"Para escribir, lo importante es la pasión"
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Es una de las grandes ucronías de la historia argentina contemporánea. ¿Qué hubiera sido de la dictadura militar si el 18 de febrero de 1977, esas bombas puestas por el Ejército Revolucionario del Pueblo en el avión donde viajaban los genocidas Jorge Videla, Alfredo Martínez de Hoz y Albano Harguindeguy hubiesen estallado sincronizadamente? Eduardo Sguiglia elige ese tema en su libro Los cuerpos y las sombras para desarrollar una novela basada en aquel atentado fallido en la voz de dos viejos militantes que recuerdan, reconstruyen escenarios y juegan con la imaginación de lo que podría haber sido pero no fue. Lo mismo que hizo este rosarino sobreviviente y exiliado en México, economista, magister en Ciencias Sociales, docente en la UBA, investigador en el CONICET y ex embajador en Angola. Y que, más allá de todas esas cartas de presentación, prefiere definirse como "alguien que en los últimos años tomó la literatura como un oficio".
–Usted fue protagonista de la época. ¿Qué recuerda de aquella operación del ERP? ¿Le pareció una locura?
–Me siento parte de lo que se denominó "la generación del '70", un período muy particular donde miles de jóvenes, como nunca antes había ocurrido, lucharon con el ideal de marchar hacia al socialismo. Gracias a hechos determinantes, como la Revolución Cubana, la gesta del Che Guevara, o la lucha del pueblo vietnamita.
En ese marco transcurre el libro. –¿Por qué una novela y no un ensayo histórico, por ejemplo?
–Porque me pareció interesante, de la mano de dos personajes que hablan sobre el tema, reflexionar y analizar un período clave de la Argentina. La ficción te da ciertas libertades, licencias que ayudan a abordar hechos concretos. Lo que no invalida que otro los tome de una manera distinta, más rigurosamente, digamos. Pero volviendo a tu pregunta anterior, a la distancia lo vivimos como un acto de resistencia a la dictadura.
–Ya estaba en el exilio...
–Sí, militaba en grupos estudiantiles rosarinos y había zafado de un secuestro. Rosario era una ciudad muy particular, la dictadura la tomó como blanco importante por sus grupos secundarios y universitarios tan activos, y su fuerte movimiento sindical.
–México, por su tradición solidaria hacia refugiados argentinos, era un lugar ideal para mantener aquella resistencia. Una tierra que cobijó a muchos: Rodolfo Puiggrós, Miguel Bonasso, Stella Calloni…
–No olvidemos al "Bebe" Righi. Es verdad, hasta hoy se sigue hablando de los "argenmex" con muchísimo cariño. México nos dio la posibilidad de seguir peleando, integrar comités de solidaridad, y, además, relacionarnos con compañeros exiliados de otros países, como Chile o Uruguay.
–En su primera novela, Fordlandia, también utiliza la ficción para relatar un hecho histórico del que no se habló mucho. Parece que está decidido a tomar la literatura como herramienta de reconstrucción.
–Justamente, en ese libro se me planteó el primer dilema: ¿uso o no la ficción para contar historias verídicas? Y opté por utilizarla. Había publicado ensayos e investigaciones sociológicas, hasta que me encontré con aquello: un increíble proyecto que Henry Ford pensó para el Amazonas; del que, por otra parte, no existían muchos datos para rearmarlo de otra manera que no fuera algo novelado. Digamos que en los últimos años, adopté la literatura como oficio.
–Evidentemente, no cree en aquellos que dicen que, ante un acontecimiento determinado, convertirlo en novela descartando la investigación histórica, es desperdiciarlo.
–Para nada. Hay ejemplos memorables que contradicen eso.
–El género de non fiction creado por Rodolfo Walsh en Operación Masacre, y no por Truman Capote en A sangre fría, como se dijo.
–Exacto. Lo que sí considero es que cuando se narran hechos novelados, hay un piso de datos históricos que es necesario respetar.
–Usted además es economista. No me diga que nunca lo miraron con cierto prejuicio a la hora de publicar una novela…
–Algunos dicen: "Che, no viene del palo, pero le pone mucha pasión, escribe bien" (se ríe). La profesión de los escritores es algo secundario. ¿Cuál era la de Joseph Conrad? Lo importante es eso, la pasión que uno le pone a las cosas. Hasta que apareció Roberto Arlt, la literatura estaba reservada a una élite. Pero por suerte, eso cambió. Hoy, leo una novela y si me gusta, lo que menos hago es analizar a qué se dedica el autor.