cómo diría usted que comenzó el suyo?

— Ahora que soy grande y viví tantas experiencias en torno a la creación, me doy cuenta de que siempre me gustó mucho escribir, más que la crítica o el trabajo intelectual sobre la escritura.  Soy una lectora voraz, empedernida e incansable y leer es mi mayor disfrute. El camino se va haciendo al andar y uno a veces no se da cuenta de que en ese recorrido está descubriéndose a sí mismo en una vocación. Yo tampoco le di mucha importancia en su momento, porque para mí era necesario mantenerme, como también le pasa a Lucía en la novela. Uno tiene que vivir de su trabajo. Estoy sola desde muy joven y quizás no pude hacer exactamente lo que quería, sino lo que me daba de comer, que con el tiempo terminó coincidiendo con lo que más tenía ganas de hacer. Fui buscando ese camino con tropiezos y dificultades, hasta descubrir que realmente lo que me gustaba era escribir. También disfruto mucho de lo que hago en “Colectivo Imaginario“, pero eso está más relacionado con el oficio y el conocimiento del mundo de la televisión que transito desde hace más de cincuenta años. Me gusta  la creatividad en torno a ese universo que se ha puesto tan sofisticado con la tecnología. Me parece importante la comunicación en sí, la capacidad de conectarse con el otro que espera el programa o que lo mira de casualidad y cuya atención debe ser conquistada para que comparta lo que se haya elegido para esa comunicación. En definitiva, no creo que haya un deslumbramiento en el recorrido de la vocación, aunque descubrí con la novela que estoy en condiciones de sostener una escritura de largo aliento, que me gusta hacerlo y que estoy dispuesta a sacrificar todo lo necesario para eso. Porque hay que sacrificar mucho para la escritura.

— ¿Cómo influyó su experiencia en periodismo y televisión en la literatura?

— Lo que me dio sin duda fue un conocimiento vasto, heterogéneo y muy especial acerca de la gente. Entrevisto desde hace cuarenta años y tuve el placer de hablar diariamente, durante mucho tiempo, con figuras muy reconocidas, como Florencio Escardó o Petrona Gandulfo, lo que me aportó mucha experiencia. Conocí de Borges para abajo a casi todos los escritores después de leer sus libros y dialogué en sus casas. Mi programa incluye de un modo especial a las artes plásticas, lo que me conectó con los creadores conociendo su intimidad, su factoría. Ese mundo me alimentó mucho. También con la edición de libros recorrí ampliamente la historia del país. Y luego como escritora, “Cuentos y encuentros con diez pintores argentinos” me hizo trabajar en el arte argentino, desde el origen hasta lo contemporáneo. Es un libro que contiene las biografías, historias de vida y una selección de obras de diez íconos de la pintura argentina muy representativas sobre las cuales escribí una serie de cuentos, para lo que tuve que investigar mucho.

— “Colectivo imaginario” lleva ahora casi seiscientas emisiones. ¿Qué desafíos representa sostener un programa cultural en el mercado televisivo actual?

— Es necesario que haya un espacio sensible. En el caso del canal me dieron una oportunidad que pedí durante muchos años y que finalmente me otorgaron cuando decidí cerrar el ciclo de “El periodismo que viene”. Hay que trabajar mucho, estar muy atentos a las nuevas tecnologías y tendencias, pero sin dejar de lado a los clásicos y a lo que la gente reconoce como arte. A los televidentes en general hay que ayudarlos a disfrutar y sólo se disfruta si se comprende. Ese es mi trabajo. Cada semana es una paleta de posibilidades diversas de lo que el arte muestra, en los barrios, las villas y hasta en el ámbito internacional, como puede ser por ejemplo la presencia de la Argentina en Venecia. Es un trabajo de orfebrería que hago en equipo.

— ¿Cuál considera que es la situación de la programación televisiva argentina?

— No soy funcionaria y no puedo modificarla, pero trato en el espacio que conseguí de sostener la máxima calidad para que la luz que ofrece el mundo del arte y la cultura no se apague. Después, no puedo hacerme cargo de la situación de la televisión. Cuando me toca debatir, exijo que las leyes se cumplan, sobre todo respecto a la programación para chicos y adolescentes, que no tienen en la televisión abierta una oferta adecuada a su edad, que es lo que la ley exige. En lo que a mí me toca, intento trabajar desde la mayor alegría y energía posibles, porque uno no puede trabajar desde el enojo, a contrapelo. Si el programa no tiene alegría, no la puedo transmitir.